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Cerrando brechas: la educación social como espacio para la alfabetización digital

Artículo publicado originalmente en el Número 118 (octubre de 2022) de COMeIN, la revista de los Estudios de Ciencias de la Información y la Comuninación de la Universitat Oberta de Catalunya con Segundo Moyano y Daniel Aranda.


En los últimos años, desde instituciones como la Unión Europea (2018), se viene desarrollando la noción de digital youth work como el ámbito de trabajo socioeducativo con la población joven orientado a promover su inclusión social mediante las tecnologías digitales. Para su adaptación y aplicación al contexto español, se propone que la educación social es el campo más propicio. Sin embargo, para desarrollar una «educación social digital» es necesario previamente entender cuál es el nivel actual de competencias digitales de las educadoras sociales.

Si hablamos de inclusión social a través de los medios y tecnologías digitales, en este caso de la juventud, inmediatamente se plantea la cuestión frecuentemente denominada brecha digital. Este concepto ha ido evolucionando desde una cuestión meramente de acceso a las tecnologías digitales, es decir, entre quienes las tienen a su disposición y quienes no. Este primer nivel adopta una perspectiva técnica muy limitada, obviando el peso de factores socioeconómicos y socioculturales en la distribución de este acceso a las tecnologías digitales. Ya a comienzos de este siglo, empezó a desarrollarse un segundo nivel de estudios en este ámbito que pasaron a considerar también los tipos de usos y las habilidades en relación con estas tecnologías. Así, la brecha digital, mejor entendida como las «desigualdades digitales» (Hargittai, 2001), se convierte en una noción multidimensional.

El siguiente paso, por tanto, y a tenor de la inexorable interrelación del entorno digital con el resto de los ámbitos vitales, consiste en entender cómo el acceso, los usos y las habilidades digitales se vinculan a otras desigualdades de carácter social, económico, político y cultural. Este tercer nivel de la brecha digital, por tanto, tiene que ver con el «capital digital», entendido como la acumulación de recursos y capacidades en términos de competencias y tecnologías digitales susceptibles de ser convertidos en otros tipos de capital (social, cultural, político, económico, etc.) con la intención de aprovechar sus beneficios en el ámbito de lo social (Ragnedda, 2018).

Dado que la brecha digital se refiere en esencia al problema de la desigualdad y la exclusión social, podemos hablar de la inclusión sociodigital como el conjunto de reflexiones y acciones orientadas a cerrar la brecha (socio)digital mediante iniciativas y proyectos que promuevan el acceso a las tecnologías (primer nivel), y la alfabetización digital para el fomento de habilidades y conocimientos técnicos, informacionales y críticos (segundo y tercer nivel) o, dicho de manera resumida, para aumentar el capital digital de sectores excluidos de las lógicas sociales actuales.

 

La educación social digital

Desde esta perspectiva, cuando hablamos de educación social digital nos referimos a prácticas sociales y educativas orientadas a la promoción de una ciudadanía democrática, activa y crítica en sociedades digitalizadas, para la cual las competencias digitales, tanto de las educadoras como de los sujetos atendidos, se sitúan como un factor fundamental.

En este sentido, la noción de competencia digital alude al conjunto de conocimientos, procedimientos, habilidades, valores y actitudes en relación con los medios y tecnologías digitales que deben poseer las educadoras sociales para alfabetizar digitalmente, contribuyendo así a cerrar la brecha digital y fomentar la inclusión social con el objetivo último de que el entorno digital contribuya a su empoderamiento y participación como ciudadanía de pleno derecho (Cabezas y Casillas, 2017).

Las competencias digitales técnicas se asumen como un prerrequisito para competencias digitales más avanzadas, ya sean de carácter informacional (uso de la información en medios digitales) o críticos (conocimientos sobre el funcionamiento del entorno digital). De esta forma, es posible que la educación social digital avance en su propósito de inclusión social y empoderamiento ciudadano de la juventud, más allá de enfoques instrumentalistas y acríticos con el rol e impacto de las tecnologías digitales en la sociedad.

El desafío al que se enfrenta la educación social como espacio propicio para elaborar iniciativas de alfabetización digital no reside en una capacitación instrumental de la juventud, ámbito en el que es necesario evaluar hasta qué punto los propios jóvenes no tienen ya más competencias digitales, sino en adquirir una conciencia crítica sobre el entorno digital de manera que puedan transmitir estos conocimientos. En este sentido, sería deseable recuperar el enfoque alfabetizador de Paulo Freire, para el que la alfabetización (mediática y digital en este caso) es un proceso de organización colectiva para la toma de conciencia y la movilización social (Teresa García, 2022). Desde este enfoque, una iniciativa con impacto social sería aquella que fomentase el empoderamiento juvenil, no solo a través de los medios digitales, sino también sobre los medios digitales, reclamando su participación en el diseño y desarrollo de las redes y plataformas de las que hacen uso y en las que socializan, y, en última instancia, reclamando y ejerciendo sus derechos digitales como ciudadanía.

NOTA: Este artículo es resultado del Proyecto EsDigital: Educación social digital del Programa Estatal de Generación de Conocimiento y Fortalecimiento Científico y Tecnológico del Sistema de I+D+i. Referencia: PGC2018-095123-B-I00.

Para saber más:

CABEZAS, Marcos; CASILLAS, Sonia (2017). «¿Son los futuros educadores sociales residentes digitales?» En: Revista Electrónica de Investigación Educativa, vol. 19, no. 4, p. 61-72. DOI: http://dx.doi.org/10.24320/redie.2017.19.4.1369.

FERNÁNDEZ-DE-CASTRO, Pedro; BRETONES, Eva; SOLÉ, Jordi; SAMPEDRO, Víctor (2022). «Educación social digital: Una exploración de la formación y las competencias digitales de los profesionales de la educación social». En: TECHNO REVIEW, vol. 11, no. 1. DOI: https://doi.org/10.37467/gkarevtechno.v11.3113.

GARCIA GÓMEZ, Teresa (ed.) (2022). Palabras y pedagogía desde Paulo Freire. La Muralla.

GUTIÉRREZ, Alfonso; TYNER, Kathleen (2012). «Educación para los medios, alfabetización mediática y competencia digital». En: Comunicar, vol. 19, no. 38. DOI: https://doi.org/10.3916/c38-2012-02-03.

HARGITTAI, Eszter (2001). «Second-level digital divide: Mapping differences in people’s online skills». En: arXiv, vol. 7, no. 4. DOI: https://doi.org/10.5210/fm.v7i4.942.

RAGNEDDA, Massimo (2018). «Conceptualizing digital capital». En: Telematics and Informatics, vol. 35, no. 8, p. 2.366-2.375. DOI: https://doi.org/10.1016/j.tele.2018.10.

 

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Alfabetización digital para la juventud: una mirada hacia el futuro

Artículo publicado originalmente en el Número 103 (octubre de 2020) de COMeIN, la revista de los Estudios de Ciencias de la Información y la Comuninación de la Universitat Oberta de Catalunya.


A medida que las tecnologías digitales median cada vez más aspectos de nuestra vida, crece la urgencia de preguntarnos cómo las sociedades actuales se relacionarán con ellas en el futuro. Más aún teniendo en cuenta que la pandemia de la COVID-19 ha forzado y acelerado una digitalización de nuestros hábitos y actividades, así como que la crisis sociosanitaria obliga a resolver los múltiples problemas asociados, mientras que nuestra capacidad de planificar mirando al futuro se vuelve prácticamente nula.

Quien dentro de cinco, diez, veinte años tendrá que lidiar con las transformaciones estructurales que estamos experimentando será, claro está, la juventud presente. Hay quien habla ya de la generación pandemial, aunque no está muy claro si se trata de los millennials o los centennials, o ambos. La mayoría de las personas de estas generaciones tienen entre 15 y 29 años, aproximadamente, y han crecido con y en internet.

Entonces, ¿cómo será la ciudadanía digital del futuro? Algunos escenarios: (1) puede que sea competente (técnicamente) para insertarse en el mercado laboral digitalizado, pero acrítica con la degradación social y política; (2) o es posible que prime el individualismo y busque aprovechar las regulaciones legales y algorítmicas para emprender por cuenta propia; (3) o, quizás, se enfoque en la organización y la acción colectivas para buscar formas de vida más sostenibles y democráticas (Macgilchrist, Allert y Bruch, 2019). Estas visiones del futuro, o cualquier otra, dependerán de las decisiones que ahora tomemos como sociedad. Especialmente, del tipo de alfabetización digital que desarrollemos: los valores, las habilidades, las perspectivas y las prioridades que adquieran la juventud sobre las tecnologías digitales.

El Barómetro Jóvenes y Expectativa Tecnológica 2020 ofrece algunas pistas. Una de las conclusiones del informe es que la brecha digital no es una cuestión técnica, sino social y económica. No se trata de tener acceso o no, sino cómo y en qué condiciones (una de las consecuencias de la crisis de la COVID-19 es la profundización de esta brecha). La cuestión de clase también se hace patente en los usos y las prácticas, siendo más diversas entre los jóvenes de clase media-alta. Por lo general, los jóvenes españoles encuestados afirman tener un nivel alto de competencias digitales. Aun así, más de un tercio acusa «desconocimiento sobre destrezas que debería mejorar». Las principales fuentes de alfabetización digital son autodidactas y entre pares, al tiempo que un tercio de los encuestados echa en falta «oportunidades formativas». Cuanto más formales son las vías de alfabetización (cursos, consultas a profesores, formación en el centro educativo), menos acogida tienen entre los jóvenes.

Estas impresiones indican que es necesario expandir los horizontes formativos de la alfabetización digital. La educación social, como pedagogía amplia que se ocupa de la inclusión de las personas en la sociedad, es un ámbito de intervención idóneo para desarrollar iniciativas de alfabetización digital. Podemos optar por continuar la vía predominante en la educación formal, con los enfoques «pragmáticos» centrados en la adquisición de competencias técnicas e instrumentales para la inserción en el mercado laboral. Otra opción es explorar una educación social digital (ESDigital), que desarrolle iniciativas de alfabetización basada en valores como la conciencia crítica, la ética y la emancipación. Así, la juventud podría utilizar las tecnologías digitales para participar en la deliberación y toma de decisiones que determinarán el futuro de la sociedad.

