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Acelerando la cibernética: el ciberpunk como teoría-ficción

Para la cibernética todas las entidades, ya sean seres vivos o mecánicos, funcionan como sistemas de autorregulación. Esta indistinción entre lo «vivo» y lo «muerto» (o no-vivo) coloca en el mismo plano anorgánico (ni orgánico ni no-orgánico) la subjetividad e identidad humanas y la capacidad de agencia de las máquinas (Salzano, 2022). Desde este paradigma, la tecnología actúa difuminando las líneas que conforman la interioridad humana, abriéndola al afuera, ya sea mediante experiencias de terror o de éxtasis.

Mientras que la teoría (y práctica) de la cibernética ha tendido a constreñir estas posibilidades, para Mark Fisher (2022) el ciberpunk acelera estas intuiciones mediante el despliegue de lo que, junto a la Cybernetic Culture Research Unit (CCRU), llaman «teoría-ficción».

La cibernética como «ciencia del gobierno»

En una primera aproximación a la «cibernética», podemos definirla sintéticamente como hizo Ampère en 1834 como la «ciencia del gobierno». Del griego kubernesis, en sentido estricto, la «acción de pilotar una nave», y figuradamente la «acción de gobernar» (Tiqqun, 2015), kubernetes era la palabra para el timonel de un barco o «gobernador», de donde deriva en latín gubernator.

Más allá de la etimología, esta conceptualización, propuesta por el matemático y filósofo Norbert Wiener en 1948 en su obra Cibernética o el control y la comunicación en animales y máquinas, gira en torno a la noción de «retroalimentación» (de «feedback», en inglés), entendida como «la propiedad de ajustar la conducta futura a hechos pasados» (Wiener, 1969). Como explica Fisher, la retroalimentación se relaciona directamente con el «control y la comunicación» que dan título a la obra de Wiener: el control, como función de autorregulación, depende de la comunicación para procesar la información de lo que ocurre tanto «dentro» como «fuera» del sistema (2022). Cabe distinguir dos tipos: negativa, que tiende a mantener la estabilidad de un sistema –homeostasis–, y positiva, que tiende a perder el control, como en un «círculo vicioso» (ibid).

Del resto del título de la obra seminal de la cibernética se pueden extraer otras dos conclusiones. Por una parte, la alusión a «animales y máquinas» da cuenta de que la cibernética no se asocia exclusivamente a las tecnologías, o, más concretamente, a lo digital, a pesar de la amplia utilización del prefijo ciber asociado a estas cuestiones. Como argumenta Fisher en una entrada de su blog K-Punk, el concepto de ciborg es redundante ya que todos los organismos, por definición, son cibernéticos (2018). Por otra parte, la importancia de las tecnologías, o «máquinas técnicas» (término utilizado por Deleuze y Guattari), en la cibernética radica en el «doble análisis» que posibilitan, el que «puede hacerse de ellas y el que vuelven posible» (Fisher, 2022). Es decir, la cibernética descodifica el «privilegio cartesiano concedido al ser humano sobre el animal y a lo orgánico sobre lo inorgánico» como un «prejuicio arbitrario» (ibid).

Sin embargo, la cibernética no se limita al apartado teórico. Wiener y el resto de los primeros cibernéticos, como Claude Shannon –ingeniero en los Laboratorios Bell y el MIT y pionero del criptoanálisis durante la II Guerra Mundial–, Gregory Bateson –antropólogo, lingüista y gurú de Palo Alto, en Silicon Valley– o John Von Neumann –uno de los fundadores de las ciencias computacionales, de la teoría de juegos e involucrado en el Proyecto Manhattan (Comité Invisible, 2015)–, sentaron las bases de internet y del resto de máquinas técnicas que posibilitan un «conjunto de prácticas cibernéticas que están haciendo mutar a las máquinas sociales» (Fisher, 2022).

El ciberpunk como teoría-ficción

La teoría-ficción es la noción que propone Fisher y explora cómo en el capitalismo, en su fase cibernética, la ficción deja de corresponderse con la fantasía o lo imaginario para intervenir directamente en la realidad, prediciendo y actualizando sus potenciales virtuales. Se trata de un «realismo cibernético» (Fisher, 2022) que, en línea con el desarrollo de Baudrillard del «simulacro de tercer orden» (1978), designa a la simulación que disuelve la oposición entre lo «real» y lo «ficticio». En la práctica, se puede comprobar analizando el funcionamiento de dispositivos técnicos como los algoritmos, el big data o la inteligencia artificial en su objetivo de extraer datos para la elaboración de perfiles predictivos que condicionen la conducta, y los derivados impactos sociales de la automatización de la toma de decisiones (O’Neill, 2017; Eubanks, 2021).

Predpol es un software aplicado por la Policía de Los Ángeles para predecir crímenes y orientar los movimientos de las patrullas. La utilización de bases de datos de crímenes pasados resultó en una distribución menor en barrios de población blanca y de clase media-alta, y mayor en barrios de población negra, latina y una posición socioeconómica marginal. El resultado fue un «aumento» de la criminalidad en estos últimos barrios, lo que refuerza la lógica de un programa que ya contenía sesgos racistas y de clase (Sankin et al., 2021). Se trata del ejemplo de un bucle cibernético (de retroalimentación negativa) puesto en práctica, lo que la CCRU (grupo en el que Fisher realizó la tesis doctoral aquí citada) denomina una «hiperstición» o «ficción que se vuelve real a sí misma».

En el caso de Predpol, la ficción que puso en práctica tiene un referente cultural ineludible: Minority Report (2002), película dirigida por Steven Spielberg. Ambientada en el año 2054, narra la historia de PreCrimen, un departamento de policía especializado en predecir crímenes y detener a los criminales antes de que los cometan. Se trata de la adaptación de un relato corto del mismo nombre de Philip K. Dick publicado en 1956. La obra de Dick es precursora del ciberpunk cuando no directamente fundadora. La adaptación de otro escrito suyo, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) en Blade Runner, película de Ridley Scott (1982), junto con la novela de William Gibson Neuromante (1984), sentaron las bases estéticas de este (sub)género de la ciencia ficción.

El ciberpunk, por tanto, constituye el cuerpo ficcional que lleva a la práctica la teoría-ficción en el realismo cibernético, lo que lo convierte en intensamente teórico, en tanto que interviene en la realidad. El ciberespacio es un concepto ficcional que aparece en Neuromante (Gibson, 1984) y se convierte en la década de los noventa, con el despliegue de la World Wide Web, en un «hecho social» (Fisher, 2022). Del mismo modo, observamos la maniobra de Facebook –ahora Meta– para que el metaverso sea un hecho social, cuando es ya un concepto ficcional en la novela de (pos)ciberpunk Snow Crash, de Neal Stephenson y publicada en 1992.

La flatline gótica

La cuestión de fondo está en que el capitalismo cibernético contiene una ambivalencia, como prueba la apertura que supuso el ciberespacio y sus inicios, con sus malogradas utopías digitales. El metaverso ya parece constituirse a sí mismo como un espacio de bucles de retroalimentación negativa que fijan la identidad (como Predpol), y se aferran a la concepción de la tecnología como «extensiones del ser humano» (McLuhan, 1996). En una reapropiación alternativa del ciberpunk, Fisher (2022) propone el concepto ficcional de flatline (línea plana), también de Neuromante, para designar esa línea anorgánica que diluye la jerarquía entre humano (sujeto) y máquina (objeto). Para la flatline, la tecnología tiene el potencial de difuminar los contornos de la interioridad humana y acelerar las espirales de retroalimentación positiva que desestabilicen las sociedades de control. En esta línea plana se desarrolla el materialismo gótico (la literatura gótica, como Frankestein de Mary Shelley, se sitúa en la genealogía del ciberpunk) de Fisher, una apertura radical al afuera y a las experiencias terrorífico-extáticas en las que puede producirse un deseo poscapitalista.

Para saber más:

AMPÈRE, André-Marie (1834). Essai sur la philosophie des sciences, ou, Exposition analytique d’une classification naturelle de toutes els connaissances humaines. Bachelier.

COMITÉ INVISIBLE (2015). «Fuck off Google». Tiqqun, La hipótesis cibernética. Acuarela & Antonio Machado.

DICK, Philip, K. (2009 edició en català; original del 1968). Els androides somien xais elèctrics?. Educaula 62.

DICK, Philip, K. (s.f. en español; original de 1956). El informe de la minoría [en línea]. Disponible en: https://studylib.es/doc/1283140/dick-philip-k.—el-informe-de-la-minoria.pdf

EUBANKS, Virginia (2021). La automatización de la desigualdad: Herramientas de tecnología avanzada para supervisar y castigar a los pobres. Capitán Swing.

FISHER, Mark (2018). «Spinoza, k-punk y neuropunk». K-Punk – Volumen 3. Escritos reunidos e inéditos (Reflexiones, Comunismo Ácido y otras entrevistas). Caja Negra [en línea]. Disponible en inglés en: http://k-punk.org/spinoza-k-punk-neuropunk/

FISHER, Mark (2022). Constructos Flatline: Materialismo Gótico y Teoría-Ficción Cibernética. Caja Negra.

GIBSON, William (2022 edición en español; original de 1984). Neuromante. Minotauro.

O’NEILL, Cathy (2017). Armas de destrucción matemática: Cómo el Big Data aumenta la desigualdad y amenaza la democracia. Capitán Swing.

SALZANO, Juan (2022). Prólogo, en Constructos Flatline: Materialismo Gótico y Teoría-Ficción Cibernética. Caja Negra.

SANKIN, Aaron; MEHROTRA, Dhruv; MATTU, Surya; CAMERON, Dell; GILBERTSON, Annie; LEMPRES, Daniel; LASH, Josh (2021, 2 de diciembre). Crime Prediction Software Promised to Be Free of Biases. New Data Shows It Perpetuates Them. Gizmodo (colaboración con The Markup) [en línea]. Disponible en: https://gizmodo.com/crime-prediction-software-promised-to-be-free-of-biases-1848138977

SCOTT, Ridley (Director). (1982). Blade Runner [Película]. The Ladd Company, Shaw Brothers & Blade Runner Partenariat.

SPIELBERG, Steven (Director). (2002). Minority Report [Película]. Amblin Entertainment & Blue Tulip Productions.

STEPHENSON, Neal (2008 edición en español; original de 1992). Snow Crash. Gilgamesh.

TIQQUN (2015). La hipótesis cibernética. Acuarela & Antonio Machado.

WIENER, Norbert (1969). Cibernética y sociedad. Sudamericana.

WIENER, Norbert (1985). Cibernética o el control y comunicación en animales y máquinas. Tusquets.

[Texto originalmente publicado en el número de febrero 2023, número 129 de COMeIN, revista de los Estudios de Ciencias de la Información y la Comunicación de la Universitat Oberta de Catalunya]

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Revolución y Universidad

A continuación, se transcribe íntegramente el (anti)panfleto elaborado por un grupo de estudiantes universitarios en 1967 en Madrid, en el contexto de las movilizaciones estudiantiles contra el franquismo. Este texto, y las reuniones que le dieron lugar, fueron el germen de la Acracia, o el grupo de los ácratas, tal y como relata Antonio Pérez (uno de sus integrantes) en el libro Pequeña historia de la llamada Acracia: La resistencia universitaria al tardofranquismo (Postmetrópolis Editorial, 2016).

REVOLUCIÓN Y UNIVERSIDAD

A.- Concepción de la Universidad

La Universidad está inmersa y depende de la Sociedad, esta misma impone las normas a la Universidad.

Tratar de organizarla mejor técnicamente sólo supone favorecer esta sociedad.

Sólo cuando se esté de acuerdo con una sociedad convendrá favorecer técnicamente a su Universidad.

Mejorar técnicamente la Universidad en nuestra sociedad actual supondría producir más y mejores técnicos que se incorporarían al servicio de las estructuras, fortaleciéndolas.