 

Para saber más:

Macgilchrist, F.; Allert, H.; Bruch, A. (2019). «Students and society in the 2020s. Three future ‘histories’ of education and technology». Learning, Media and Technology, vol. 45 (1), p. 76-89. DOI: https://doi.org/10.1080/17439884.2019.1656235

«Educación Social Digital: juventud, ciudadanía activa e inclusión» (ESDigital). Proyecto I+D de Generación de Conocimiento de la Agencia Estatal de Investigación. Referencia: PGC2018- 095123-B-I00.

 

Cita recomendada

FERNÁNDEZ DE CASTRO, Pedro. Alfabetización digital para la juventud: una mirada hacia el futuro. COMeIN [en línea], octubre 2020, no. 102. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n103.2073

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Europa ante la nueva ola conservadora

18 de mayo, a ocho días de las elecciones europeas, bajo el cielo lluvioso de la plaza del Duomo, en Milán. Allí tuvo lugar el mayor evento de campaña organizado por las fuerzas políticas que componen la corriente de derechas radicales o nacionalpopulismos europeas. El objetivo: mostrar músculo y dar sensación de unidad, además de avalar a la cabeza de este movimiento, el líder de la Liga, ministro de Interior y vicepresidente de Italia, Matteo Salvini. Éste, ejerció como anfitrión -en la ciudad donde dio sus primeros pasos como político- y como maestro de ceremonias (abriendo y cerrando el acto). Le acompañaron los líderes y miembros de casi una docena de formaciones aliadas. Destacó la presencia de Marine Le Pen, del francés Reagrupación Nacional (antiguo Frente Nacional); Geert Wilders, del Partido por la Libertad neerlandés; y Jorg Meuthen, de Alternativa por Alemania.

Junto a ellos, había políticos procedentes de Finlandia (Verdaderos Fineses), Dinamarca (Partido Popular Danés), Austria (Partido de la Libertad Austriaco), República Checa (Partido de la Libertad y la Democracia Directa), Bulgaria (Voluntad), Bélgica (Interés Flamenco), Eslovaquia (Somos Familia) y Estonia (Partido Popular Conservador). Todos ellos serán, supuestamente, parte de un potencial grupo parlamentario europeo que se conformará tras las elecciones: Alianza Europea de los Pueblos y las Naciones.

Esa tarde parecía materializarse la versión europea de la Internacional Nacionalista -por muy contradictorio que suene-, que viene tomando forma, al menos, desde las victorias del Leave en el Brexit y de Trump en las presidenciales estadounidenses en 2016. A simple vista, podría pensarse que se trata exclusivamente de fuerzas originales que han surgido y crecido en cada territorio de manera espontánea y que han logrado ponerse de acuerdo por sí solas. Nada más lejos de la realidad, este fenómeno, tal y como apunta el informe de la Fundación porCausa La Franquicia Antimigración: cómo se expande el populismo xenófobo en Europa, responde a una coordinación más compleja en la que toma parte una amplia red de personas y organizaciones ultraconservadoras que desde Rusia a Estados Unidos están influyendo en el Viejo Continente.

La adaptación libre del concepto empresarial de franquicia sirve para explicar el funcionamiento de esta organización y expansión del populismo xenófobo. El término utilizado hace referencia a los dos ejes en torno a los cuales estas fuerzas políticas se han aglutinado y han sido capaces de construir enemigos comunes: la élite de Bruselas y las personas migrantes. Una franquicia es un acuerdo entre dos partes -franquiciador y franquiciado- mediante el cual, el primero cede una serie de recursos y estrategias al segundo para que las aplique a un mercado determinado. De este modo, el vendedor de la idea original logra implantar su modelo en lugares a los que no había llegado aún y el franquiciado consigue aumentar su presencia en el mercado sin tener que desarrollar un modelo propio.

Bajo esta lógica, aquella tarde en el escenario del mitin pudimos ver a muchos de los franquiciados dando cuenta del éxito de esta fórmula: el señalamiento de las élites de Bruselas y de la migración como los problemas a resolver para recuperar la identidad y la soberanía nacionales. Así, la Liga ha pasado de ser un partido marginal que abogaba por el secesionismo de la Padania a gobernar en coalición en Italia bajo el lema de “los italianos primero” y aspirar a convertirse en el partido más fuerte del país, según los sondeos.

Le Pen y Reagrupación Nacional llegaron a segunda vuelta de las presidenciales en 2017, algo que no lograban desde 2002, y pugnarán con Macron y su partido por ser el más votado en las europeas. En Países Bajos, Wilders y su Partido por la Libertad lideran la oposición parlamentaria, mientras que ahora compite con Foro por la Democracia (un partido de reciente creación pero que es ya primera fuerza en el Senado) para encabezar el populismo xenófobo neerlandés. Alternativa por Alemania es la tercera fuerza parlamentaria, solo por detrás de democristianos y socialdemócratas, en un país poco dado a los extremos desde la II Guerra Mundial.

No son los únicos, puesto que en esta amalgama de franquiciados también encontramos a partidos que no parecen dispuestos a integrarse en el posible “supergrupo” de la Alianza Europea de los Pueblos y las Naciones -AEPN-, pero que responden a los mismos intereses. El Fidesz húngaro de Víktor Orbán es el caballo de Troya en el Partido Popular Europeo -PPE- (donde comparte grupo con el Partido Popular de Pablo Casado). Ley y Justicia, en Polonia, pertenece al grupo de Conservadores y Reformistas Europeos -CRE- (una escisión del PPE), el grupo en el que con mayor probabilidad se integrará Vox cuando obtenga representación en el Parlamento Europeo. Ambos gobiernan con mayoría absoluta en sus respectivos países por lo que son dos de los franquiciados más relevantes y su decisión de integrarse o no en la coalición de Salvini determinará qué estrategia parlamentaria seguirá la Franquicia.

De una parte, un “supergrupo”, que sería el AEPN con la potencia suficiente para condicionar y boicotear a la Gran Coalición que hasta ahora han formado el PPE y el Partido Socialista Europeo -PSE-. De otra, mantener la composición actual para forzar al PPE a romper la Gran Coalición y virar hacia el CRE, de modo que se imponga una agenda política centrada en la devolución de competencias a los países (especialmente en la gestión de las fronteras y las migraciones).

Que opten por una u otra dependerá los propios resultados electorales pero también las diferencias entre los franquiciados, especialmente en materia económica (de proteccionistas a ultraliberales) y de política exterior (la cercanía a Rusia de Salvini y Le Pen es de los principales escollos para la confluencia de Ley y Justicia, marcadamente atlantista, y, en menor medida, de Orbán).

La trama que lleva a Europa por el populismo xenófobo

Tras la puesta en escena de Milán, entre las bambalinas del escenario podríamos haber encontrado, figuradamente, a una serie de actores que es necesario conocer para dar cuenta del alcance de esta corriente. Entre los franquiciadores, hay un nombre que sobresale: Steve Bannon. Desde que dirigiese la exitosa campaña electoral de Donald Trump en 2016 se ha hecho un personaje público cada vez más conocido. Antes de dedicarse a la asesoría política, trabajó como inversor financiero en Goldman Sachs y fue productor cinematográfico y empresario de medios de comunicación, entre otras ocupaciones.

En esta última etapa, sus proyectos más conocidos han sido Cambridge Analytica, la empresa de minería y tratamiento de datos aplicados a procesos electorales (como el Brexit y las presidenciales estadounidenses) que saltó a la fama tras una filtración de uno de sus propios trabajadores y Breitbart News, el medio de comunicación que se autodenominó como la plataforma mediática de la Alt-Right anglosajona. Ambos fueron financiados por Robert Mercer, ingeniero informático y multimillonario estadounidense gracias a un fondo de inversión, Reinassance Technologies, que utiliza Inteligencia Artificial para realizar predicciones financieras. Por supuesto, también fue uno de los mayores donantes para la campaña de Trump.

Tras romper relaciones tanto con Trump como con Mercer, Bannon trazó un plan para expandir a Europa la agenda nacionalpopulista y ultraconservadora. Para ello, puso en marcha la fundación The Movement, afincada en Bruselas y que pretende servir como punto común para todas estas fuerzas políticas. Sin embargo, su desembarco en Europa ha despertado, al menos de cara a la opinión pública, ciertas reticencias.

Por ejemplo, tanto Le Pen como Wilders han manifestado su rechazo a adherirse formalmente: se niegan a dejar en manos de un estadounidense los asuntos europeos. No ha tenido tantos remilgos Salvini, quien, al contrario, manifestó públicamente su entusiasmo por la iniciativa. Por tanto, si Salvini, líder de la coalición, cuenta con Bannon, su influencia (aún siendo difícil de determinar con precisión) es un elemento a tener en cuenta.

Lo que vimos en Milán es un paso más hacia la consolidación de su estrategia, la conformación del ya mencionado “supergrupo” nacionalpopulista. Para ello, el propio Salvini ha viajado por Europa para reunirse frecuentemente con sus aliados, hasta el punto de que en lo que va de año apenas ha pasado 17 días en su ministerio.

Sin embargo, hay que tomarse el papel de Bannon con cautela. El estadounidense es un especialista en manipular la opinión pública a su favor y el personaje que se ha construido es capaz de acaparar toda la atención mientras se deja de atender a otros actores relevantes de esta corriente. Como, por ejemplo, Robert Shillman, que, al igual que Robert Mercer, también es ingeniero informático y ha amasado una fortuna multimillonaria gracias a una empresa de producción de equipos de visión virtual, Cognex Corporation. Shillman es otro promotor de causas de la derecha radical, habiendo financiado para ello The Rebel Media, una plataforma mediática que ha sido catalogada como la Breitbart canadiense. Forma parte de la junta directiva del think tank islamófobo y pro-israelí David Horowitz Freedom Center.

Esta organización es una de las financiadores habituales de Geert Wilders y su Partido por la Libertad. Además, Wilders ha sido invitado con frecuencia a los Estados Unidos por el Horowitz Freedom Center y el Gatestone Institute, otro think tank islamófobo, financiado por Rebekah Mercer (hija de Robert Mercer), y del cual ha sido presidente el actual Secretario de Seguridad Nacional de la Administración Trump, John Bolton.

Gatestone es una fuente habitual de los portales de (des)información que diseminan por las redes todo tipo de bulos sobre personas migrantes, y para medios de comunicación rusos cercanos al Kremlin como RT y Sputnik. Además, la cadena estadounidense NBC desveló cómo unas cuentas de Twitter ligadas a la Internet Research Agency -una compañía rusa también cercana al Kremlin y dedicada ejercer influencia en favor de los intereses del país- compartían contenido del Gatestone Institute.

En Rusia encontramos también a promotores merecedores de mención. Konstatin Malofeev es un empresario multimillonario ruso, propietario de Marshall Capital, el fondo de inversión más grande del país. Al igual que Mercer y Shillman, ha utilizado sus recursos económicos para crear plataformas mediáticas. En su caso, fundó Tsagrad TV, de perfil similar a Fox News (de hecho, contrató a Jack Hannick, ex productor de dicha cadena para ponerla en marcha). También fundó y preside un think tank, Katehon, que sirve de altavoz para uno de los ideólogos más importantes del actual panorama ruso: Aleksandr Dugin.

Por si esto fuera poco, también creó la Fundación San Basilio el Grande, también la más grande de Rusia. En esta entidad trabaja también uno de sus más estrechos colaboradores, Aleksey Komov, quien ha trazado conexiones con organizaciones ultraconservadoras estadounidenses como el Congreso Mundial de Familias, dedicado a promover valores familiares tradicionales y atacar al colectivo LGTBIQ.

Komov también ha participado en conferencias organizadas por el Instituto por la Dignidad Humana (IDH), fundado y presidido por Benjamin Harmwell, ex asesor del diputado británico torie Nirj Deva, también director del Bow Group, un think tank extremista católico y eurófobo. El presidente del IDH es el cardenal Raymond Burke, quien lidera la corriente más crítica contra el Papa Francisco, especialmente por su postura abierta sobre la migración. En esta organización participa activamente el propio Steve Bannon que, por obra y gracia del gobierno italiano, ha logrado que le cedan un monasterio en Trisulti, a las afueras de Roma, para que haga de sede del IDH. El objetivo es convertirlo en una academia para “la defensa de los valores judeocristianos y de Occidente” y formar a la «próxima generación de líderes nacionalistas y populistas».

La versión española: Rafael Bardají y CitizenGo

En lo que respecta a España, Vox se conecta a toda esta matriz mediante Rafael Bardají, miembro de su Comité Nacional. Bardají ha sido, entre otras cosas, consejero de Seguridad Nacional durante la presidencia de Aznar y director de Política Internacional del think tank aznarista FAES. Ha viajado a Estados Unidos a reunirse con Bannon en varias ocasiones y mantiene el contacto con John Bolton y otros altos cargos de la Administración Trump pertenecientes a la corriente neocon, con quienes coincide en organizaciones como la fundación Friends of Israel Initiative, desde la que se promueve la integración de Israel en Occidente, y se la perfila como un ejemplo a seguir en la defensa del territorio frente a las ‘invasiones islámicas’. Bardají ha sido clave para Vox porque ha traído el estilo y la estrategia trumpista desde el otro lado del Atlántico, lo que le ha permitido pasar del 0,2% en las elecciones generales de 2016 al 10,26% del pasado 28 de abril.

Por otra parte, una investigación de OpenDemocracy, recientemente reveló el entramado en torno a CitizenGo, la rama internacional de HazteOir, dedicado a financiar indirectamente y promover el ideario de Vox. Mantiene relaciones con organizaciones estadounidenses similares como ActRight, la cual recaudó fondos para la campaña de Trump.El presidente de HazteOir y CitizenGo, Ignacio Arsuaga, ha asistido como conferenciante en varias ocasiones a eventos del Congreso Mundial de Familias. La última reunión, en marzo, tuvo lugar en Verona y contó, entre sus asistentes, a Matteo Salvini.

Perspectivas de futuro ante las elecciones europeas

Esta maraña de nombres denota el impulso de una nueva oleada conservadora que trata de hacerse hueco y recuperar los espacios de poder. Para ello, como decíamos, la estrategia actual es la del populismo xenófobo. La xenofobia porque permite construir un eje en torno a la migración en el que la postura antimigratoria está dando muy buenos resultados electorales. Esto se debe a que la culpabilización de las personas migrantes, que se sitúan en una de las posiciones de mayor debilidad de la escala social y apenas tienen posibilidad de réplica en el debate público, permite satisfacer las aspiraciones populares de protección y recuperación de identidad y soberanía, ambas en clave nacional y excluyente. El populismo porque es utilizado para construir un antagonismo ficticio entre el pueblo y la élite. Es ficticio porque, como hemos visto, quienes se arrogan ser parte del pueblo y sus defensores no son más que la parte más conservadora de la élite (o están apoyados por ella) tratando de desplazar a los sectores elitistas más progresistas, predominantes durante la ya fracasada Globalización de los 90.

Las elecciones europeas son un momento clave porque la Unión Europea es uno de los pocos bastiones que le quedan aún a los globalistas. El actual panorama geopolítico da muestras de un reordenamiento de la correlación de fuerzas, con la emergencia de una superpotencia, China, que rivaliza con la hasta ahora hegemónica, EE.UU., y con Rusia recuperando gran parte de su relevancia como actor internacional.

En esta reorganización, Europa es la que sale peor parada por la ceguera continuista por el camino neoliberal, mientras que a su alrededor y en su interior triunfan las alternativas por la vía autoritaria. La falta de cohesión interna, que muy probablemente se acentúe después de las elecciones, es el peor síntoma del desmoronamiento de un actor que, ahora más que nunca, debería ser capaz de abrir un tercer camino que ahonde en un federalismo redistributivo que sirva de dique de contención ante la oleada conservadora que recorre el mundo.

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Tecnología al servicio de la xenofobia

[Texto publicado originalmente en CTXT]

En las elecciones generales del 28A España perdió su condición de excepción como dique institucional ante la ola de populismo xenófobo que recorre Europa (y el resto del globo). Ostentaba este rango junto a Irlanda, Luxemburgo y Portugal. En los demás países europeos o bien tienen ya presencia en los parlamentos nacionales –incluso como líder de la oposición en Alemania, Países Bajos y Suecia– o han alcanzado el poder ejecutivo en coalición con otras fuerzas políticas, como en Italia y Austria, o gobiernan en solitario con una mayoría arrolladora, véase el caso de Hungría y Polonia. Sorprende, entonces, la poca atención que se presta a la situación europea, más allá de un acicate del miedo al monstruo para incentivar la asistencia a las urnas, y, más aún, la inexistencia de propuestas para incidir en la Unión Europea.

En este mundo interconectado (también hiperconectado) la necesidad de mirar más allá de las fronteras nacionales es una obligación de cara a revivir la política como espacio en el que se toman decisiones efectivas y soberanas. Por eso, las elecciones europeas serán un momento fundamental para determinar el rumbo que tomará la Unión Europea, con dos opciones poco halagüeñas: continuismo neoliberal mediante la Gran Coalición (socialdemócratas y populares) con el necesario apoyo de los liberales; viraje hacia el autoritarismo (no ya económico, algo común a ambas opciones, sino también político) con la conformación de un grupo populista xenófobo con el suficiente peso para bloquear ese camino y recalibrarlo hacia uno que levante aún más los muros de la Fortaleza Europa. Son las opciones que venimos barajando desde 2016, como atestiguan los resultados del brexit, con la victoria del Leave, y de las presidenciales estadounidenses, con la victoria de Trump. Ambas respuestas fueron una negación al proyecto de las actuales élites europeas y estadounidenses, respectivamente, y, por tanto, una impugnación de la globalización tal y como se diseñó en la década de los 90. En ambas tuvieron un papel fundamental un uso y aprovechamiento del funcionamiento de las plataformas digitales comerciales (Facebook, Instagram, Whatsapp, Youtube, Twitter) y de herramientas de análisis de datos, véase el escándalo de Cambridge Analytica como ejemplo más flagrante. En este texto, abordamos los elementos que están posibilitando la emergencia y expansión de estos movimientos, con especial foco en su estrategia digital.

La coordinación del populismo xenófobo

El auge de este tipo de movimientos por todo el globo en los últimos años es más que notable. Basta echar un vistazo al panorama en lugares tan dispares como Australia, Filipinas, Turquía o Brasil para comprobarlo. Dos componentes esenciales les han permitido experimentar ese espectacular crecimiento. De una parte, el populismo utilizado más como una estrategia y un estilo que como una ideología política. La confrontación entre pueblo y élite con tintes nacionalistas tiene más de retórica que de realidad. Quienes lideran estos movimientos no son más que un determinado sector de la élite, embarcados en una operación de sustitución de una clase dominante por otra, cuya intención es (re)globalizar el planeta en sus propios términos, enfrentados más por valores morales y culturales que materiales y económicos. De otra, el rechazo del otro–excluido de una supuesta comunidad nacional mitológica, ficticia e idealizada– es el vehículo elegido. La xenofobia, materializada en una clara postura antimigración (el migrante como amenaza, como invasor, etc), es lo que vertebra las reclamaciones de identidad y soberanía de los territorios y poblaciones más afectados por la globalización, construyendo una identidad colectiva en negativo –por exclusión– y una soberanía en términos nacionales que desemboca en un cierre de fronteras miope y suicida. Esto se concreta en una fórmula que estas fuerzas políticas replican con descaro y que, hasta el momento, les está garantizando el éxito electoral.

Un reciente informe publicado por la Fundación porCausa explica este fenómeno mediante el concepto de la Franquicia Antimigración. Esta adaptación libre del modelo empresarial trata de profundizar en la coordinación de estas fuerzas políticas y cómo están logrando expandirse. Una fuerza política nacional haría las veces de franquiciado, llegando a un acuerdo con el franquiciador para que éste le proporcione una serie de herramientas para ganar terreno en el mercado, en este caso electoral. Así, por todo el mundo, y concretamente en Europa, observamos cómo partidos populistas xenófobos replican una serie de discursos y estrategias que, a pesar de su apariencia de espontaneidad y originalidad, no son más que la importación de un modelo externo cuyo objetivo es ganar el suficiente poder institucional para hacer virar la agenda política hacia sus intereses. El ejemplo más claro de franquiciador lo proporciona Steve Bannon, que no por casualidad antes de ser asesor político ya era empresario, y la fundación The Movement, creada por él mismo en Bruselas con el objetivo de expandir el nacionalpopulismo en Europa, tras probar con éxito su fórmula y colaborar activamente en las ya mencionadas victorias del Leave en el brexit y de Trump en 2016 –en ésta última como jefe de campaña.