 

B.- La Universidad como posibilidad y campo de acción revolucionaria

Al pretender destruir la estructura de la sociedad actual y dado que nuestro campo de acción más directo es la Universidad, la lucha revolucionaria dirigida a este fin tendrá que encaminarse tambié a la desorganización de la Universidad en cuanto instrumento al servicio de tal sociedad.

La Universidad, pues, como agente y campo de acción revolucionaria tiene dos objetivos: la destrucción de las estructuras sociales y la desorganización de su propia estructura.

 

C.- El estudiante revolucionario

El estudiante revolucionario es el que, estando de acuerdo con los dos puntos precedentes, antepone a sus obligaciones académicas su acción revolucionaria, lo cual no implica el abandono de su formación científica y profesional.

No es revolucionario aquel que concibe sus obligaciones académicas como medio a largo plazo al servicio de la revolución.

 

D.- Nuestra acción revolucionaria

Plantear reivindicaciones justas y necesarias pero inconcebibles en la situación actual por afectar a las estructuras generales del país.

La misma justicia y necesidad de estas reivindicaciones irá sumando al universitario en la lucha.

Nuestra labor revolucionaria estará dirigida preferentemente a los estudiantes demócrata-burgueses, reformistas y sindicalistas; así como al desprestigio político de aquellos que, para conseguir la revolución, utilizan métodos burgueses y paralegales que frenan las actividades revolucionarias.

Relaciones entre los estudiantes revolucionarios. Admitiendo nuestras diversas tendencias, los estudiantes revolucionarios tenemos un objetivo: la lucha por la Revolución Socialista en un frente común. Es por esto que nuestras relaciones se basarán en la honradez y la razón. La información veraz y total, analizada con espíritu crítico, permitirá el planteamiento de acciones comunes.

 

E.- Relaciones con los demás sectores socio-políticos

Facilitar el análisis de problemas generales en común que favorezca la concentración de acciones conjuntas (propulsión de estudios mixtos).

Los grupos de izquierda han demostrado su incapacidad para concentrarse en un frente común por su negación de los elementos por ellos llamados independientes. Se hace, pues, necesario plantear el estudio de otros cauces organizativos que posibiliten nuestro objetivo.

 

Apéndice.- Disociación Política y Revolución

La experiencia cotidiana de nuestro mundo es la separación.

La experiencia cotidiana de nuestro mundo es, incluso, el antagonismo.

Ambos -separación y antagonismo- se verifican a nivel social en la lucha entre explotadores y explotados, entre hombre y mujer, entre padre e hijo. Ambos se dan a nivel psicológico, entre afecto y razón, entre conciencia e inconsciencia.

El burgués, por ejemplo, habla de fraternidad mientras explota al obrero.

A esta disociación entre humanos -y por tanto política- la llamamos «disociación metafísica». (Desear una cosa y efectuar la contraria; hacer «como si» la consecución de estos deseos estuviera más allá de las posibilidades humanas).

Entendemos por «disociación política» aquella que realiza el hombre con el hombre (I) y el hombre consigo (II). Ambas -la disociación que verifica un hombre con los otros hombres y la disociación de uno con uno mismo- aparecen indefectiblemente entrelazadas, de tal modo que superada una quedaría resuelta la otra. Y de modo tal que combatir a cualquiera de ellas significaría luchar contra ambas.

La lucha contra la «disociación política» implica, a su vez, la lucha contra las estructuras, ya que es en el marco de éstas donde actúan los hombres. Luchas contra las estructuras no equivale a efectuar, en las mismas, reformas parciales, en tanto que su misma parcialidad no haría sino confirmar la disociación. La lucha, por ello, consistirá en la radical transformación de las estructuras, siendo esto último lo que entendemos por «REVOLUCIÓN».

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Una educación hacia fuera

En el arranque del texto de apertura de este debate [Y después de la Lomloe, qué? La Educación ante los desafíos del siglo XXI, organizado por la fundación Espacio Público] se plantea, con acierto, que para hablar de política educativa es necesario entender por qué se producen tensiones en la educación, lo que lleva inmediatamente a pensar en torno a qué concepción de la educación tenemos. En esta intervención pretendo indagar en las tensiones epistemológicas que generan los modelos que enmarcan el desarrollo de las políticas educativas. Por tanto, más que una reflexión sobre la propia LOMLOE, se trata de criticar a los actuales modelos en pos de abrir el campo de elaboración de otros que puedan dar lugar, en última instancia, a leyes que orienten a la educación hacia propósitos emancipatorios. Esto supone entender la educación, en lugar de como adiestramiento y disciplina para encajar a los individuos en un rol productivo en la sociedad en la que se insertan, como el conjunto de teorías y prácticas que posibilitan transformar la realidad dada mediante pensamientos y acciones autónomos tanto de uno mismo como con los demás [1].

A partir de la Ilustración, el paradigma dominante en la educación ha sido el del “acceso al conocimiento” [1]. Para ser un ciudadano de pleno derecho y poder participar en la sociedad es condición necesaria contar con formación en una serie de materias. Así se originó la educación universal, obligatoria y pública, lo cual fue un enorme avance puesto que supuso un amplio proceso de democratización de la sociedad. Ahora bien, esta es solo una parte de esa historia. La contraparte es que esa promesa democratizadora no llegó a materializarse por completo.

Las enormes posibilidades abiertas entonces se cerraron a continuación puesto que los conocimientos considerados “válidos” no han sido objeto de deliberación. Es necesario preguntarse cuáles son esos conocimientos, quién los establece y con qué objetivo. Solo así es posible dilucidar si el acceso al conocimiento se vincula con la democratización de la sociedad o si meramente se trata de un adiestramiento y disciplina para insertar a la población en el sistema de producción. La decisión acerca de qué conocimientos son dignos de ser enseñados y cómo transmitirlos queda restringida a los que “ya saben”, élites expertas con intereses específicos.

Esto no hace más que reproducir el esquema platónico-idealista, dando mucha más importancia a conocimientos que se enfocan principalmente a disciplinas exclusivamente intelectuales (matemáticas, biología, lengua, etc) separadas de toda aplicación concreta; marginando conocimientos prácticos (cuyo ejemplo más claro es la situación de la Formación Profesional en el actual sistema educativo). El acceso al conocimiento se traduce en un marco de control en el que los sujetos (convertidos en objetos) son tratados como “menores de edad”: no saben nada, por lo que tienen que asimilar determinados conocimientos en una educación normativa que se enfoca en reproducir los valores socialmente aceptados [2], a riesgo de quedar excluidos de la sociedad si no cumplen con los requisitos.

Si bien el paradigma del acceso al conocimiento sigue condicionando la educación, en la actualidad encontramos otro paradigma, desarrollado en el marco de la Posmodernidad, que está ganando terreno, y que Marina Garcés denomina “aprender a aprender” [1]. Si bajo el acceso al conocimiento la cuestión clave es saber o no saber, con los derivados efectos de discriminación y opresión, ahora el centro se traslada a los aprendizajes y las competencias. A priori, este modelo desemboca en un marco de libertad, donde resuenan abundantemente palabras como “comprensión” y “empatía”, se anima a los educandos a construir sus propios conocimientos y se tiende a evitar la puesta de normas y reglas para respetar su autonomía [2].

Aunque este modelo supone una apertura en tanto que permite poner en cuestión los conocimientos legitimados y a quienes los legitiman puesto que pone el foco en las capacidades individuales y la situación personal de cada educando, precisamente por eso es perfectamente funcional a las dinámicas atomizadoras y competitivas que rigen la sociedad actual. La consecuencia es que se valora a los educandos según su “talento” y su “potencial” desde una lógica extractiva: hay que sacar todo el valor disponible para rentabilizarlo. De nuevo se produce automáticamente una marginación, aunque desde otra perspectiva: quienes no den el rendimiento necesario o, al menos, el que se espera de cada cual son etiquetados como residuales. Así, uno es libre en la medida que su comportamiento se adapte a los indicadores de eficacia y productividad.

Los debates en educación que, aplicando estos modelos de un modo u otro, contraponen conocimientos o aprendizajes, contenidos o competencias, además de encontrarse en un falso dilema, omiten los efectos de “cronificación del sujeto” [2], es decir, la reproducción, e incluso aumento, de las desigualdades entre quienes disponen del capital económico, social y cultural para aprovechar las oportunidades del sistema educativo actual y quienes se encuentran de partida en una posición subordinada en la estructura social.

Una educación social y digital para el siglo XXI

El punto de partida de lo que podría ser apenas un esbozo de un paradigma educativo radicalmente emancipatorio necesita dejar atrás tanto el modelo del acceso al conocimiento ordenado y legitimado desde arriba, como el del diseño y gestión de los comportamientos a través de unas determinadas competencias. Las posibilidades emancipatorias de ambos modelos han quedado constreñidas mediante la apropiación y el formateo de toda innovación educativa a la reproducción del orden establecido. Una educación subversiva, por contra, puede ser aquella que reelabore su relación con lo desconocido. Los paradigmas dominantes coinciden en asumir lo desconocido como un territorio a descubrir, conquistar y explotar, y la ignorancia como un enemigo al que combatir. Luz y oscuridad como una dicotomía enfrentada y el algoritmo como el brillo omnipresente que elimina cualquier rastro de sombra. La cuestión está en que un exceso de luz también ciega, ocultando tanto los sesgos y prejuicios sobre los que se construye el conocimiento legitimado, como otros conocimientos y formas de vida no codificados.

El reto de una educación del siglo XXI sería, entonces, una que aprendiese y enseñase a acoger y experimentar la desproporción entre lo que sabemos y lo que no sabemos [1]. Esta propuesta supone concebir la educación como un espacio abierto a la incertidumbre, donde el futuro no es perfectamente predecible y para el que, como dijo W. Benjamin, “el pasado guarda los recursos para la renovación del presente”. Una educación así no puede nacer de la obligación sino del deseo de explorar conjuntamente (educadores y educandos) una relación entre lo conocido y lo desconocido no conflictiva, sino generativa. Ante la educación como la asignación de futuros predeterminados, la educación como “antidestino” [2]. Para ello, es necesario elaborar un modelo educativo estructural que rehaga su relación con lo social y lo digital.

La reducción de la educación al aula/escuela como prácticamente la única institución educativa oficial y legítima es un sinsentido en la época actual, si no lo ha sido siempre. Al menos, si de lo que se trata es de que la educación sirva para algo más que para la inserción en un mercado laboral hipercompetitivo y precarizante. Si, en efecto, el propósito de la educación es formar a una ciudadanía crítica y participativa en los asuntos públicos no habrá más remedio que abrir los espacios educativos y tejer vínculos con lo que ocurre “fuera”. La educación abordada desde esta perspectiva ya tiene nombre – educación social – y se trata de un campo que, por estar encuadrado en las políticas sociales, suele estar ausente del debate en las políticas educativas. Pero, precisamente de lo que se trata es de que las políticas sociales y las políticas educativas dialoguen y se combinen. La educación social, entendida como el conjunto de prácticas educativas enfocadas en la inclusión social de las personas en la realidad de su época, tiene la potencia de ampliar la extensión y la intensidad de las instituciones educativas actuales. Desde la concepción de que las teorías y las prácticas educativas han de estar en movimiento, no solo adaptándose a la sociedad sino también transformándola, es necesario pasar de un aula con contenidos y metodologías atascados en un bucle y desconectados de la realidad, al aula como un nodo más de una red socioeducativa que habite en las bibliotecas, los museos, los centros sociales, culturales y juveniles, las calles y las plazas… y en el entorno digital.

Si se trata de conectar la educación con lo social es ineludible abordar el papel de las tecnologías y medios digitales. Es una obviedad que lo digital cada vez ocupa un lugar más central en todos los aspectos vitales, y la educación no es una excepción. También es obvio la pandemia ha supuesto un punto de inflexión en cuanto a la adaptación forzosa de las instituciones educativas al entorno digital para poder continuar con su actividad. La cuestión es cómo y en qué dirección. La aceleración de la digitalización en la educación tiende a la privatización (incluso en la educación pública) a causa de la contratación de servicios corporativos (Google, Microsoft, etc) en lugar del desarrollo de alternativas de hardware/software libre, públicas y soberanas. Estas empresas se benefician gracias a la datificación cada vez más extensiva e intensiva de la educación mediante la generación de perfiles del estudiantado, que contribuye a predeterminar los futuros de cada persona, etiquetando y categorizando según competencias y rendimiento, lo que luego, en conjunto con los datos extraídos en el resto de ámbitos, condiciona las posibilidades vitales (prestaciones sociales, créditos, oportunidades laborales, etc). Por tanto, ante la implantación irreflexiva de tecnologías digitales en las aulas, es urgente elaborar propuestas de educación digital que fomenten una comprensión crítica del entorno digital en combinación con una experimentación de sus posibilidades emancipatorias.

Quizás así, haciéndome eco de las luchas psicodélicas de los 60-70, la educación y las tecnologías digitales no sirvan para encontrar trabajo, sino para liberarnos de la necesidad de trabajar…

Notas:

Si este texto fuera una canción, sería un remix de dos libros. La base es [1] Escuela de Aprendices (Galaxia Gutenberg, 2020) de la filósofa Marina Garcés, concretamente el capítulo 6 “Atrévete a no saber”, cuya síntesis me ha servido de esquema. Le he añadido los ritmos que compuso la pedagoga Violeta Núñez en [2] Pedagogía Social: Cartas para navegar en el nuevo milenio (Santillana, 1999), en especial del capítulo 1 “La pedagogía social”. Por último, ha resonado mientras escribía el texto La educación según John Dewey (Los libros de fronterad, 2017) de la colección elaborada por la filósofa Maite Larrauri y el ilustrador Max “Filosofía para profanos”.

 

[Texto publicado originalmente en la web de la Fundación Espacio Público]

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Cerrando brechas: la educación social como espacio para la alfabetización digital

Artículo publicado originalmente en el Número 118 (octubre de 2022) de COMeIN, la revista de los Estudios de Ciencias de la Información y la Comuninación de la Universitat Oberta de Catalunya con Segundo Moyano y Daniel Aranda.


En los últimos años, desde instituciones como la Unión Europea (2018), se viene desarrollando la noción de digital youth work como el ámbito de trabajo socioeducativo con la población joven orientado a promover su inclusión social mediante las tecnologías digitales. Para su adaptación y aplicación al contexto español, se propone que la educación social es el campo más propicio. Sin embargo, para desarrollar una «educación social digital» es necesario previamente entender cuál es el nivel actual de competencias digitales de las educadoras sociales.

Si hablamos de inclusión social a través de los medios y tecnologías digitales, en este caso de la juventud, inmediatamente se plantea la cuestión frecuentemente denominada brecha digital. Este concepto ha ido evolucionando desde una cuestión meramente de acceso a las tecnologías digitales, es decir, entre quienes las tienen a su disposición y quienes no. Este primer nivel adopta una perspectiva técnica muy limitada, obviando el peso de factores socioeconómicos y socioculturales en la distribución de este acceso a las tecnologías digitales. Ya a comienzos de este siglo, empezó a desarrollarse un segundo nivel de estudios en este ámbito que pasaron a considerar también los tipos de usos y las habilidades en relación con estas tecnologías. Así, la brecha digital, mejor entendida como las «desigualdades digitales» (Hargittai, 2001), se convierte en una noción multidimensional.

El siguiente paso, por tanto, y a tenor de la inexorable interrelación del entorno digital con el resto de los ámbitos vitales, consiste en entender cómo el acceso, los usos y las habilidades digitales se vinculan a otras desigualdades de carácter social, económico, político y cultural. Este tercer nivel de la brecha digital, por tanto, tiene que ver con el «capital digital», entendido como la acumulación de recursos y capacidades en términos de competencias y tecnologías digitales susceptibles de ser convertidos en otros tipos de capital (social, cultural, político, económico, etc.) con la intención de aprovechar sus beneficios en el ámbito de lo social (Ragnedda, 2018).

Dado que la brecha digital se refiere en esencia al problema de la desigualdad y la exclusión social, podemos hablar de la inclusión sociodigital como el conjunto de reflexiones y acciones orientadas a cerrar la brecha (socio)digital mediante iniciativas y proyectos que promuevan el acceso a las tecnologías (primer nivel), y la alfabetización digital para el fomento de habilidades y conocimientos técnicos, informacionales y críticos (segundo y tercer nivel) o, dicho de manera resumida, para aumentar el capital digital de sectores excluidos de las lógicas sociales actuales.

 

La educación social digital

Desde esta perspectiva, cuando hablamos de educación social digital nos referimos a prácticas sociales y educativas orientadas a la promoción de una ciudadanía democrática, activa y crítica en sociedades digitalizadas, para la cual las competencias digitales, tanto de las educadoras como de los sujetos atendidos, se sitúan como un factor fundamental.

En este sentido, la noción de competencia digital alude al conjunto de conocimientos, procedimientos, habilidades, valores y actitudes en relación con los medios y tecnologías digitales que deben poseer las educadoras sociales para alfabetizar digitalmente, contribuyendo así a cerrar la brecha digital y fomentar la inclusión social con el objetivo último de que el entorno digital contribuya a su empoderamiento y participación como ciudadanía de pleno derecho (Cabezas y Casillas, 2017).

Las competencias digitales técnicas se asumen como un prerrequisito para competencias digitales más avanzadas, ya sean de carácter informacional (uso de la información en medios digitales) o críticos (conocimientos sobre el funcionamiento del entorno digital). De esta forma, es posible que la educación social digital avance en su propósito de inclusión social y empoderamiento ciudadano de la juventud, más allá de enfoques instrumentalistas y acríticos con el rol e impacto de las tecnologías digitales en la sociedad.

El desafío al que se enfrenta la educación social como espacio propicio para elaborar iniciativas de alfabetización digital no reside en una capacitación instrumental de la juventud, ámbito en el que es necesario evaluar hasta qué punto los propios jóvenes no tienen ya más competencias digitales, sino en adquirir una conciencia crítica sobre el entorno digital de manera que puedan transmitir estos conocimientos. En este sentido, sería deseable recuperar el enfoque alfabetizador de Paulo Freire, para el que la alfabetización (mediática y digital en este caso) es un proceso de organización colectiva para la toma de conciencia y la movilización social (Teresa García, 2022). Desde este enfoque, una iniciativa con impacto social sería aquella que fomentase el empoderamiento juvenil, no solo a través de los medios digitales, sino también sobre los medios digitales, reclamando su participación en el diseño y desarrollo de las redes y plataformas de las que hacen uso y en las que socializan, y, en última instancia, reclamando y ejerciendo sus derechos digitales como ciudadanía.

NOTA: Este artículo es resultado del Proyecto EsDigital: Educación social digital del Programa Estatal de Generación de Conocimiento y Fortalecimiento Científico y Tecnológico del Sistema de I+D+i. Referencia: PGC2018-095123-B-I00.

Para saber más:

CABEZAS, Marcos; CASILLAS, Sonia (2017). «¿Son los futuros educadores sociales residentes digitales?» En: Revista Electrónica de Investigación Educativa, vol. 19, no. 4, p. 61-72. DOI: http://dx.doi.org/10.24320/redie.2017.19.4.1369.

FERNÁNDEZ-DE-CASTRO, Pedro; BRETONES, Eva; SOLÉ, Jordi; SAMPEDRO, Víctor (2022). «Educación social digital: Una exploración de la formación y las competencias digitales de los profesionales de la educación social». En: TECHNO REVIEW, vol. 11, no. 1. DOI: https://doi.org/10.37467/gkarevtechno.v11.3113.

GARCIA GÓMEZ, Teresa (ed.) (2022). Palabras y pedagogía desde Paulo Freire. La Muralla.

GUTIÉRREZ, Alfonso; TYNER, Kathleen (2012). «Educación para los medios, alfabetización mediática y competencia digital». En: Comunicar, vol. 19, no. 38. DOI: https://doi.org/10.3916/c38-2012-02-03.

HARGITTAI, Eszter (2001). «Second-level digital divide: Mapping differences in people’s online skills». En: arXiv, vol. 7, no. 4. DOI: https://doi.org/10.5210/fm.v7i4.942.

RAGNEDDA, Massimo (2018). «Conceptualizing digital capital». En: Telematics and Informatics, vol. 35, no. 8, p. 2.366-2.375. DOI: https://doi.org/10.1016/j.tele.2018.10.

 

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La escritura como propósito y como ejercicio estoico

Para 2022 me he propuesto escribir con más frecuencia. Este blog es el espacio que abrí para ello, así que vuelvo aquí para poner en práctica este propósito. Más allá de la falta de tiempo, que es un factor de peso, creo que lo que más influye en que no escriba a menudo tiene más que ver con la falta de confianza. También de hábito, aunque confianza y hábito están íntimamente vinculados. Como no tengo confianza no genero el hábito de escribir y, a su vez, como no tengo el hábito de escribir, no genero la confianza necesaria, y así sucesivamente. Uno de esos bucles negativos que solo pueden romperse mediante otro bucle o, quizás, por una espiral. Cuando digo «escribir» me refiero, claro, al acto de la escritura en mi tiempo libre, en relación a las lecturas que hago y sus reflexiones derivadas, a escribir porque si, y no como una obligación ligada a un trabajo. Cuando me he planteado este propósito en ocasiones anteriores lo que me ha bloqueado es seguir estando preso del binomio esperanza-miedo: esperanza de escribir de manera brillante y fluida emulando a gente a la que admiro; y miedo de no ser capaz de hacerlo. Por eso me refería antes a la confianza, que, como apunta Mark Fisher en diálogo con Spinoza y Deleuze, es el afecto (creo que podría llamarlo así, aunque no estoy seguro) que rompe en clave de alegría la inseparable pareja esperanza-miedo. Hablando de nuevo en términos de bucles y espirales, esperanza-miedo forman un bucle y la confianza es la espiral que lo rompe aumentando la potencia de actuar.

Por ejemplo, el párrafo anterior he logrado redactarlo de manera más o menos fluida, pero también he pasado por algún bloqueo que me ha tenido en blanco durante un buen rato. ¿Cómo deseo que sea esta escritura que me he propuesto hacer? Quiero que sea una escritura a «vuelapluma», sin apenas borrar lo escrito ni editarlo, como si se tratase de enchufar un altavoz en mi cabeza y que mis manos reproduzcan lo que pasa por allí. Una escritura que no sea un medio para nada en particular (ni siquiera para que nadie más lo lea, aunque eso pueda ser bueno; o para que me sirva para una posterior elaboración y publicación en otros espacios y formatos; aunque eso también pueda ser bueno) y que sea un fin en sí mismo. La escritura como un «ejercicio espiritual», como dicen los estoicos, en el que tenga tanto valor el movimiento de los dedos y el sonido de las teclas como el conjunto de letras-palabras-frases-párrafos y las ideas que éstas compongan. Se trata de un ejercicio de vinculación mente-cuerpo, una manera de sintonizar y sintetizar la multitud de pensamientos que toman forma en mi cabeza cuando leo un libro (aunque también cuando veo una película o escucho una canción). Lo cierto es que también va implícito en este propósito que este ejercicio de escritura me sirva para afianzar las lecturas que hago. Leo mucho, a veces compulsivamente, y (casi) siempre tengo la sensación de que no tengo la capacidad de retener suficientemente las ideas, además de que no es suficiente con lo que leo. Así que, honestamente, también quiero que estas entradas (las que van etiquetadas como «meditaciones») sean una especie de borrador/repositorio de lo que voy leyendo. Lo que necesito es evitar la pretensión de que lo que escriba al respecto tendrá valor más allá de la propia entrada y ser consciente, una vez más, de que es tan importante lo que escriba como el hecho mismo de escribirlo.