Este modelo, que no se reduce a Bannon y su círculo aunque sean su máximo exponente, utiliza la migración como eje central, en el que se posicionan claramente como antimigratorios. Así, Franquicia utiliza la (anti)migración como el producto “estrella” de su catálogo, al comprobar que le garantiza unos buenos resultados electorales. Esta postura se apoya en tres tipos de argumentos que estas fuerzas políticas repiten una y otra vez a pesar de carecer de cualquier fundamentación empírica: económicos (“nos quitan el trabajo”, “agotan los servicios públicos”); culturales (“no se integran”, “no respetan nuestras tradiciones”); y securitarios (“entre los refugiados puede haber terroristas”, “hay que cerrar las fronteras para recuperar nuestra soberanía”). Además, se compone de tres elementos: islamofobia (estigmatización de los musulmanes por encima de migrantes latinos, eslavos, etc); aporofobia (rechazo al migrante únicamente cuando es pobre); y crimigración (asociación entre migración y aumento de la criminalidad). El informe identifica una serie de elementos comunes, así como otros elementos flexibles a la adaptación de cada franquiciado para garantizar una implantación óptima. Uno de los que comparten es, como adelantábamos al comienzo, un uso concreto de las tecnologías digitales. En lo que sigue, realizaremos una aproximación a las dinámicas que el populismo xenófobo pone en marcha en el entorno digital para difundir estos mensajes, contagiar el discurso del resto de fuerzas políticas e influir en los procesos electorales.

Economía de la atención, muros y trolls

El entorno comunicativo actual, cada vez más digitalizado, se rige por la economía de la atención. Con la emergencia y difusión de las Tecnologías de la Información y de la Comunicación (TIC) la cantidad de información a la que podemos acceder aumentó exponencialmente, lo que provoca que el ecosistema comunicativo cambie radicalmente. El paso de una (relativa) escasez de información a una abundancia de la misma hace que pierda valor. Por contra, lo que adquiere valor es el recurso necesario para consumirla, la atención humana. Son los emisores de información los que compiten por captar la atención de los receptores, de modo que sus mensajes puedan tener efecto. Es necesario hacer hincapié en que para las plataformas digitales comerciales (en sentido literal, pues comercian con nuestros datos) se cumple la fórmula de “más vale cantidad que calidad”, es decir, cuanto más contenido, mejor. Sin embargo, esto no quiere decir que tengan que asegurarse de que lo que circula por su plataforma es verídico o no. Les vale con atiborrarnos de contenido sin mayor criterio que el de crearnos la necesidad de interactuar sin cesar. En estas condiciones, la sobresaturación informativa que copa nuestra atención aniquila la crítica, entendiendo a ésta como la capacidad de discernir entre lo verdadero y lo falso. Así, todos colaboramos en mayor o menor medida a que los bulos se propaguen por las redes y a que saquen provecho de ello los Trump, Bolsonaro, Vox y compañía, en lo que Víctor Sampedro denomina pseudocracia –régimen de la mentira–.

Dentro de este panorama general, como decíamos, las plataformas basan su modelo de negocio en la recolección y extracción masiva de datos personales, los cuales son vendidos a todo tipo de clientes que luego los utilizan para perfilar sus mensajes publicitarios y/o propagandísticos. Cuanto más tiempo pasemos atendiendo a la pantalla, más datos generaremos y más dinero ganarán. Pero, ¿cómo lograr que permanezcamos absortos en estas plataformas? Los algoritmos que hacen funcionar estas plataformas están diseñados para que nos devuelvan contenido similar a aquel con el que interactuamos (megusteamos, compartimos, retuiteamos, comentamos, etc). De este modo, fomentan que el ciclo de acumulación de datos no pare. Este sistema tiene una consecuencia indeseable: termina por encerrarnos en burbujas o cámaras de eco restringiendo la diversidad de informaciones y opiniones a las que accedemos. En otras palabras, el “muro” de Facebook acaba cobrando su significado original de “frontera” y nos encierra en un gueto con usuarios similares a nosotros –acorde con las etiquetas que nos otorga la plataforma en función de los datos que generamos. Esta dinámica favorece la polarización y el debate deja de ser público para componerse de una multiplicidad de comunidades cada vez más cerradas y homogéneas que dejan de compartir un suelo común con el resto de usuarios. Si la plataforma nos enclaustra en función de lo que entiende que son nuestros intereses se van generando realidades paralelas y “hechos alternativos” en los que cada grupo está convencido de estar en posesión de la verdad y acusa a la trinchera de enfrente de mentir. Es una forma de contribuir a la xenofobia en su sentido más literal de rechazo al diferente, sea quien sea.

En este entorno comunicativo, los nacional-populistas utilizan una estrategia casi imbatible: el trolleo. El troll es una figura que se caracteriza por absorber la atención de sus interlocutores, de ahí su éxito en el actual entorno digital. Su principal objetivo es la provocación mediante el lanzamiento de exabruptos discursivos. Escudados en su lucha contra lo “políticamente correcto” y amparados por una supuesta defensa de la libertad de expresión, los trolls polarizan e intoxican el debate, fijan su marco narrativo, obligando a sus adversarios a desmentir o rebatir sus afirmaciones, al tiempo que evitan que sus rivales expongan sus propias ideas. Por Internet corre una consigna que bien serviría para combatir estas prácticas: don’t feed the troll (no alimentes al troll). Si le prestas atención, si le contestas, ya han ganado, ignorarlos es mucho más efectivo. Basta con provocar lo suficiente para que su mensaje se difunda por la plataforma como un virus y que sean los propios adversarios los que, movidos por su ciega indignación, promocionen sus contenidos, y les hagan parte del trabajo. Ahí está una de las claves de la táctica respecto de los medios de comunicación tradicionales. Es posible esconderse de ellos para evitar su exposición directa al tiempo que se harán eco de cualquier memez que expresen en un medio más afín en sus propias cuentas. Trollean a los usuarios, a los medios de comunicación, a las propias plataformas e incluso, como apuntamos a continuación, a la propia democracia.

La industria de datos al servicio de la manipulación electoral

Anteriormente mencionamos que las corporaciones tecnológicas dueñas de las plataformas hacen mucha de su fortuna mercadeando con los datos personales que generamos. Éstos se venden a empresas que los utilizan para “conocernos mejor”, es decir, para poder insertarnos la publicidad más adecuada e incitarnos al consumo. Cambridge Analytica, y otras muchas empresas similares, son el resultado de aplicar esas técnicas de análisis de datos orientados al marketing hacia la arena política, formando una industria dedicada a la influencia electoral. Por supuesto, no es la primera vez que hay interrelaciones entre el marketing y la política. Esta no es la novedad. La diferencia radica en la precisión y en la magnitud. En la precisión, porque antes esta propaganda se limitaba al ámbito socio-demográfico (mediante información sobre nuestra clase social, posición económica o lugar de residencia los partidos o las empresas que les hiciesen la campaña podían intuir hacia dónde nos decantaríamos); mientras que, en la actualidad, se le añade el ámbito psico-biográfico (información muy personalizada sobre nuestros gustos, inquietudes, miedos, etc). En la magnitud, porque potencialmente cualquier usuario de una de las plataformas es susceptible de ser perfilado e influenciado, además, de manera imperceptible. De hecho, la inserción de mensajes personalizados para orientar el voto no se limita a tratar de convencer a indecisos que posiblemente simpaticen con una determinada opción. Al contrario, se trata de desincentivar a los oponentes indignándolos mediante mensajes manipulados que apelen a sus más profundos instintos. Con esta estrategia, invirtiendo específicamente en enviar mensajes propagandísticos a votantes que el análisis de datos estimaba que serían determinantes logró Trump hacerse con la victoria con tres millones de votos menos que Clinton.

El populismo xenófobo tiene las herramientas técnicas, los recursos financieros y los pocos escrúpulos para llevar a cabo este tipo de estrategias con tal de hacerse con el poder. Por si esto fuera poco, trata de hacerlo pasar como un movimiento de base, indignado con la élite actual, cuando quienes lo impulsan son una parte de la élite que pugna por imponer su visión del mundo. Sin ir más lejos, y por profundizar en el ejemplo de Bannon y Cambridge Analytica, quien impulsó financieramente esta empresa es Robert Mercer, un multimillonario estadounidense conocido por apoyar causas relativas a la derecha radical y que hizo su fortuna mediante una empresa que emplea algoritmos para influir en los mercados financieros. Obviamente fue uno de los mayores donantes de la campaña de Trump, curiosamente –o no tanto– junto a Peter Thiel, fundador de PayPal, inversor y parte del consejo de administración de Facebook y actual CEO de Palantir, una empresa que se dedica al análisis de Big Data y a proporcionar servicios de software en materia de Defensa (también de vigilancia y control fronterizo).

Una alternativa europea

Esta conjunción entre populismo xenófobo y tecnologías digitales tiene remedio. No pasa, desde luego, por el continuismo neoliberal que representaba Hillary Clinton en Estados Unidos y que en Europa encabeza Emmanuel Macron en Francia. El polo de la globalización, con su persistencia en imponer el mismo modelo que nos ha traído hasta la situación actual, solo logrará alimentar al polo nacionalpopulista. La alternativa pasa por un tercer polo consciente y capaz de reconfigurar la Unión Europea para hacer efectivo su carácter social y federal al que tanto se alude con nostalgia. Para ello, y si la prioridad es poner freno al populismo xenófobo, desarrollar políticas en torno a las tecnologías y plataformas digitales se antoja esencial. No sería tanto una cuestión de evitarlas (algo sin sentido en los tiempos que corren) si no de plantear una estrategia de acción al respecto. El Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) es un primer paso. Sin embargo, un escudo legal es de fácil ruptura si no va acompañado por estructuras comunicativas públicas a escala europea cuyo diseño –enfocado en lo social y no en lo comercial– esté enfocado en el intercambio de ideas y la reflexión, de modo que los trolls queden silenciados y olvidados, así como que anime a actuar fuera de las pantallas. Además, realizar propuestas en torno al uso y propiedad de los datos es una cuestión ineludible en vistas a la enorme importancia que ha cobrado en el desarrollo de los procesos electorales. ¿Escucharemos algo relacionado a estas cuestiones en estas campañas? Parece descartado a nivel nacional. La incógnita está en la batalla continental. Aunque da la impresión de que tampoco será el caso.