Hoy es 1 de enero de 2022, así que lo mínimo que puedo hacer es que esta entrada sirva de ejemplo y chispa para encender la llama que quiero mantener viva de aquí en adelante en este blog. Veremos si, como tantos propósitos de año nuevo, éste acaba perdiendo fuelle o soy capaz de mantenerlo. Sin embargo, lo escrito hasta ahora no es más que un preámbulo a modo de reflexión/confesión. Puesto que este propósito no es solamente un soliloquio en torno a la necesidad de escribir, y también quiero registrar lecturas y reflexiones me parece importante hacer lo propio aquí y ahora mismo.

Manual para la vida feliz

Hace unos días, mientras trabajaba, en una de esas ocasiones en las que tuve el impulso de desconcentrarme, giré la cabeza para entretenerme mirando los libros de la estantería. En esa ocasión atisbé uno que me llamó especialmente la atención, y no pude resistir la tentación de cogerlo. Se trata de Manual para la vida feliz, un libro compuesto por Manual, una obra clásica del filósofo estoico Epictecto (que yo desconocía hasta ese momento) y que al parecer no escribió el mismo ya que, como Sócrates y otros filósofos de la Grecia Clásica optaron por compartir sus conocimientos únicamente por la vía oral, sino uno de sus discípulos, Arriano de Nicomedia; y la lectura de esta obra por Pierre Hadot, un eminente especialista en la filosofía de la Antigüedad grecolatina, a quien ya conocía y por quien quedé fascinado cuando leí su libro-entrevista La filosofía como forma de vida, una de esas joyas que requieren ser (re)leídas periódicamente. También había leído un texto de Hadot en otro libro titulado Filosofía para la felicidad, una obra parecida a Manual para la vida feliz, esta vez en torno a los escritos de otro filósofo griego clásico, Epicuro, acompañado de textos de otros filósofos contemporáneos, Carlos García Gual y Emilio Lledó. Aprovecho para mencionar que no es casualidad la semejanza entre ambos libros, los dos son parte de la colección «La niña de dos cabezas» de la maravillosa editorial Errata Naturae. Ya de por sí me parece una genialidad tomar textos clásicos y ponerlos a dialogar con filósofos actuales expertos en la materia, y me termina de conquistar cuando, además, lo hacen sobre dos corrientes filosóficas de las que me declaro seguidor: el estoicismo y el epicureismo. En cuanto a Epicteto, tenía presente que es uno de los mayores referentes del estoicismo gracias a la lectura de Cómo ser un estoico, en la que su autor, Massimo Pigliucci, «dialoga» con Epicteto para ir exponiendo las ideas clave del estoicismo. Sin embargo, mi acercamiento al estoicismo ha sido más a través de Marco Aurelio, particularmente de su obra Meditaciones (de ahí el nombre de la etiqueta que usaré para este tipo de entradas), así como del propio Hadot, del que hasta el momento había leído más referencias a Marco Aurelio. No quiero dejar de mencionar lo mucho que me llama la atención que dos de los mayores referentes de una corriente filosófica, el estoicismo, tuviesen vidas tan dispares: Epicteto fue un esclavo que tras ser liberado fundó su propia escuela; Marco Aurelio fue el emperador romano que gobernó el Imperio en su momento de máxima expansión. Por cierto, sirvan las menciones a los libros de este párrafo como recomendaciones para su lectura.

Volviendo a Manual para la vida feliz, he podido leer hasta ahora únicamente el Manual de Epicteto/Arriano, faltándome aún la lectura del mismo por parte de Hadot. Paso a comentar brevemente algunas cuestiones a modo de impresión de su lectura. Es un texto breve de apenas 40 páginas con un formato similar a las Meditaciones de Marco Aurelio, y también a los escritos de Epicuro: párrafos numerados sin una continuidad específica (más allá de que todos comparten ser reflexiones de Epicteto en las que expone su versión del estocismo como forma de vida) y por lo general breves. El estilo también es parecido al de Marco Aurelio y Epicuro, apelando muy directamente a un «tú» que bien podría ser él mismo (como es el caso de Marco Aurelio en sus Meditaciones) u otra persona (como ocurre con Epicuro, ya que de los pocos textos que han sobrevivido de él son cartas a amigos y discípulos en los que desarrolla su filosofía). En cualquier caso, bien podrían leerse hoy en día como un hilo de Twitter (en cuanto a formato) y como un libro de autoayuda (en cuanto al estilo). En cuanto al formato Twitter, alguna vez he pensado que molaría crear un bot que fuese twitteando periódicamente las Meditaciones de Marco Aurelio como si él mismo a día de hoy se dedicase a ello. Puesto que, como he mencionado, fue emperador de Roma, sus reflexiones twitteras hubiesen sido algo así como un «anti-Trump». Por lo que respecta al estilo de autoayuda, si bien este tipo de literatura ha sido ampliamente criticada (y con razón) como un arma de doble filo puesto que mientras que parece contribuir al bienestar de las personas no deja de ser funcional al capitalismo porque de lo que se trata es de ofrecer cuidados paliativos mentales/espirituales (¿es lo mismo?) para que el cognitariado quemado por el neoliberalismo vuelva a las filas de la producción, me pregunto hasta qué punto la autoayuda (también el mindfulness y demás actividades por el estilo) pueden (y deben) ser reapropiadas por los movimientos emancipatorios en la línea de lo que plantea el Comunismo Ácido de Fisher. Aquí abro una posible línea de pensamiento que conecte el formato-estilo de escritura de las escuelas de filosofía de la Antigüedad como el estoicisimo y el epicureismo como una propuesta política actual en términos de acción en el ámbito de la salud mental. De hecho, Epicuro (y también Sócrates) concebían la filosofía como una medicina para el alma (véase el Tetrapharmakón epicúreo), entendiendo el alma como un sinónimo de la mente en el sentido del atributo spinoziano.

En cuanto al contenido del Manual, su lectura es enormemente recomendable para quien quiera explorar el estoicisimo porque sintetiza muy bien algunas de sus ideas clave.

  • La primera es la distinción fundamental entre lo que está en nuestra mano y lo que no está en nuestra mano, es decir, lo que podemos controlar y lo que no podemos controlar.
  • Entender esto es la base del estoicismo ya que a partir de aquí desarrollan su propuesta ética. Ésta consiste, entre otras cuestiones, en limitarse a desear y rechazar únicamente aquello que está en nuestras manos, y aceptar todo lo que ocurra estando fuera de nuestro control.
  • En este sentido es muy importante otra distinción, las cosas no son lo mismo que la interpretación de las cosas. Cuando confundimos ambas dejamos que las interpretaciones nos afecten sin ser conscientes de que éstas no son la cosa en sí. Por tanto, se trataría de tender hacia la suspensión del juicio sobre las cosas y actuar según a impresión que obtengamos de ellas. Esto nos permite no dejarnos ofender ante las críticas, ni dejarnos llevar por las alabanzas.
  • En último término, cualquier daño y cualquier beneficio provienen de uno mismo, puesto que, si bien no podemos controlar lo que nos pasa, si que podemos ganar control en cómo reaccionamos ante lo que nos pasa.
  • Epicteto hace muchas referencias a cómo debe ser la actitud del filósofo, en términos de no hacer alardes ni grandes exposiciones teóricas (al menos, no entre quienes no están interesados en la filosofía) sino de directamente poner en práctica los principios teóricos que se quieren transmitir.
  • También, la vida del filósofo debe ser frugal y austera, limitando las posesiones y el consumo a lo mínimo necesario para llevar una buena vida, alejándose así de cualquier tentación de acumulación y ostentación.

Para terminar, me gustaría dejar por aquí una mención, a modo de camino abierto para recorrer en otro momento, a la lectura que hice ayer de Maneras de estar vivo, del filósofo Baptiste Morizot. Este libro (¡también editado por Errata Naturae!) se compone de seis ensayos y leí uno de ellos: «Combatir con las fieras propias: la ética diplomática de Spinoza». Este texto, desde la perspectiva animal que desarrolla Morizot, propone una contraposición de la «moral de las aurigas» propia de la filosofía dominante de Occidente, la platónica; y de la ética diplomática a partir de Spinoza. Ahí Morizot desarrolla algo que he pensado en varias ocasiones porque me despierta un gran interés: la manera en que Spinoza elabora su ética a partir del estoicismo.

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[Geología de](En) [los (medio)s] (de Spinoza)

Esta entrada es el registro de una configuración de intuiciones teóricas. Se trata de una exploración de conexiones entre diversas lecturas. Spinoza, (neo)materialismo, medios de comunicación digitales, estudios culturales, Fisher y el CCRU… Estos pueden ser algunos de los nodos, los principales al menos, de la red que quiero trazar aquí. Dos libros que recién he empezado a leer pueden servir como entrada: En medio de Spinoza (Deleuze) y Una geología de los medios (Parikka).

Comenzar este tipo de reflexiones por los propios libros, en tanto que dispositivos tecnológicos, me parece necesario para que el propio contenido de lo que voy a desarrollar a continuación sea coherente. Quiero decir que es importante prestar atención a los propios objetos que dan acceso a las ideas. No podrían ser transmitidas, en el caso de los libros, sin árboles o sin tinta. Tampoco sin las máquinas de imprenta, los vehículos que los distribuyen, los estantes en los que se lucen, el espacio de una librería, etc. Esto en cuanto a objetos pero, puestos a profundizar en esta reflexión preliminar, tampoco es posible pensar lo que quiero escribir aquí sin sujetos, es decir, personas trabajadoras que han dedicado su tiempo, energía y conocimientos a la producción de un artefacto que transmita ideas. En fin, un ejercicio de reconocimiento de la materialidad de la cultura y los medios. A grandes rasgos y realizado de manera extensa, este es el propósito de Parikka en su mencionada obra.

En cuanto al binomio Deleuze/Spinoza, es en cierto modo el núcleo o nodo central de esta red, en cuanto que le proporciona su base filosófica. Se trata de un binomio porque En medio de Spinoza es la transcripción de las clases de un semestre impartido por Deleuze en su universidad, en el que expone la filosofía spinozista al tiempo que la interpreta. Así, el Spinoza al que me aproximo es, sobre todo, el Spinoza de Deleuze. También a grandes rasgos, la vinculación de Spinoza con el ensayo sobre la materialidad mediático-cultural es que, para Spinoza, la realidad se compone de una única sustancia (a la que denomina Dios) con infinidad de atributos y modos de existencia. De todos los atributos, como humanos solo disponemos de dos: la extensión (el cuerpo) y la alma (o la mente). Por tanto, no hay separación ontológica entre cuerpo y mente, entre el mundo de los objetos y el mundo de las ideas, lo que fundamenta el argumento de que la cultura (alma-mente colectivas) es inseparable de su extensión (cuerpo), los materiales que la hacen posible.

La metodología a seguir en esta entrada es la composición de las lecturas de ambos libros: Una geología de los medios (GM), y En Medio de Spinoza (MS). En este sentido, se trata de establecer vínculos directos entre las dos obras, de manera que la composición resultante sea una aplicación de GM para  desarrollar una investigación sobre la realidad mediática actual fundamentada en los plantemientos de MS. El paradigma que artícula la composición es el neomaterialismo, o «nuevos materialismos contemporáneos», como los denomina Claudia Kozak en la presentación de GM. Dado que el neomaterialismo será la caja de herramientas conceptual que habilitará esta «caosmosis» (en términos de Deleuze & Guattari), es preciso detenerse en ella para entender cómo y por qué se construyen los vínculos entre GM y MS.

[CONTINUARÁ…]

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Cómo ser operaísta en el siglo XXI

En esta entrada quiero volcar mis impresiones en relación a la lectura del libro Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI, del sociólogo Erik Olin Wright (Akal, 2019). La motivación para leer este libro viene de un artículo publicado en el Instituto de Estudios Culturales y Cambio Social (IECCS), Modernizar la modernidad: tecnología y ecologismo como apocalipsis y utopía, de Pablo Beas y Manuel Romero. Ahí ponen a dialogar a tres libros, uno de ellos el de Wright y los otros dos Cuatro futuros (Peter Frase) y Comunismo de lujo totalmente automatizado (Aaron Bastani). Son dos obras que van a mi lista de lectura.

Por lo pronto, Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI (CSASXXI de aquí en adelante) quiero que sea, en uno de los hilos de lectura que sigo, una continuación de El sabio, el mercader y el guerrero (SMG), de Franco “Bifo” Berardi, uno de los últimos que he terminado. Me explico. Son dos ensayos que no tienen demasiado que ver en varios aspectos. Bifo es filósofo y Wright es sociólogo, así que sus registros son considerablemente diferentes. SMG son, como dice el propio Bifo, dos libros, en realidad: uno sobre la historia (en el sentido de “history” en inglés”) del movimiento operaísta-autónomo, surgido en la Italia de los ‘70 en plena transición entre el modelo capitalista industrial y el informacional (por denominarlo de alguna manera); y una historia (como “story” en inglés”) de la evolución del movimiento obrero en la segunda mitad del siglo XX, desde el rechazo al trabajo de los 60-70 hasta el surgimiento del cognitariado en los 90-00, pasando por la invasión neoliberal de los 80. Digo historia (de “story”) no en un sentido peyorativo por falta de veracidad, sino porque, como el propio Bifo dice al respecto, su libro no es de Historia (como disciplina) pero si cuenta una historia, formando un relato que articula la mencionada evolución del capital y el trabajo. Se trata de una lectura emocionante, pero también ardua (para mí, sobre todo al comienzo en lo que respecta a la historia del operaísmo).

En cambio, Wright explica en el prefacio a su obra que CSASXXI es intencionadamente un derivado divulgativo de su trabajo Construyendo utopías reales. Esto quiere decir que se trata de un libro razonablemente breve (170 pags.) diseñado para ser de fácil comprensión, lo que no quiere decir falta de rigor. El hilo que me gustaría tejer entre ambas, entonces, es encontrar en CSASXXI una propuesta clara y concisa de pensamiento-acción ante el panorama actual, considerando la visión que ofrece SMG de cómo hemos llegado hasta aquí.

Hace un tiempo vi en Twitter un meme, del mismo Manuel Romero que escribió el artículo del IECCS, en el que señalaba que el operaísmo era genial haciendo análisis pero se quedaba corto al hacer propuestas. Me dio que pensar, ya que, a raíz de seguir a Bifo y de la lectura de SMG, concretamente, tengo a este movimiento como un referente de pensamiento porque me parece que han sabido interpretar muy bien el curso de los acontecimientos y adaptar su cuerpo teórico a la actualidad. Puede ser cierto que no hayan logrado articular una propuesta concreta de intervención. Lo cierto es que no lo se. Para averiguarlo quizás sea una buena lectura a incorporar a esta reflexión la obra colectiva, editada por Caja Negra, Neo-operaísmo -NO- (Mauro Reis, comp.). En esos textos puedo encontrar la actualización a las tesis operaístas de Bifo en SMG (quién escribe un par de capítulos). Tomando por cierta la hipótesis de que el operaísmo falla en la parte propositiva, este texto se puede leer como un intento de respuesta a esta cuestión.

by: @ManuelRomeroFer (Twitter)

 

-¿Otro mundo es posible? -Sí

Wright comienza CSASXXI planteando un debate. Uno muy sencillo que aparece en cualquier conversación sobre el capitalismo. El argumento central de quienes defienden el capitalismo se puede resumir en que, aún reconociendo que la distribución de los recursos es desigual, este sistema ha aumentado el “nivel de vida” de gran parte de la población mundial mediante la producción y comercialización de bienes y servicios de consumo. Aún cuando pueda tener sus defectos, la clave está en que se presenta como el “mejor sistema posible”, refrendando esta afirmación en los fracasos de los así llamados comunismos durante el siglo XX, destacando el de la URSS (otro debate sería si merecen ser llamados sistemas comunistas, lo cual es más que dudoso). El cuestionamiento al capitalismo, por otra parte, se centra en señalar que el capitalismo genera pobreza en la abundancia. Es decir, al mismo tiempo que aumenta enormemente la producción, el dinamismo y la innovación, aumentando las posibilidades de agencia humana, las constriñe limitándose a un modelo enfocado hacia el crecimiento acumulativo que aumenta la desigualdad, o, dicho de otro modo, a la “desigualdad acumulativa”.1

El capitalismo actuaría entonces como un doble movimiento, de ampliación y limitación de posibilidades, contradictorio, al modo del double bind, o doble vínculo, que Bifo toma del cibernético Bateson. Este diagnóstico es, también, el núcleo del análisis y crítica al capitalismo que se realiza desde el aceleracionismo de izquierdas. Abriendo un breve paréntesis, este es un movimiento que también me interesa enormemente y del que quiero explorar sus vínculos con el (neo)operaísmo para la composición de una propuesta política. Al respecto, considero que la obra de Mark Fisher puede leerse como una síntesis virtuosa del aceleracionismo (trabajo mano a mano con sus principales teóricos, Nick Snircek y Alex Williams, en el contexto del CCRU en Warwick), y uno de sus textos aparece en la compilación que Caja Negra dedica a este movimiento, realizada también por Mauro Reis con Armen Avanessian; con componentes operaístas, visibles en la influencia de Bifo en su obra. El hecho de que ambos movimientos (aceleracionismo y operaísmo) sean recogidos por la misma colección de Caja Negra (quien también publica a Fisher en español) me anima a explorar esta constelación teórica, de la que considero que puede salir una propuesta anticapitalista posible y potente. Y es en este punto donde tiene interés la obra de Wright.

La cuestión fundamental, según Wright, está en si son posibles la productividad, el dinamismo y la innovación capitalistas pero sin sus efectos dañinos. De nuevo aquí hay sintonía con el aceleracionismo, en su afirmación de que no es posible atacar al capitalismo desde un “Afuera” y, de hecho, no es necesario ni deseable desechar lo que el capitalismo genera, tratándose más bien de una reapropiación (puesto que la historia del capitalismo se puede entender como la continua y constante apropiación del valor y la riqueza colectivas) de los modos y los medios capitalistas. No se trata de rechazar de pleno, menos aún si se hace desde un supuesto purismo (lo que Fisher denomina ácidamente anarcohippismo primitivo), si no de distinguir entre formas y contenidos para recomponer los ensamblajes de la sociedad (por expresarlo en los términos composicionistas que propone Bifo como metodología en SMG).

Retomando CSASXXI, Wright plantea que los dos relatos mencionados respecto del capitalismo componen el debate anclado en las “realidades del capitalismo”. Esta afirmación me lleva inmediatamente a Fisher y su realismo capitalista, a través del que afirma que el éxito del capitalismo está en presentarse, ya no como la mejor alternativa, sino como la única. Para ello, boicotea y se apropia de prácticamente cualquier crítica y alternativa que se le enfrente. La síntesis del debate la expone Wright mediante enfrentamiento de los dos lemas más significativos de las últimas décadas: el “No Hay Alternativa” (TINA por sus siglas en inglés) de Thatcher frente al “Otro Mundo Es Posible” del Foro Social Mundial. El TINA es también para Fisher la mejor síntesis de la estrategia capitalista desde la reacción ofensiva neoliberal de la década de los 80. De ahí que el subtítulo de Realismo Capitalista sea “¿No hay alternativa?”. Así, con dos meros signos de interrogación (uno en inglés) Fisher posibilita abrir el candado neoliberal y sintonizar con el lema del Foro Social Mundial.

A la pregunta de Fisher en su libro, Wright responde afirmativamente. De hecho, la tesis central de CSASXXI es que otro mundo más prospero para la humanidad es posible, que los elementos de ese mundo están presentes en el actual, y que hay formas de transitar hacia allá. Esto es un anticapitalismo no como actitud moral, sino como práctica. La cuestión es, por lo que respecta a este texto, cuáles de esas formas y prácticas propuestas por Wright se componen, como diría Bifo rimando con Spinoza, con la corriente (neo)operaísta.

¿Qué es el operaísmo?

Me he dado cuenta de que he llegado hasta aquí hablando de operaísmo sin haber aclarado qué es. Vamos a ello antes de continuar la lectura de Wright. Atendiendo a Reis en la introducción que escribe a la mencionada compilación sobre este tema, el elemento definitorio, por ser la innovación teórico-práctica con respecto a las tradiciones revolucionarias precedentes, es la modificación en la relación causal entre clase y capital. El operaísmo afirma que no es el capital el que determina a la clase, sino al revés, la clase determina al capital. Esto es, entender el capital como una relación social en la que tiene prioridad la clase. Esta inversión de paradigma es fascinante porque coloca al capitalismo en una posición reactiva, mientras que la clase tiene la iniciativa. Así podemos pensar y actuar desde una posición ofensiva y no únicamente defensiva. El movimiento está de parte de la clase y es el capital el que se adapta para mantenerla sometida. El desarrollo capitalista conduce las energías del motor de cambio, que es la clase obrera, hacia la acumulación desigual de la riqueza colectiva. Aquí hay una resonancia al aceleracionismo, en el sentido de que también este movimiento sitúa al capitalismo en una posición reactiva, al verse obligado a contener el potencial que genera para justificar su existencia. El aceleracionismo, entonces, apunta a arrebatar las riendas al capital y que sea la propia clase quien conduzca las energías que genera por sí misma.

Otro elemento sustancial del operaísmo es la «coinvestigación». Partiendo de que el capital se ajusta a los movimientos de la clase, entonces es necesario un análisis permamente que se mantenga actualizado respecto de las formas de organización y lucha obrera, y de la reestructuración del desarrollo capitalista como respuesta. Para ello es fundamental la coinvestigación entendida, según Reis, como «el trabajo de investigación que deriva de la interacción de los diferentes sujetos en el proceso que, de este modo, rompe con la relación sujeto-objeto de la investigación tradicional». Se trata de un modo de investigación colectivo, transversal y militante, enfocado a ser una «metodología para la producción de conocimientos y la organización política», situada en los movimientos que tienen lugar en la realidad inmediata. Tiene por objetivo, también, la generación de un vocabulario (nuevo o renovado) que posibilite la expresión y subjetivación de las luchas y que se legitime por construirse en los propios procesos de lucha concretos. De esta forma, la coinvestigación no es ya un ejercicio de identificación y representación de lo dado, si no de generación de nuevas perspectivas y espacios de conflicto.

La prioridad de la clase sobre el capital y la coinvestigación son, según Reis, dos de las principales razones que han permitido al operaismo mantener un repertorio teórico y práctico en constante actualización y con una capacidad de renovación acorde a la evolución del capitalismo. Esto ha supuesto, paradójicamente si atendemos al nombre de esta corriente-movimiento (operaio significa obrero en italiano), abandonar el concepto de «obrero» como figura central de la lucha de clase, e, incluso, la centralidad de cualquier otro sujeto social. Esto lleva al tercer punto elemental del operaísmo: la necesidad de generar una subjetividad no capitalista que se oponga al relato neoliberal (individualismo, competencia y deuda). Habría entonces que realizar un doble movimiento, uno de desubjetivación y otro de resubjetivación en clave colectiva. Esto me recuerda a la «destitución subjetiva» que propone Fisher en su análisis de la película V de Vendetta, una entrada de su blog titulada «Políticas de la des-identidad». Ahí, afirma que, en términos de identidades, no se trata de buscar el reconocimiento y el respeto de la clase dominante, sino de derrumbar todo el aparato clasificatorio para posibilitar la emergencia de una nueva clase revolucionaria.