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Soberanía tecnológica para combatir al capitalismo digital

[Texto publicado originalmente en el blog de Público Cuarto Poder en Red, espacio de reflexión de la comunidad del Máster en Comunicación, Cultura y Ciudadanía Digital, del Medialab Prado y la URJC]

Uno de los capítulos del último ensayo del Comité Invisible, titulado ‘Ahora’, termina con la siguiente frase: ‘la única medida del estado de crisis del capital es el grado de organización de las fuerzas que pretenden destruirlo’. Así, la denominada crisis financiera de 2008 quizás no lo fue tanto. El 15M, precisamente una de esas fuerzas, resumió con mucha lucidez en una de sus máximas esta idea con el famoso ‘no es una crisis, es una estafa’. Desde luego lo fue para la ciudadanía, a la vista del aumento de la desigualdad que se ha generado diez años después. Para la élite fue momento de recambio. El sistema experimentó un cambio de forma. El capitalismo financiero daba paso al capitalismo digital, con la consecuente sustitución de una élite dominante por otra. Desde la década de los ’90 venía desarrollándose un tipo de capitalismo en Internet que ha pasado por diversas fases de gestación como la burbuja de las puntocom o la web 2.0. y que dio sus primeros pasos en los ámbitos de la publicidad online y el comercio electrónico.

La mutación del capitalismo se puede observar en cómo ha cambiado el ranking de las mayores empresas del mundo por capitalización bursátil. Donde antes había compañías petroleras y automovilísticas, ahora hay plataformas tecnológicas digitales. Estas empresas son a las que Eugeny Morozov* denomina plataformas Big-Tech, refiriéndose a las GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft), principalmente, aunque también destacando algunas potencias tecnológicas emergentes en China, como Alibaba. Silicon Valley, la Meca de las GAFAM, ha sustituido a Wall Street como centro neurálgico del capital. Es el lugar desde el que se propaga al resto del mundo -occidental, al menos- la doctrina hegemónica actual, el tecnoutopismo. Es a lo que Morozov llama ‘solucionismo tecnológico’, es decir, la creencia de que las tecnologías digitales son y serán capaces de ofrecernos soluciones a todos los problemas del mundo y, por tanto, debemos depositar nuestra fe ciega en ellas, y en los nuevos amos que las dominan.

Estas empresas han alcanzado tal posición de poder, y la mantienen, mediante dos factores elementales. La extracción y acumulación masiva de datos generados por los usuarios, el Big Data; y la posesión de las infraestructuras que median, cada vez más, nuestras relaciones sociales, políticas y económicas. La venta de estos datos para insertar publicidad micro-segmentada -Google y Facebook-, la venta de software y hardware -Apple y Microsoft- y el abaratamiento de costes en el comercio electrónico -Amazon- son los más obvios. Sin embargo, los modelos de negocio de la economía digital han ido evolucionando y diversificándose más allá de la publicidad y el comercio online. Con ellos, las implicaciones del capitalismo digital han ido mucho más allá de cuestiones como la privacidad y la vigilancia masiva -como demostraron las filtraciones de Edward Snowden- y la micro-segmentación, ya no solo comercial si no electoral, como ejemplifica el caso de Cambridge Analytica.

 

Capitalismo digital expandido

Los algoritmos que hacen de motor de la economía digital toman muchas más decisiones de las que nos imaginamos. Cada vez más, son responsables de decidir si una persona recibe un crédito en un banco, si puede contratar un seguro, si tiene acceso a una universidad, o si es contratada por una empresa. Con el objetivo de reducir costes y maximizar la eficiencia, se emplean algoritmos capaces de procesar mucha más información que un ser humano, con la ventaja añadida de que no precisa de un salario -ni se va a quejar por ello- y otorga un aura de neutralidad e imparcialidad a la toma de decisiones. Esto último es un mito que es necesario rebatir, pues este modelo de toma de decisiones ‘objetivo’ responde a los sesgos introducidos por los humanos que los programaron. Además, la falta de transparencia alrededor de su funcionamiento evita que se pueda revisar ese proceso para evaluar si se hace correctamente. Así, los algoritmos se convierten en generadores de desigualdad, lo que la matemática Cathy O’Neill llama ‘Armas de Destrucción Matemática’.

En la expansión de la utilización de algoritmos en amplios sectores de la sociedad encontramos el modelo de negocio del futuro (y ya del presente) para las plataformas Big-Tech, el de la Inteligencia Artificial (IA). El Big Data es utilizado para alimentar estos algoritmos, desarrollando así la rama de la IA denominada ‘aprendizaje automático’. De este modo, las corporaciones que ya controlan gran parte de las infraestructuras que hacen posible el entorno digital pueden colonizar el mundo físico. Con un sistema público enormemente degradado, especialmente con las políticas de austeridad impuestas durante la última década, la IA se presenta como la mejor solución para optimizar los -escasos- recursos, mediante la predicción de patrones de comportamiento en ámbitos como la educación y la sanidad, entre muchos otros.

Como estas empresas son, por el momento, las únicas con capacidad para extraer masivas cantidades de datos de los usuarios y de utilizar su trabajo voluntario para alimentar a sus máquinas predictivas, la competencia para ellas es prácticamente inexistente, dándose la formación de ‘monopolios naturales’. Así, van progresivamente copando y centralizando todas las infraestructuras y servicios generando una extrema dependencia de ellas por parte, no solo de la ciudadanía, sino de otras empresas y de los estados.

 

¿Qué hacer?

Ahora bien, ¿que podemos hacer ante este, ya no futuro, si no presente distópico en el que nos encontramos? Las propuestas de Morozov pasan por el cambio de propiedad y estatus legal de los datos, y por la creación de infraestructuras públicas -no necesariamente estatales- que sean capaces de ofrecer una alternativa a las corporaciones privadas digitales.

Partiendo de la base de que la propiedad de los datos pase a ser de las personas que los producen es un elemento fundamental para revertir la actual situación, de este escenario surgen dos caminos bien distintos. Resumidamente, o tratar a los datos como una mercancía o como un bien común. La primera opción, la que propugnan personas como Steve Bannon (jefe de campaña de Trump y uno de los fundadores de Cambridge Analytica), desembocaría en un capitalismo digital aún más salvaje y ni siquiera lograría que los datos revirtiesen en beneficios para la gente, pues es en su agregación donde tienen más valor. La segunda opción eliminaría la posibilidad de hacer negocio con los datos para, en lugar de eso, darles usos que no busquen el lucro privado sino el beneficio comunitario. Para ello, es imprescindible la construcción de infraestructuras que estén sometidas un control democrático de la ciudadanía. Es aquí donde movimientos sociales, organizaciones civiles y partidos políticos que verdaderamente aspiren a la emancipación tienen que empezar a generar discursos y acciones para llevarlo a cabo, pues es donde el capitalismo se encuentra en mejor estado de forma.

Este es un planteamiento de macropolítica, certero e inspirador, pero también lejano y utópico si no somos capaces de pensar en qué podemos hacer aquí y ahora, en la micropolítica que está a nuestro alcance y nos acerca a ese horizonte. Lo que pretende este artículo es proponer un camino que complemente a las propuestas de Morozov. Podemos comenzar por adoptar la filosofía/ética hacker. La figura del hacker es la de la persona curiosa, crítica, activa, que se preocupa por conocer cómo funcionan las tecnologías digitales mediante las que nos dominan, y compartir ese conocimiento.

Frente al discurso religioso del tecnoutopismo, la figura del hacker es la del hereje (significa ‘el que elige’) que se atreve a pensar por sí mismo/a y con los demás, a cuestionar la fe en la tecnología para convertirlo en conocimiento crítico y a dejar de tratar a las tecnologías digitales como objetos sagrados para desmontarlos y reprogramarlos. Sin necesidad de grandes cambios legislativos ni multimillonarios desembolsos de dinero, todos/as podemos empezar ya -a nivel individual y/o colectivo- a recuperar el control sobre nuestros datos, a subvertir las infraestructuras actuales, o crear otras nuevas. Las comunidades de (auto) aprendizaje, los centros sociales y los hacklabs son los lugares y el software libre la herramienta para ello.

Estas prácticas y conocimientos son las que pueden comenzar a proporcionarnos la soberanía tecnológica que, transformada en soberanía política, eventualmente puede desembocar en cambios a gran escala que nos permitan recuperar la propiedad de nuestros datos, cambiar su estatus legal y construir infraestructuras tecnológicas públicas y democráticas que nos liberen de las plataformas Big-Tech. Así, en último término, podremos organizar colectivamente una fuerza que ponga en crisis al capital, sea cual sea su forma.

*Este autor estuvo recientemente en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía para inaugurar el ciclo ‘Seis contradicciones y el fin del presente‘ con una conferencia y un taller bajo el título de ‘El Capitalismo digital y sus descontentos’ en el que se debatieron las cuestiones que recoge este artículo.