[CONTINUARÁ…]

1Este concepto lo utiliza Víctor Sampedro en Dietética Digital. Concretamente, lo hemos aplicado en el capítulo del Recetario dedicado al episodio de Black Mirror “Caída en picado” (3×01). Ahí introducimos ese término en el contexto de un análisis del capitalismo cognitivo centrado en los efectos sociales de las redes digitales. https://dieteticadigital.net/plato-3-comida-que-da-hambre/

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Alfabetización digital para la juventud: una mirada hacia el futuro

Artículo publicado originalmente en el Número 103 (octubre de 2020) de COMeIN, la revista de los Estudios de Ciencias de la Información y la Comuninación de la Universitat Oberta de Catalunya.


A medida que las tecnologías digitales median cada vez más aspectos de nuestra vida, crece la urgencia de preguntarnos cómo las sociedades actuales se relacionarán con ellas en el futuro. Más aún teniendo en cuenta que la pandemia de la COVID-19 ha forzado y acelerado una digitalización de nuestros hábitos y actividades, así como que la crisis sociosanitaria obliga a resolver los múltiples problemas asociados, mientras que nuestra capacidad de planificar mirando al futuro se vuelve prácticamente nula.

Quien dentro de cinco, diez, veinte años tendrá que lidiar con las transformaciones estructurales que estamos experimentando será, claro está, la juventud presente. Hay quien habla ya de la generación pandemial, aunque no está muy claro si se trata de los millennials o los centennials, o ambos. La mayoría de las personas de estas generaciones tienen entre 15 y 29 años, aproximadamente, y han crecido con y en internet.

Entonces, ¿cómo será la ciudadanía digital del futuro? Algunos escenarios: (1) puede que sea competente (técnicamente) para insertarse en el mercado laboral digitalizado, pero acrítica con la degradación social y política; (2) o es posible que prime el individualismo y busque aprovechar las regulaciones legales y algorítmicas para emprender por cuenta propia; (3) o, quizás, se enfoque en la organización y la acción colectivas para buscar formas de vida más sostenibles y democráticas (Macgilchrist, Allert y Bruch, 2019). Estas visiones del futuro, o cualquier otra, dependerán de las decisiones que ahora tomemos como sociedad. Especialmente, del tipo de alfabetización digital que desarrollemos: los valores, las habilidades, las perspectivas y las prioridades que adquieran la juventud sobre las tecnologías digitales.

El Barómetro Jóvenes y Expectativa Tecnológica 2020 ofrece algunas pistas. Una de las conclusiones del informe es que la brecha digital no es una cuestión técnica, sino social y económica. No se trata de tener acceso o no, sino cómo y en qué condiciones (una de las consecuencias de la crisis de la COVID-19 es la profundización de esta brecha). La cuestión de clase también se hace patente en los usos y las prácticas, siendo más diversas entre los jóvenes de clase media-alta. Por lo general, los jóvenes españoles encuestados afirman tener un nivel alto de competencias digitales. Aun así, más de un tercio acusa «desconocimiento sobre destrezas que debería mejorar». Las principales fuentes de alfabetización digital son autodidactas y entre pares, al tiempo que un tercio de los encuestados echa en falta «oportunidades formativas». Cuanto más formales son las vías de alfabetización (cursos, consultas a profesores, formación en el centro educativo), menos acogida tienen entre los jóvenes.

Estas impresiones indican que es necesario expandir los horizontes formativos de la alfabetización digital. La educación social, como pedagogía amplia que se ocupa de la inclusión de las personas en la sociedad, es un ámbito de intervención idóneo para desarrollar iniciativas de alfabetización digital. Podemos optar por continuar la vía predominante en la educación formal, con los enfoques «pragmáticos» centrados en la adquisición de competencias técnicas e instrumentales para la inserción en el mercado laboral. Otra opción es explorar una educación social digital (ESDigital), que desarrolle iniciativas de alfabetización basada en valores como la conciencia crítica, la ética y la emancipación. Así, la juventud podría utilizar las tecnologías digitales para participar en la deliberación y toma de decisiones que determinarán el futuro de la sociedad.

 

Para saber más:

Macgilchrist, F.; Allert, H.; Bruch, A. (2019). «Students and society in the 2020s. Three future ‘histories’ of education and technology». Learning, Media and Technology, vol. 45 (1), p. 76-89. DOI: https://doi.org/10.1080/17439884.2019.1656235

«Educación Social Digital: juventud, ciudadanía activa e inclusión» (ESDigital). Proyecto I+D de Generación de Conocimiento de la Agencia Estatal de Investigación. Referencia: PGC2018- 095123-B-I00.

 

Cita recomendada

FERNÁNDEZ DE CASTRO, Pedro. Alfabetización digital para la juventud: una mirada hacia el futuro. COMeIN [en línea], octubre 2020, no. 102. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n103.2073

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Europa ante la nueva ola conservadora

18 de mayo, a ocho días de las elecciones europeas, bajo el cielo lluvioso de la plaza del Duomo, en Milán. Allí tuvo lugar el mayor evento de campaña organizado por las fuerzas políticas que componen la corriente de derechas radicales o nacionalpopulismos europeas. El objetivo: mostrar músculo y dar sensación de unidad, además de avalar a la cabeza de este movimiento, el líder de la Liga, ministro de Interior y vicepresidente de Italia, Matteo Salvini. Éste, ejerció como anfitrión -en la ciudad donde dio sus primeros pasos como político- y como maestro de ceremonias (abriendo y cerrando el acto). Le acompañaron los líderes y miembros de casi una docena de formaciones aliadas. Destacó la presencia de Marine Le Pen, del francés Reagrupación Nacional (antiguo Frente Nacional); Geert Wilders, del Partido por la Libertad neerlandés; y Jorg Meuthen, de Alternativa por Alemania.

Junto a ellos, había políticos procedentes de Finlandia (Verdaderos Fineses), Dinamarca (Partido Popular Danés), Austria (Partido de la Libertad Austriaco), República Checa (Partido de la Libertad y la Democracia Directa), Bulgaria (Voluntad), Bélgica (Interés Flamenco), Eslovaquia (Somos Familia) y Estonia (Partido Popular Conservador). Todos ellos serán, supuestamente, parte de un potencial grupo parlamentario europeo que se conformará tras las elecciones: Alianza Europea de los Pueblos y las Naciones.

Esa tarde parecía materializarse la versión europea de la Internacional Nacionalista -por muy contradictorio que suene-, que viene tomando forma, al menos, desde las victorias del Leave en el Brexit y de Trump en las presidenciales estadounidenses en 2016. A simple vista, podría pensarse que se trata exclusivamente de fuerzas originales que han surgido y crecido en cada territorio de manera espontánea y que han logrado ponerse de acuerdo por sí solas. Nada más lejos de la realidad, este fenómeno, tal y como apunta el informe de la Fundación porCausa La Franquicia Antimigración: cómo se expande el populismo xenófobo en Europa, responde a una coordinación más compleja en la que toma parte una amplia red de personas y organizaciones ultraconservadoras que desde Rusia a Estados Unidos están influyendo en el Viejo Continente.

La adaptación libre del concepto empresarial de franquicia sirve para explicar el funcionamiento de esta organización y expansión del populismo xenófobo. El término utilizado hace referencia a los dos ejes en torno a los cuales estas fuerzas políticas se han aglutinado y han sido capaces de construir enemigos comunes: la élite de Bruselas y las personas migrantes. Una franquicia es un acuerdo entre dos partes -franquiciador y franquiciado- mediante el cual, el primero cede una serie de recursos y estrategias al segundo para que las aplique a un mercado determinado. De este modo, el vendedor de la idea original logra implantar su modelo en lugares a los que no había llegado aún y el franquiciado consigue aumentar su presencia en el mercado sin tener que desarrollar un modelo propio.

Bajo esta lógica, aquella tarde en el escenario del mitin pudimos ver a muchos de los franquiciados dando cuenta del éxito de esta fórmula: el señalamiento de las élites de Bruselas y de la migración como los problemas a resolver para recuperar la identidad y la soberanía nacionales. Así, la Liga ha pasado de ser un partido marginal que abogaba por el secesionismo de la Padania a gobernar en coalición en Italia bajo el lema de “los italianos primero” y aspirar a convertirse en el partido más fuerte del país, según los sondeos.

Le Pen y Reagrupación Nacional llegaron a segunda vuelta de las presidenciales en 2017, algo que no lograban desde 2002, y pugnarán con Macron y su partido por ser el más votado en las europeas. En Países Bajos, Wilders y su Partido por la Libertad lideran la oposición parlamentaria, mientras que ahora compite con Foro por la Democracia (un partido de reciente creación pero que es ya primera fuerza en el Senado) para encabezar el populismo xenófobo neerlandés. Alternativa por Alemania es la tercera fuerza parlamentaria, solo por detrás de democristianos y socialdemócratas, en un país poco dado a los extremos desde la II Guerra Mundial.

No son los únicos, puesto que en esta amalgama de franquiciados también encontramos a partidos que no parecen dispuestos a integrarse en el posible “supergrupo” de la Alianza Europea de los Pueblos y las Naciones -AEPN-, pero que responden a los mismos intereses. El Fidesz húngaro de Víktor Orbán es el caballo de Troya en el Partido Popular Europeo -PPE- (donde comparte grupo con el Partido Popular de Pablo Casado). Ley y Justicia, en Polonia, pertenece al grupo de Conservadores y Reformistas Europeos -CRE- (una escisión del PPE), el grupo en el que con mayor probabilidad se integrará Vox cuando obtenga representación en el Parlamento Europeo. Ambos gobiernan con mayoría absoluta en sus respectivos países por lo que son dos de los franquiciados más relevantes y su decisión de integrarse o no en la coalición de Salvini determinará qué estrategia parlamentaria seguirá la Franquicia.

De una parte, un “supergrupo”, que sería el AEPN con la potencia suficiente para condicionar y boicotear a la Gran Coalición que hasta ahora han formado el PPE y el Partido Socialista Europeo -PSE-. De otra, mantener la composición actual para forzar al PPE a romper la Gran Coalición y virar hacia el CRE, de modo que se imponga una agenda política centrada en la devolución de competencias a los países (especialmente en la gestión de las fronteras y las migraciones).

Que opten por una u otra dependerá los propios resultados electorales pero también las diferencias entre los franquiciados, especialmente en materia económica (de proteccionistas a ultraliberales) y de política exterior (la cercanía a Rusia de Salvini y Le Pen es de los principales escollos para la confluencia de Ley y Justicia, marcadamente atlantista, y, en menor medida, de Orbán).

La trama que lleva a Europa por el populismo xenófobo

Tras la puesta en escena de Milán, entre las bambalinas del escenario podríamos haber encontrado, figuradamente, a una serie de actores que es necesario conocer para dar cuenta del alcance de esta corriente. Entre los franquiciadores, hay un nombre que sobresale: Steve Bannon. Desde que dirigiese la exitosa campaña electoral de Donald Trump en 2016 se ha hecho un personaje público cada vez más conocido. Antes de dedicarse a la asesoría política, trabajó como inversor financiero en Goldman Sachs y fue productor cinematográfico y empresario de medios de comunicación, entre otras ocupaciones.