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Las 6W de los medios alternativos digitales

[Texto publicado originalmente en el número 19 de la revista Galde]

El gurú y fundador del MIT Media Lab, Nicholas Negroponte, afirmó hace veinte años que “lo que pueda ser digital, lo será”. Como en otras ocasiones, el tiempo le ha dado la razón. Después de más de veinte años, ya está dejando de ser una novedad el hecho de que lo digital ha supuesto un cambio de paradigma de tal calibre que es equiparable al que provocó la Revolución Industrial. Es otra revolución, la digital, marcada por términos como inmediatez, interactividad, bidireccionalidad, descentralización, participación… que ahora pautan nuestras formas de relacionarnos, comunicarnos e informarnos. La expansión del mundo digital y su cada vez más fuerte interrelación con el mundo físico han terminado de romper las barreras espaciales y temporales que hasta entonces nos condicionaban. Además, las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) han posibilitado que cualquier persona, al menos potencialmente, no solo tenga acceso a enormes cantidades de información en Internet, sino que, también, pueda producir, publicar y difundir información. En este panorama comunicativo, los medios de comunicación, tanto los tradicionales como los alternativos, se enfrentan al mayor reto de su historia, la adaptación al entorno digital, donde, además, tienen que convivir con los medios sociales (redes sociales, plataformas de vídeo, audio, blogs, etc). Para tratar de ofrecer una respuesta a este reto, vamos a utilizar la vieja fórmula periodística de las 6W (técnicamente 5W y una H) es decir, por qué (why), cómo (how), qué (what), quién (who), dónde (where) y cuándo (when), para comprobar si los clásicos aún pueden ofrecer respuestas a los retos actuales.

Por qué. Hacia un periodismo postindustrial

Empecemos con el ‘por qué’, ya que es importante explicar cuál es la motivación que nos lleva a plantearnos el resto de cuestiones. Nos encontramos en un mundo en el que el modelo de producción industrial está en plena decadencia. En lo que se refiere a los medios de comunicación, lo que se conocía como la industria mediática ha perdido un gran peso en el ecosistema que hasta hace no mucho dominaba. El oligopolio informativo formado por los grandes medios de comunicación tradicionales hace tiempo que se resquebrajó debido a que las enormes estructuras que lo sujetaban se oxidaron irremediablemente a causa del tsunami digital. Sin embargo, esto no quiere decir que la crisis de los medios tradicionales se deba estrictamente al cambio tecnológico. La ciudadanía, comenzó a darse cuenta progresivamente de como los grandes medios cada vez se preocupaban menos por sus intereses y pasaban a responder a los de las élites -de las que dependían- y, simplemente dejó de creer en ellos. Sin la atención que les había estado alimentando, su viejo modelo industrial terminó de desmoronarse.

Cuando los medios tradicionales achacan a la digitalización gran parte de sus males, especialmente los que se refieren a su modelo de negocio, que es por lo que más se preocupan, suelen obviar que lo que subyace a lo económico son los valores periodísticos que lo sustentan. Lo que fue percibido como una crisis era, en realidad, una oportunidad para volver a encauzar un camino que se había perdido hacía años. Tras la degradación a la que se ha visto sometido el periodismo, debida a las prácticas llevadas a cabo por los medios de comunicación industriales, el motivo por el que hacen falta medios de comunicación alternativos radica en la necesidad, más que nunca, de un periodismo que sea capaz de explicar la realidad al tiempo que vuelve a ocupar su lugar como Cuarto Poder, vigilando al resto de poderes y defendiendo a la ciudadanía. Por tanto, en esta situación postindustrial, el proceso de adaptación digital, si quiere serlo realmente, ha de suponer más que unos meros cambios técnicos. La misión debe ser la de profundizar en la búsqueda de formas de organización, producción y relación que sean coherentes con la situación actual.

Cómo. De la competencia a la colaboración

Esta misión requiere aprovechar todo lo posible lo que ofrece el entorno digital. Y, para ello, llegamos al ‘cómo’. La red, como espacio descentralizado y distribuido, demuestra que la colaboración es más fructífera que la competencia, por más que surjan parásitos que se aprovechen del trabajo realizado colectivamente. A pesar de que los grandes medios tradicionales se niegan a aceptarlo, la suma de fuerzas siempre es más productiva que la lucha entre las mismas. Curiosamente aquellos que se han guiado por la lógica competitiva son los que han conducido al panorama mediático y periodístico a la ruina. Entonces, la solución parece obvia, aunque no lo sea tanto. Establecer lazos de colaboración entre diferentes medios de comunicación, con otro tipo de organizaciones y con la ciudadanía es un elemento fundamental para construir alternativas digitales sólidas.

De hecho, algunos medios ya han realizado conexiones fructíferas, como el caso del diario Público y CTXT. Juntos, han puesto en marcha ‘Espacio Público’, un foro en el que periodistas, escritores e intelectuales y toda la ciudadanía en general tienen la oportunidad de debatir de manera profunda y reflexionada sobre asuntos políticos y económicos en pos de promover cambios sociales. Además, se combina con la organización de debates presenciales en los que se les da continuidad a lo que se discute en la web, de modo que lo digital transciende sus fronteras para engarzarse con lo físico. Este tipo de iniciativas enriquece la conexión entre los medios y la ciudadanía, y recupera el espíritu periodístico de ir más allá de la mera publicación de información, para buscar formas de aprovechar su potencial transformador. Por otra parte, medios como eldiario.es ya han establecido relaciones transmedia, pues están asociados a la radio digital carnecruda.es; y transnacionales, aliándose con el periódico británico The Guardian, con quien colaboran en su sección internacional.

Qué. La información como bien común

Del paso de la competencia a la colaboración se deriva otro cambio necesario. Si en el entorno digital la colaboración es el cómo, ahora vamos con el qué. La información, como materia prima con la que trabajan los medios de comunicación, requiere ser tratada de un modo diferente. Los medios tradicionales, inmersos en la sociedad de mercado, han convertido la información en una mercancía. Como cualquier otro producto fabricado de manera industrial, su esencia se evapora y acaba por convertirse en un objeto de consumo. La información como mercancía siempre esta condicionada por una propiedad privada que entorpece que sea compartida y, por consiguiente, puesta a disposición de la cooperación. Si bien durante la época industrial las condiciones materiales dificultaban hasta cierto punto la libre circulación de información, en la época digital ya no hay excusas. Internet fue concebido como espacio idóneo para la libre difusión de la información y el libre acceso a la misma, por lo que tratar de restringir su movilidad es un contrasentido. De este modo, es posible reclamar la concepción de la información como un bien común, es decir, ni privado ni público, ni de empresas ni de estados. Lo que lo digital permite no es otra cosa que desmercantilizar la información, de la que durante tanto tiempo se han aprovechado los medios industriales, para devolvérsela a sus legítimos dueños, que la propia sociedad que la genera. Se trata de la aplicación práctica de lo que promueven los movimientos de cultura y conocimiento libre que llevan luchando por ello en Internet desde sus orígenes.

Así, medios y ciudadanía pueden colaborar sin restricciones. El ejemplo más claro en este sentido es el de los buzones de filtraciones ciudadanas, como Buzón X  y Fíltrala en España, que han continuado la senda abierta por Wikileaks. Se trata de un conjunto de herramientas digitales que utilizan diferentes mecanismos de seguridad para hacer las comunicaciones digitales anónimas y seguras. En estas plataformas, periodistas y activistas, concretamente hacktivistas (de la fusión de los términos ‘hacker’ y ‘activista’) gestionan como un bien común la información procedente de las filtraciones que realiza la ciudadanía, desvelando lo que hasta entonces era un secreto y poniéndola a disposición de toda la sociedad. Se demuestra así como mediante la concepción de la información como un bien común, la colaboración surge de manera mucho más sencilla. Es más, esta forma de hacer periodismo colaborativamente ya está siendo reconocida a nivel internacional, como se probó en la edición de este año de los prestigiosos premios Pullitzer. El International Consortium of Investigative Journalists (ICIJ), fue galardonado por su labor en la filtración de los Papeles de Panamá, labor en la que cooperaron más de 100 medios de 80 países, entre ellos El Confidencial y La Sexta.

Quién. La comunidad

Para esta pregunta, la respuesta está dada a lo largo del texto, aunque no le hayamos puesto nombre. El sujeto de esta ecuación digital es la comunidad. Si una de las principales causas de la decadencia de los medios de comunicación y de la pérdida de confianza de la ciudadanía en el periodismo viene por el alejamiento entre ambos, la solución está en volver a estrechar lazos. Los medios que sean capaces de generar una comunidad de personas a su alrededor establecerán una relación de reciprocidad entre ellos y la ciudadanía. Por una parte, la comunidad sostiene al medio, permitiéndole garantizar su independencia y sostenibilidad, las dos condiciones básicas para llevar a cabo la tarea periodística satisfactoriamente. Por otra, el medio actúa como defensor de los intereses de su comunidad, como plataforma y altavoz para que se exprese, y como tejedor de un relato colectivo que sea más fiel a la realidad. El concepto de comunidad permite volver a un periodismo preindustrial, en el que los intereses políticos y económicos aún no habían absorbido a los medios de comunicación.

Algunos medios alternativos ya han dado grandes pasos en la consolidación de una comunidad a su alrededor. La fórmula más extendida es la de hacer a los usuarios parte de la comunidad, y no únicamente consumidores, de modo que se convierten en un elemento fundamental de su modelo de negocio. Dejar de depender -en la medida de lo posible- de la publicidad es la solución por la que han optado medios cooperativos como La Marea y El Salto, recuperando el viejo modelo de las suscripciones, aunque el contenido que vuelcan en la web esté abierto a todo el mundo. Estos medios hacen partícipe a su comunidad más allá de la necesaria contribución económica, para implicarla en el proceso de toma de decisiones, tanto a nivel editorial como empresarial.

Dónde. La esfera pública digital

Aún falta poner en situación todo lo anterior. Un primer dónde podría ser directamente el entorno digital. Sin embargo, se trataría de una respuesta demasiado amplia, por lo que es necesario precisar.  El lugar por antonomasia en el que se mueven los medios de comunicación es la esfera pública, el espacio en el que las diferentes corrientes de opinión pública entran en debate sobre los asuntos que afectan a toda la ciudadanía. Los medios tradicionales estaban acostumbrados a ocupar el centro de la esfera, desde donde ejercían una enorme influencia, mientras que los medios alternativos se ubicaban en la periferia de la esfera, desde donde el alcance es reducido. Antes de la digitalización de la esfera pública, el movimiento entre el centro y periferia era casi inexistente. Desde entonces, se han abierto brechas por las que los medios alternativos pueden acceder al centro y transmitir su mensaje desde ahí. Es de justicia reconocer que los medios alternativos ya actuaban colaborativamente antes de la irrupción digital, tratando la información como un bien común y respondiendo a su comunidad, por lo que este punto es de especial relevancia. En la esfera pública digital, los medios alternativos tienen un trampolín que les permite dar un salto cuantitativo en lo que se refiere a su capacidad de influencia y difusión.