En esta última etapa, sus proyectos más conocidos han sido Cambridge Analytica, la empresa de minería y tratamiento de datos aplicados a procesos electorales (como el Brexit y las presidenciales estadounidenses) que saltó a la fama tras una filtración de uno de sus propios trabajadores y Breitbart News, el medio de comunicación que se autodenominó como la plataforma mediática de la Alt-Right anglosajona. Ambos fueron financiados por Robert Mercer, ingeniero informático y multimillonario estadounidense gracias a un fondo de inversión, Reinassance Technologies, que utiliza Inteligencia Artificial para realizar predicciones financieras. Por supuesto, también fue uno de los mayores donantes para la campaña de Trump.

Tras romper relaciones tanto con Trump como con Mercer, Bannon trazó un plan para expandir a Europa la agenda nacionalpopulista y ultraconservadora. Para ello, puso en marcha la fundación The Movement, afincada en Bruselas y que pretende servir como punto común para todas estas fuerzas políticas. Sin embargo, su desembarco en Europa ha despertado, al menos de cara a la opinión pública, ciertas reticencias.

Por ejemplo, tanto Le Pen como Wilders han manifestado su rechazo a adherirse formalmente: se niegan a dejar en manos de un estadounidense los asuntos europeos. No ha tenido tantos remilgos Salvini, quien, al contrario, manifestó públicamente su entusiasmo por la iniciativa. Por tanto, si Salvini, líder de la coalición, cuenta con Bannon, su influencia (aún siendo difícil de determinar con precisión) es un elemento a tener en cuenta.

Lo que vimos en Milán es un paso más hacia la consolidación de su estrategia, la conformación del ya mencionado “supergrupo” nacionalpopulista. Para ello, el propio Salvini ha viajado por Europa para reunirse frecuentemente con sus aliados, hasta el punto de que en lo que va de año apenas ha pasado 17 días en su ministerio.

Sin embargo, hay que tomarse el papel de Bannon con cautela. El estadounidense es un especialista en manipular la opinión pública a su favor y el personaje que se ha construido es capaz de acaparar toda la atención mientras se deja de atender a otros actores relevantes de esta corriente. Como, por ejemplo, Robert Shillman, que, al igual que Robert Mercer, también es ingeniero informático y ha amasado una fortuna multimillonaria gracias a una empresa de producción de equipos de visión virtual, Cognex Corporation. Shillman es otro promotor de causas de la derecha radical, habiendo financiado para ello The Rebel Media, una plataforma mediática que ha sido catalogada como la Breitbart canadiense. Forma parte de la junta directiva del think tank islamófobo y pro-israelí David Horowitz Freedom Center.

Esta organización es una de las financiadores habituales de Geert Wilders y su Partido por la Libertad. Además, Wilders ha sido invitado con frecuencia a los Estados Unidos por el Horowitz Freedom Center y el Gatestone Institute, otro think tank islamófobo, financiado por Rebekah Mercer (hija de Robert Mercer), y del cual ha sido presidente el actual Secretario de Seguridad Nacional de la Administración Trump, John Bolton.

Gatestone es una fuente habitual de los portales de (des)información que diseminan por las redes todo tipo de bulos sobre personas migrantes, y para medios de comunicación rusos cercanos al Kremlin como RT y Sputnik. Además, la cadena estadounidense NBC desveló cómo unas cuentas de Twitter ligadas a la Internet Research Agency -una compañía rusa también cercana al Kremlin y dedicada ejercer influencia en favor de los intereses del país- compartían contenido del Gatestone Institute.

En Rusia encontramos también a promotores merecedores de mención. Konstatin Malofeev es un empresario multimillonario ruso, propietario de Marshall Capital, el fondo de inversión más grande del país. Al igual que Mercer y Shillman, ha utilizado sus recursos económicos para crear plataformas mediáticas. En su caso, fundó Tsagrad TV, de perfil similar a Fox News (de hecho, contrató a Jack Hannick, ex productor de dicha cadena para ponerla en marcha). También fundó y preside un think tank, Katehon, que sirve de altavoz para uno de los ideólogos más importantes del actual panorama ruso: Aleksandr Dugin.

Por si esto fuera poco, también creó la Fundación San Basilio el Grande, también la más grande de Rusia. En esta entidad trabaja también uno de sus más estrechos colaboradores, Aleksey Komov, quien ha trazado conexiones con organizaciones ultraconservadoras estadounidenses como el Congreso Mundial de Familias, dedicado a promover valores familiares tradicionales y atacar al colectivo LGTBIQ.

Komov también ha participado en conferencias organizadas por el Instituto por la Dignidad Humana (IDH), fundado y presidido por Benjamin Harmwell, ex asesor del diputado británico torie Nirj Deva, también director del Bow Group, un think tank extremista católico y eurófobo. El presidente del IDH es el cardenal Raymond Burke, quien lidera la corriente más crítica contra el Papa Francisco, especialmente por su postura abierta sobre la migración. En esta organización participa activamente el propio Steve Bannon que, por obra y gracia del gobierno italiano, ha logrado que le cedan un monasterio en Trisulti, a las afueras de Roma, para que haga de sede del IDH. El objetivo es convertirlo en una academia para “la defensa de los valores judeocristianos y de Occidente” y formar a la «próxima generación de líderes nacionalistas y populistas».

La versión española: Rafael Bardají y CitizenGo

En lo que respecta a España, Vox se conecta a toda esta matriz mediante Rafael Bardají, miembro de su Comité Nacional. Bardají ha sido, entre otras cosas, consejero de Seguridad Nacional durante la presidencia de Aznar y director de Política Internacional del think tank aznarista FAES. Ha viajado a Estados Unidos a reunirse con Bannon en varias ocasiones y mantiene el contacto con John Bolton y otros altos cargos de la Administración Trump pertenecientes a la corriente neocon, con quienes coincide en organizaciones como la fundación Friends of Israel Initiative, desde la que se promueve la integración de Israel en Occidente, y se la perfila como un ejemplo a seguir en la defensa del territorio frente a las ‘invasiones islámicas’. Bardají ha sido clave para Vox porque ha traído el estilo y la estrategia trumpista desde el otro lado del Atlántico, lo que le ha permitido pasar del 0,2% en las elecciones generales de 2016 al 10,26% del pasado 28 de abril.

Por otra parte, una investigación de OpenDemocracy, recientemente reveló el entramado en torno a CitizenGo, la rama internacional de HazteOir, dedicado a financiar indirectamente y promover el ideario de Vox. Mantiene relaciones con organizaciones estadounidenses similares como ActRight, la cual recaudó fondos para la campaña de Trump.El presidente de HazteOir y CitizenGo, Ignacio Arsuaga, ha asistido como conferenciante en varias ocasiones a eventos del Congreso Mundial de Familias. La última reunión, en marzo, tuvo lugar en Verona y contó, entre sus asistentes, a Matteo Salvini.

Perspectivas de futuro ante las elecciones europeas

Esta maraña de nombres denota el impulso de una nueva oleada conservadora que trata de hacerse hueco y recuperar los espacios de poder. Para ello, como decíamos, la estrategia actual es la del populismo xenófobo. La xenofobia porque permite construir un eje en torno a la migración en el que la postura antimigratoria está dando muy buenos resultados electorales. Esto se debe a que la culpabilización de las personas migrantes, que se sitúan en una de las posiciones de mayor debilidad de la escala social y apenas tienen posibilidad de réplica en el debate público, permite satisfacer las aspiraciones populares de protección y recuperación de identidad y soberanía, ambas en clave nacional y excluyente. El populismo porque es utilizado para construir un antagonismo ficticio entre el pueblo y la élite. Es ficticio porque, como hemos visto, quienes se arrogan ser parte del pueblo y sus defensores no son más que la parte más conservadora de la élite (o están apoyados por ella) tratando de desplazar a los sectores elitistas más progresistas, predominantes durante la ya fracasada Globalización de los 90.

Las elecciones europeas son un momento clave porque la Unión Europea es uno de los pocos bastiones que le quedan aún a los globalistas. El actual panorama geopolítico da muestras de un reordenamiento de la correlación de fuerzas, con la emergencia de una superpotencia, China, que rivaliza con la hasta ahora hegemónica, EE.UU., y con Rusia recuperando gran parte de su relevancia como actor internacional.

En esta reorganización, Europa es la que sale peor parada por la ceguera continuista por el camino neoliberal, mientras que a su alrededor y en su interior triunfan las alternativas por la vía autoritaria. La falta de cohesión interna, que muy probablemente se acentúe después de las elecciones, es el peor síntoma del desmoronamiento de un actor que, ahora más que nunca, debería ser capaz de abrir un tercer camino que ahonde en un federalismo redistributivo que sirva de dique de contención ante la oleada conservadora que recorre el mundo.

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Tecnología al servicio de la xenofobia

[Texto publicado originalmente en CTXT]

En las elecciones generales del 28A España perdió su condición de excepción como dique institucional ante la ola de populismo xenófobo que recorre Europa (y el resto del globo). Ostentaba este rango junto a Irlanda, Luxemburgo y Portugal. En los demás países europeos o bien tienen ya presencia en los parlamentos nacionales –incluso como líder de la oposición en Alemania, Países Bajos y Suecia– o han alcanzado el poder ejecutivo en coalición con otras fuerzas políticas, como en Italia y Austria, o gobiernan en solitario con una mayoría arrolladora, véase el caso de Hungría y Polonia. Sorprende, entonces, la poca atención que se presta a la situación europea, más allá de un acicate del miedo al monstruo para incentivar la asistencia a las urnas, y, más aún, la inexistencia de propuestas para incidir en la Unión Europea.

En este mundo interconectado (también hiperconectado) la necesidad de mirar más allá de las fronteras nacionales es una obligación de cara a revivir la política como espacio en el que se toman decisiones efectivas y soberanas. Por eso, las elecciones europeas serán un momento fundamental para determinar el rumbo que tomará la Unión Europea, con dos opciones poco halagüeñas: continuismo neoliberal mediante la Gran Coalición (socialdemócratas y populares) con el necesario apoyo de los liberales; viraje hacia el autoritarismo (no ya económico, algo común a ambas opciones, sino también político) con la conformación de un grupo populista xenófobo con el suficiente peso para bloquear ese camino y recalibrarlo hacia uno que levante aún más los muros de la Fortaleza Europa. Son las opciones que venimos barajando desde 2016, como atestiguan los resultados del brexit, con la victoria del Leave, y de las presidenciales estadounidenses, con la victoria de Trump. Ambas respuestas fueron una negación al proyecto de las actuales élites europeas y estadounidenses, respectivamente, y, por tanto, una impugnación de la globalización tal y como se diseñó en la década de los 90. En ambas tuvieron un papel fundamental un uso y aprovechamiento del funcionamiento de las plataformas digitales comerciales (Facebook, Instagram, Whatsapp, Youtube, Twitter) y de herramientas de análisis de datos, véase el escándalo de Cambridge Analytica como ejemplo más flagrante. En este texto, abordamos los elementos que están posibilitando la emergencia y expansión de estos movimientos, con especial foco en su estrategia digital.

La coordinación del populismo xenófobo

El auge de este tipo de movimientos por todo el globo en los últimos años es más que notable. Basta echar un vistazo al panorama en lugares tan dispares como Australia, Filipinas, Turquía o Brasil para comprobarlo. Dos componentes esenciales les han permitido experimentar ese espectacular crecimiento. De una parte, el populismo utilizado más como una estrategia y un estilo que como una ideología política. La confrontación entre pueblo y élite con tintes nacionalistas tiene más de retórica que de realidad. Quienes lideran estos movimientos no son más que un determinado sector de la élite, embarcados en una operación de sustitución de una clase dominante por otra, cuya intención es (re)globalizar el planeta en sus propios términos, enfrentados más por valores morales y culturales que materiales y económicos. De otra, el rechazo del otro–excluido de una supuesta comunidad nacional mitológica, ficticia e idealizada– es el vehículo elegido. La xenofobia, materializada en una clara postura antimigración (el migrante como amenaza, como invasor, etc), es lo que vertebra las reclamaciones de identidad y soberanía de los territorios y poblaciones más afectados por la globalización, construyendo una identidad colectiva en negativo –por exclusión– y una soberanía en términos nacionales que desemboca en un cierre de fronteras miope y suicida. Esto se concreta en una fórmula que estas fuerzas políticas replican con descaro y que, hasta el momento, les está garantizando el éxito electoral.