Cuándo. Ahora

Lo expuesto hasta aquí es una propuesta de como aprovechar el entorno digital para revitalizar el periodismo y proporcionar a la ciudadanía medios de comunicación alternativos. Teniendo en cuenta la necesidad de los mismos, en un momento crítico en el que desde las redes sociales se imponen con frecuencia las fake news y la posverdad, la pregunta del cuándo es la más fácil de contestar. No hay tiempo que perder, la respuesta es ahora.

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Actualizando los (bienes) comunes: El entorno digital

[Texto publicado originalmente en el blog de Público Cuarto Poder en Red, espacio de reflexión de la comunidad del Máster en Comunicación, Cultura y Ciudadanía Digital, del Medialab Prado y la URJC / En colaboración con Santiago García Gago Coordinador del portal Radios Libres que difunde la cultura y el software libre entre medios comunitarios de América Latina]

 

Para tratar la relación del mundo digital con el concepto lo común, tuvimos la oportunidad de hablar con Cesar Rendueles y Joan Subirats antes de la charla en MediaLab-Prado y preguntarles qué opinan acerca de los comunes digitales. Precisamente es en este ámbito, como se señaló en el primer artículo de esta serie -que cuenta también con un segundo artículo-, donde menos de acuerdo están los dos autores. Rendueles se ocupa más de señalar los límites (para profundizar en su opinión a este respecto se recomienda su ensayo Sociofobia2013 –ver reseña-), mientras que Subirats mantiene una visión más «optimista», centrándose en las posibilidades de transformación que pueden tener.

A continuación, el audio y la transcripción cada una de sus respuestas:

 

Pregunta: ¿Qué papel protagoniza lo digital en lo que se refiere a los comunes?

César Rendueles: Yo diría que no lo sabemos, voy a dar una respuesta diplomática. Creo que no sabemos lo que puede dar de sí lo digital, ha sido una de las áreas más contaminadas por el individualismo extremo, por la fragilización. Es un área absolutamente atravesada por corrientes individualistas pero que no se veía a sí misma de esa forma individualista, sino al revés, como una fuente de comunitarismo, sociabilidad, etc. Justamente por eso creo que no tenemos la menor idea de lo que pueden dar de sí los comunes en el entorno digital. Seguramente mucho, yo me atrevería a apostar que mucho por las características materiales del entorno digital. También porque cognitivamente creo que estamos más preparados para compartir información y bienes no materiales que bienes de primera necesidad. Pero lo cierto es que no lo sabemos, creo que lo digital está a la espera todavía de una especie de Plan Marshall por la parte de lo público-estatal y de movimiento revolucionario por parte de lo cooperativo-activista. Nos hemos dejado arrastrar un poco por el estado de las cosas heredadas sin atrevernos a plantear otras posibilidades.

 

Joan Subirats: El gran problema que creo que hay entre las expectativas que se habían generado en relación a los comunes digitales y la realidad actual es también el grado de apropiación y oligarquización a la que se han sometido a través de los espacios de intermediación y de flujo. La capacidad de control de esos espacios de intermediación a partir de eso que llaman algunos, GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft), que son capaces de controlar las carreteras y a través de ese control de carreteras lo que hacen es controlar también todos los datos y la información que se generan. Es decir, es un poco lo que pasa con Airbnb o con Uber, se aprovecha la lógica colaborativa ciudadana para generar procesos de extracción del valor que depauperan esas redes de colaboración y ellos acumulan ese capital. Por tanto, aquí tenemos el reto de plantear debate sobre soberanía tecnológica, sobre control de datos y sobre generación de plataformas alternativas de carácter cooperativo distintas. Desde mi punto de vista no es una batalla perdida, es entender que la tecnología nunca ha sido neutral y que hay un problema de politización de esos debates.

Pregunta: ¿Qué le podemos decir a la gente para convencerla de que la tecnología no es neutral y que hay que politizarla? Porque si le dices a alguien que deje de usar Whatsapp, y use Telegram o Signal y responde que es una herramienta que le sirve para comunicarse; o le hablas sobre Facebook y la privacidad y contesta que no tiene nada que ocultar, ¿cómo convencerles de que es un bien común que habría que gestionar colectivamente?

Joan Subirats: Creo que ahí hay varios temas. Uno es que en muchos casos son instrumentos que operan bajo la apariencia de la gratuidad. Convierten en mercancía a los propios usuarios. Un segundo gran tema es la capacidad de ‘profiling’ que se genera, y de perfilar a las personas en base a los datos. El tercer tema es, como en algunos textos últimamente ha aparecido, el discutir el nivel de construcción democrática de los algoritmos que sirven para los buscadores.

En el fondo, el gran tema es entender que no estamos hablando de algo que es apolítico, sino que tiene una dimensión política, y que hay algunos que ganan y otros que pierden. Esas personas que dicen lo que tu comentas son «naif», son ingenuas, pensando que eso es simplemente un instrumento. Ahí es donde el cambio de relato es muy importante, el entender al final quién se apropia de ese valor, cómo se distribuye, y las posibilidades de que tú puedas incluso construir mejores herramientas sin perder esa soberanía sobre los datos y tu propia capacidad.

Ahora de la colaboración entre Ahora Madrid y Barcelona en Comú se ha construido una plataforma de participación ciudadana a nivel digital, que es bastante mejor que la que Movistar planteaba. Por lo tanto, el debate es, no sobre el buenismo de que esta plataforma es mejor porque políticamente es más guay, sino porque funciona mejor, permite aplicaciones y usos que están por encima y acaba siendo más potente tecnológicamente.

 

Pregunta: La intervención de lo público es prácticamente nula en lo que se refiere a los comunes digitales, quizás hay un bien común ahí pero que está totalmente privatizado, ¿estamos a tiempo de recuperar todas esas infraestructuras que manejan el bien común digital?

César Rendueles: Es muy interesante tal y como lo has planteado. Normalmente cuando se habla de los bienes comunes digitales se habla de bienes inmateriales y no de infraestructuras. Es muy llamativo, porque se ha dado por hecho que la brecha digital en Occidente prácticamente se ha suturado y que no importa. Y sí que importa muchísimo, además es una cosa que me llama la atención porque de alguna forma el devenir de la sociedad digital apunta al oligopolio frente a esas fantasías de libre mercado resulta que al final lo que tenemos todos es a Google, una única compañía que nos suministra cuenta de correo. Tenemos una, dos como mucho. Un par de redes sociales, tres o cuatro, como mucho.

Parece que tal vez una intervención colectiva podría haber funcionado al menos igual de bien. Yo creo que cuando decía que no sabemos lo que puede ser el común digital a eso me refería justamente. Lo sabremos cuando esas transformaciones digitales se integren en transformaciones sociales y políticas más amplias. Eso es algo que atisbamos en América Latina en los últimos años justamente, la potencia que podía tener el cambio en el ámbito digital cuando estuviera asociado a cambios políticos de gran escala en otros ámbitos, tanto culturales como educativos, pero también económicos y políticos, y ahí sí sabremos que puede dar de sí el entorno digital. A día de hoy no lo sabemos, es un entorno tan privatizado que siempre andamos en la fantasía, un poco narcisista de que eso sí que es común. Creo que lo sabremos en los años venideros.

 

Conclusiones

Por último, para entender lo que supone el entorno digital en la reformulación de los comunes es importante señalar que Internet es en sí mismo un bien común. Para ello, es necesario remontarse al año 1969, cuando se comenzaron a escribir los Request for Comments (RFC), los protocolos mediante los que se rige Internet, por parte de un grupo de estudiantes de doctorado  de la UCLA (Universidad de California en Los Ángeles). Este grupo, coordinado por Steve Crocker, empezó a documentar todo el trabajo que iban realizando sobre el desarrollo de ARPANET (embrión de la actual Internet). Estos miles de documentos, además de ser una de las mayores obras intelectuales de la historia de la humanidad, son libremente accesibles, copiables, transformables, difundibles y distribuibles.

Esto no quiere decir que el entorno digital de por sí sea la herramienta liberadora que vaya a romper automáticamente las cadenas opresoras de las élites, ni siquiera quiere decir que se esté gestionando como un bien común, a pesar de serlo. Lo que sí quiere decir es que en un mundo como el de la Red, que se creó en base a los principios y valores de la ética hacker, la conceptualización del procomún va necesariamente unida. Por lo tanto, en el mundo digital encontramos la oportunidad y el potencial para tejer una red en la que se compartan todos los proyectos que apuestan por lo común, ligando lo local y lo internacional, saltando por encima de los debilitados estados-nación. Frente a la globalización neoliberal, solo otra alternativa que se mueva en ese ámbito puede plantarle cara.

Ante esta situación, simplificándolo en una lógica binaria, podemos entender la información y el conocimiento como mercancías en manos de intereses privados, o podemos defenderlos como parte del procomún. Dentro del ciberespacio, podemos elegir construir muros digitales que cerquen la difusión de la información y del conocimiento (¡qué casualidad que Facebook denomine a los espacios personales de los usuarios como ‘muros’!), o podemos elegir construir puentes por los que fluyan libremente.

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Actualizando los (bienes) comunes: lo público, ¿estatal o comunitario?

[Texto publicado originalmente en el blog de Público Cuarto Poder en Red, espacio de reflexión de la comunidad del Máster en Comunicación, Cultura y Ciudadanía Digital, del Medialab Prado y la URJC]

Tal y como se apuntó en la primera parte de este artículo, un asunto fundamental sobre el que pivota el concepto de lo común es su relación con lo público. Hasta ahora y desde el surgimiento de las sociedades modernas éste último ha estado directamente conectado a lo estatal, otorgando a los estados prácticamente en exclusiva el papel de garante y gestor de lo público. César Rendueles y Joan Subirats coinciden en señalar la ruptura que supuso el cambio desde las sociedades tradicionales a las sociedades modernas configuradas en torno a los estados-nación liberales. Este punto de inflexión político-social vino acompañado en el terreno económico de los inicios del capitalismo como sistema hegemónico, expandiendo las competencias de los mercados hasta terrenos nunca vistos anteriormente.