Un reciente informe publicado por la Fundación porCausa explica este fenómeno mediante el concepto de la Franquicia Antimigración. Esta adaptación libre del modelo empresarial trata de profundizar en la coordinación de estas fuerzas políticas y cómo están logrando expandirse. Una fuerza política nacional haría las veces de franquiciado, llegando a un acuerdo con el franquiciador para que éste le proporcione una serie de herramientas para ganar terreno en el mercado, en este caso electoral. Así, por todo el mundo, y concretamente en Europa, observamos cómo partidos populistas xenófobos replican una serie de discursos y estrategias que, a pesar de su apariencia de espontaneidad y originalidad, no son más que la importación de un modelo externo cuyo objetivo es ganar el suficiente poder institucional para hacer virar la agenda política hacia sus intereses. El ejemplo más claro de franquiciador lo proporciona Steve Bannon, que no por casualidad antes de ser asesor político ya era empresario, y la fundación The Movement, creada por él mismo en Bruselas con el objetivo de expandir el nacionalpopulismo en Europa, tras probar con éxito su fórmula y colaborar activamente en las ya mencionadas victorias del Leave en el brexit y de Trump en 2016 –en ésta última como jefe de campaña.

Este modelo, que no se reduce a Bannon y su círculo aunque sean su máximo exponente, utiliza la migración como eje central, en el que se posicionan claramente como antimigratorios. Así, Franquicia utiliza la (anti)migración como el producto “estrella” de su catálogo, al comprobar que le garantiza unos buenos resultados electorales. Esta postura se apoya en tres tipos de argumentos que estas fuerzas políticas repiten una y otra vez a pesar de carecer de cualquier fundamentación empírica: económicos (“nos quitan el trabajo”, “agotan los servicios públicos”); culturales (“no se integran”, “no respetan nuestras tradiciones”); y securitarios (“entre los refugiados puede haber terroristas”, “hay que cerrar las fronteras para recuperar nuestra soberanía”). Además, se compone de tres elementos: islamofobia (estigmatización de los musulmanes por encima de migrantes latinos, eslavos, etc); aporofobia (rechazo al migrante únicamente cuando es pobre); y crimigración (asociación entre migración y aumento de la criminalidad). El informe identifica una serie de elementos comunes, así como otros elementos flexibles a la adaptación de cada franquiciado para garantizar una implantación óptima. Uno de los que comparten es, como adelantábamos al comienzo, un uso concreto de las tecnologías digitales. En lo que sigue, realizaremos una aproximación a las dinámicas que el populismo xenófobo pone en marcha en el entorno digital para difundir estos mensajes, contagiar el discurso del resto de fuerzas políticas e influir en los procesos electorales.

Economía de la atención, muros y trolls

El entorno comunicativo actual, cada vez más digitalizado, se rige por la economía de la atención. Con la emergencia y difusión de las Tecnologías de la Información y de la Comunicación (TIC) la cantidad de información a la que podemos acceder aumentó exponencialmente, lo que provoca que el ecosistema comunicativo cambie radicalmente. El paso de una (relativa) escasez de información a una abundancia de la misma hace que pierda valor. Por contra, lo que adquiere valor es el recurso necesario para consumirla, la atención humana. Son los emisores de información los que compiten por captar la atención de los receptores, de modo que sus mensajes puedan tener efecto. Es necesario hacer hincapié en que para las plataformas digitales comerciales (en sentido literal, pues comercian con nuestros datos) se cumple la fórmula de “más vale cantidad que calidad”, es decir, cuanto más contenido, mejor. Sin embargo, esto no quiere decir que tengan que asegurarse de que lo que circula por su plataforma es verídico o no. Les vale con atiborrarnos de contenido sin mayor criterio que el de crearnos la necesidad de interactuar sin cesar. En estas condiciones, la sobresaturación informativa que copa nuestra atención aniquila la crítica, entendiendo a ésta como la capacidad de discernir entre lo verdadero y lo falso. Así, todos colaboramos en mayor o menor medida a que los bulos se propaguen por las redes y a que saquen provecho de ello los Trump, Bolsonaro, Vox y compañía, en lo que Víctor Sampedro denomina pseudocracia –régimen de la mentira–.

Dentro de este panorama general, como decíamos, las plataformas basan su modelo de negocio en la recolección y extracción masiva de datos personales, los cuales son vendidos a todo tipo de clientes que luego los utilizan para perfilar sus mensajes publicitarios y/o propagandísticos. Cuanto más tiempo pasemos atendiendo a la pantalla, más datos generaremos y más dinero ganarán. Pero, ¿cómo lograr que permanezcamos absortos en estas plataformas? Los algoritmos que hacen funcionar estas plataformas están diseñados para que nos devuelvan contenido similar a aquel con el que interactuamos (megusteamos, compartimos, retuiteamos, comentamos, etc). De este modo, fomentan que el ciclo de acumulación de datos no pare. Este sistema tiene una consecuencia indeseable: termina por encerrarnos en burbujas o cámaras de eco restringiendo la diversidad de informaciones y opiniones a las que accedemos. En otras palabras, el “muro” de Facebook acaba cobrando su significado original de “frontera” y nos encierra en un gueto con usuarios similares a nosotros –acorde con las etiquetas que nos otorga la plataforma en función de los datos que generamos. Esta dinámica favorece la polarización y el debate deja de ser público para componerse de una multiplicidad de comunidades cada vez más cerradas y homogéneas que dejan de compartir un suelo común con el resto de usuarios. Si la plataforma nos enclaustra en función de lo que entiende que son nuestros intereses se van generando realidades paralelas y “hechos alternativos” en los que cada grupo está convencido de estar en posesión de la verdad y acusa a la trinchera de enfrente de mentir. Es una forma de contribuir a la xenofobia en su sentido más literal de rechazo al diferente, sea quien sea.

En este entorno comunicativo, los nacional-populistas utilizan una estrategia casi imbatible: el trolleo. El troll es una figura que se caracteriza por absorber la atención de sus interlocutores, de ahí su éxito en el actual entorno digital. Su principal objetivo es la provocación mediante el lanzamiento de exabruptos discursivos. Escudados en su lucha contra lo “políticamente correcto” y amparados por una supuesta defensa de la libertad de expresión, los trolls polarizan e intoxican el debate, fijan su marco narrativo, obligando a sus adversarios a desmentir o rebatir sus afirmaciones, al tiempo que evitan que sus rivales expongan sus propias ideas. Por Internet corre una consigna que bien serviría para combatir estas prácticas: don’t feed the troll (no alimentes al troll). Si le prestas atención, si le contestas, ya han ganado, ignorarlos es mucho más efectivo. Basta con provocar lo suficiente para que su mensaje se difunda por la plataforma como un virus y que sean los propios adversarios los que, movidos por su ciega indignación, promocionen sus contenidos, y les hagan parte del trabajo. Ahí está una de las claves de la táctica respecto de los medios de comunicación tradicionales. Es posible esconderse de ellos para evitar su exposición directa al tiempo que se harán eco de cualquier memez que expresen en un medio más afín en sus propias cuentas. Trollean a los usuarios, a los medios de comunicación, a las propias plataformas e incluso, como apuntamos a continuación, a la propia democracia.

La industria de datos al servicio de la manipulación electoral

Anteriormente mencionamos que las corporaciones tecnológicas dueñas de las plataformas hacen mucha de su fortuna mercadeando con los datos personales que generamos. Éstos se venden a empresas que los utilizan para “conocernos mejor”, es decir, para poder insertarnos la publicidad más adecuada e incitarnos al consumo. Cambridge Analytica, y otras muchas empresas similares, son el resultado de aplicar esas técnicas de análisis de datos orientados al marketing hacia la arena política, formando una industria dedicada a la influencia electoral. Por supuesto, no es la primera vez que hay interrelaciones entre el marketing y la política. Esta no es la novedad. La diferencia radica en la precisión y en la magnitud. En la precisión, porque antes esta propaganda se limitaba al ámbito socio-demográfico (mediante información sobre nuestra clase social, posición económica o lugar de residencia los partidos o las empresas que les hiciesen la campaña podían intuir hacia dónde nos decantaríamos); mientras que, en la actualidad, se le añade el ámbito psico-biográfico (información muy personalizada sobre nuestros gustos, inquietudes, miedos, etc). En la magnitud, porque potencialmente cualquier usuario de una de las plataformas es susceptible de ser perfilado e influenciado, además, de manera imperceptible. De hecho, la inserción de mensajes personalizados para orientar el voto no se limita a tratar de convencer a indecisos que posiblemente simpaticen con una determinada opción. Al contrario, se trata de desincentivar a los oponentes indignándolos mediante mensajes manipulados que apelen a sus más profundos instintos. Con esta estrategia, invirtiendo específicamente en enviar mensajes propagandísticos a votantes que el análisis de datos estimaba que serían determinantes logró Trump hacerse con la victoria con tres millones de votos menos que Clinton.

El populismo xenófobo tiene las herramientas técnicas, los recursos financieros y los pocos escrúpulos para llevar a cabo este tipo de estrategias con tal de hacerse con el poder. Por si esto fuera poco, trata de hacerlo pasar como un movimiento de base, indignado con la élite actual, cuando quienes lo impulsan son una parte de la élite que pugna por imponer su visión del mundo. Sin ir más lejos, y por profundizar en el ejemplo de Bannon y Cambridge Analytica, quien impulsó financieramente esta empresa es Robert Mercer, un multimillonario estadounidense conocido por apoyar causas relativas a la derecha radical y que hizo su fortuna mediante una empresa que emplea algoritmos para influir en los mercados financieros. Obviamente fue uno de los mayores donantes de la campaña de Trump, curiosamente –o no tanto– junto a Peter Thiel, fundador de PayPal, inversor y parte del consejo de administración de Facebook y actual CEO de Palantir, una empresa que se dedica al análisis de Big Data y a proporcionar servicios de software en materia de Defensa (también de vigilancia y control fronterizo).

Una alternativa europea

Esta conjunción entre populismo xenófobo y tecnologías digitales tiene remedio. No pasa, desde luego, por el continuismo neoliberal que representaba Hillary Clinton en Estados Unidos y que en Europa encabeza Emmanuel Macron en Francia. El polo de la globalización, con su persistencia en imponer el mismo modelo que nos ha traído hasta la situación actual, solo logrará alimentar al polo nacionalpopulista. La alternativa pasa por un tercer polo consciente y capaz de reconfigurar la Unión Europea para hacer efectivo su carácter social y federal al que tanto se alude con nostalgia. Para ello, y si la prioridad es poner freno al populismo xenófobo, desarrollar políticas en torno a las tecnologías y plataformas digitales se antoja esencial. No sería tanto una cuestión de evitarlas (algo sin sentido en los tiempos que corren) si no de plantear una estrategia de acción al respecto. El Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) es un primer paso. Sin embargo, un escudo legal es de fácil ruptura si no va acompañado por estructuras comunicativas públicas a escala europea cuyo diseño –enfocado en lo social y no en lo comercial– esté enfocado en el intercambio de ideas y la reflexión, de modo que los trolls queden silenciados y olvidados, así como que anime a actuar fuera de las pantallas. Además, realizar propuestas en torno al uso y propiedad de los datos es una cuestión ineludible en vistas a la enorme importancia que ha cobrado en el desarrollo de los procesos electorales. ¿Escucharemos algo relacionado a estas cuestiones en estas campañas? Parece descartado a nivel nacional. La incógnita está en la batalla continental. Aunque da la impresión de que tampoco será el caso.