Los procesos mediante los que se han mercantilizado los bienes comunes a lo largo de la historia se conocen como enclosures (cercamientos). El término se acuñó en Inglaterra entre los siglos XVIII y XIX, en relación al cierre de las tierras comunales en beneficio de los terratenientes. Otro ejemplo es el de las desamortizaciones que tuvieron lugar en España entre finales del XVIII y principios del XX, por los que se expropiaron y subastaron las tierras que servían a los campesinos para compensar su precaria situación. En la actualidad, en el mundo digital son múltiples los intentos de cercar la libre producción y difusión de la información y la cultura, a través del refuerzo del copyright, entre otras prácticas. Como se puede observar, al igual que ocurre con la definición de los bienes comunes, existe una gran diversidad en torno a estos procesos. En cualquier caso, los cercamientos sirven para destapar los mecanismos a través de los cuales el capitalismo ha ido extendiéndose a costa de lo común, y para desmontar el relato del emprendimiento y el espíritu empresarial, mostrando la otra cara sin la que no sería posible, es decir, obligar a los trabajadores a abandonar su modo de vida tradicional para incorporarse a un mercado laboral en el que vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario. En este sentido, la ola neoliberal que ha traído nuevas cercamientos en forma de privatizaciones de lo colectivo es uno de los motivos que han favorecido la popularización de lo común, tal y como señala Joan Subirats en el libro.

A lo largo del siglo XX, se han dado numerosos intentos en diversos países de responder al expansionismo capitalista a través de la gestión del Estado. El fracaso de los proyectos que trataron de poner en práctica el socialismo científico, así como el de las socialdemocracias europeas que se desarrollaron tras la II GM, ha allanado el camino al plan neoliberal de globalización y desregulación económica. De este modo, se ha generado una demonización de lo público, en algunos casos motivada por la burocracia y el autoritarismo, y en otros, por el clientelismo y la delegación en el denominado Estado de Bienestar. En cualquier caso, Rendueles nos recuerda que el colapso de dichos proyectos ha sido propiciados también por la «contrarreforma neoliberal». Por tanto, resulta clave discernir agudamente entre lo que es una autocrítica constructiva y aquello que contribuye a la demonización de lo público, engordando el relato victorioso del neoliberalismo.

César Rendueles precisa que al igual que las experiencias comunitarias son muy complejas y diversas, y «no siempre son liberadoras e idílicas, sino que tienen muchas veces expresiones reactivas, llenas de supersticiones o de fenómenos de subordinación patriarcal», cortar a todas las instituciones bajo el patrón de la burocracia y el autoritarismo es «concederle demasiado al neoliberalismo». Por su parte, Joan Subirats entiende que la vuelta de los comunes al vocabulario económico y político responde a la voluntad de volver a tener capacidad de gestión y autonomía por parte de la ciudadanía frente a la «desposesión de las instituciones que están al servicio de las grandes empresas financieras globales». Aquí se halla otra diferencia en sus planteamientos. Mientras que Subirats se centra más en señalar las diferencias de los comunes con lo público-estatal, dibujando una línea más gruesa entre este tipo de gestión y la comunitaria-cooperativa, Rendueles tiende a verlas más como un continuo entre lo público y lo comunitario, poniendo de manifiesto el aspecto universalista e igualitarista de lo público frente al riesgo de las comunidades de cerrarse en sí mismas y caer en el aislamiento. De este modo, ambos se plantean las potencialidades de una mayor relación entre las instituciones públicas y las iniciativas comunitarias, y cómo podrían complementarse.

En este sentido, los movimientos municipalistas que conforman los denominados «ayuntamientos del cambio», y que alcanzaron en 2015 las alcaldías de muchas de las principales ciudades de España (Madrid, Barcelona, Valencia, Cádiz, etc), muestran una renovada sintonía de lo público con lo común. Sin ir más lejos, desde Catalunya han surgido candidaturas que confluyen en torno al nombre «En Comú». Al mismo tiempo que estas iniciativas políticas recogen esta preocupación por la recuperación de las dinámicas comunitarias y cooperativas, también son altavoces que amplifican la difusión de estos relatos y, por tanto, son responsables de la popularización de estos términos.

Más allá del discurso y las intenciones, ya se están realizando acciones en este sentido, por ejemplo, en materia de participación ciudadana.  Sin embargo, está por ver si son capaces de articular políticas que realmente calen en la población y fortalezcan el espíritu de la gestión colectiva de los recursos. A este respecto, César Rendueles apunta que «construir las bases sobre las que se puede instituir un territorio adecuado para la gestión comunal va a llevar muchísimo tiempo», por lo que «lo compartido, común, colaborativo y cooperativo se plantea a largo plazo».

En cualquier caso,  la discusión sobre el papel de las instituciones públicas y su engarce con estas nuevas iniciativas comunitarias sigue abierta, por lo que lo que se logre desde estas instituciones resulta de gran importancia para dar los primeros pasos hacia la consolidación de otra forma de gestión pública, más alejada de la estatal y que se acerque progresivamente a la comunitaria.

 

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Actualizando los (bienes) comunes

[Texto publicado originalmente en el blog de Público Cuarto Poder en Red, espacio de reflexión de la comunidad del Máster en Comunicación, Cultura y Ciudadanía Digital, del Medialab Prado y la URJC]

El entorno digital ha permitido recuperar el concepto de los «bienes comunes» o «procomún«. Las comunidades que defienden el software libre y los movimientos ciberactivistas que luchan por el derecho a la libertad de expresión, el libre acceso a la información y se enfrentan a las restricciones del copyright con prácticas como el copyleft y la utilización de licencias Creative Commons reclaman la concepción de la información y la cultura como un bien común. Pese a las diferencias evidentes con los recursos que en las sociedades tradicionales se han gestionado colectivamente (el agua, la tierra, los bosques), los comunes digitales comparten el espíritu de desligar los bienes necesarios para el desarrollo de la humanidad de la noción de mercancía.

Sin embargo, esta reivindicación de ‘lo común’ no es únicamente consecuencia de la irrupción y expansión del mundo digital, además responde a la exploración de formas alternativas de gestión a las que actualmente se proponen como inevitables, la estatal y la mercantil. Por tanto, también es resultado de las aspiraciones políticas y económicas de los sectores de la sociedad que rechazan los procesos de privatización y mercantilización neoliberal, y que no encuentran en el ámbito público-estatal una solución adecuada debido a su impasibilidad y connivencia ante dichos procesos.

Los bienes comunes traen consigo una complejidad enorme, debido a la gran amplitud de experiencias a lo largo de la historia que se podrían considerar de carácter comunal. Entenderlos como aquellos recursos que «nos pertenecen a todos y a nadie», gestionados por una comunidad al margen del estado y del mercado, no es suficiente para que estos planteamientos se materialicen como una alternativa transformadora en una sociedad fragmentada e individualizada como la actual. Para adaptar estos conceptos a nuestros días se hace imprescindible una reflexión como la que aportan Joan Subirats y César Rendueles en Los (bienes) comunes. ¿Oportunidad o espejismo?Ambos autores se dieron cita el pasado 7 de febrero en MediaLab-Prado para seguir conversando sobre el significado de lo común, desde el ámbito más tradicional hasta su aplicación en el mundo digital.

https://www.youtube.com/watch?v=w7OkIpxVfm0&t=2895s

Tanto en el libro como en la presentación, los dos autores debaten sobre la aportación de una de las autoras que más ha contribuido a desarrollar estos conceptos, Elinor Ostrom (El gobierno de los bienes comunes, 1990) y por cuyo trabajo ganó el Premio Nobel de Economía en 2009, y  el científico social Karl Polanyi (La gran transformación, 1944), el cual realizó un análisis del capitalismo y la sociedad de mercado que continúa siendo vigente. Además, también tratan asuntos que van en relación con lo común y ayudan a situarlo en nuestros días, como la renta básica, el cooperativismo, el capital socio-cultural, y la dicotomía entre democracia deliberativa y representativa, entre otros.

Tanto Rendueles como Subirats coinciden en la ya mencionada complejidad de estos conceptos, hasta el punto de que hay asuntos en los que no llegan a ponerse de acuerdo, sobre todo en lo que concierne a escalabilidad y replicabilidad de los comunes en una sociedad globalizada y el papel que puede protagonizar lo digital en este asunto. Por otro lado, a pesar de que hasta ahora hemos estado hablando indistintamente de diferentes términos, sí que hay diferencias entre «bienes comunes», que hacen referencia a una visión económica de la gestión de recursos, y «lo común», que sería aplicable en un sentido más genérico. Además, en la actualidad surge la idea del «procomún», que continúa en la misma línea pero puede ser útil para concretar y  hacer hincapié en el aspecto relativo a la acción, es decir, actuar en favor de lo común y los bienes comunes.

Es por este motivo por el que Subirats los define como un «concepto paraguas» o «no-concepto», a lo que Rendueles aporta que esta indefinición hace que caigan en un «impresionismo conceptual», debido al intento de aglutinar una gran cantidad de preguntas que es complicado que sean respondidas dentro de los mismos términos. A pesar de ello, coinciden en que su recuperación es positiva, aunque solo sea como reacción ante la situación actual, y que todos apuntan en cierto modo hacia una misma realidad, cuya concreción es uno de los principales objetivos de la obra.

La reaparición de los comunes en el debate público supone una mirada al pasado para encontrar respuestas de cara al futuro. Una mirada a un pasado anterior a la aparición del capitalismo y que ha sobrevivido, aunque minoritariamente, en los últimos siglos. Ante la destrucción de alternativas por parte del neoliberalismo, lo común realiza un viaje en el tiempo para ayudar a articular nuevamente la tradición emancipatoria y buscar otras vías de cambio económico, político y social.
En este sentido, la profunda crisis de lo público (estatal) y la aparición e influencia del entorno digital se convierten en los dos pilares fundamentales sobre los que se fundamenta esta actualización de lo común, abriendo nuevos caminos.

Este es el primer artículo de una serie de tres textos sobre la actualización de los (bienes) comunes.