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Europa ante la nueva ola conservadora

18 de mayo, a ocho días de las elecciones europeas, bajo el cielo lluvioso de la plaza del Duomo, en Milán. Allí tuvo lugar el mayor evento de campaña organizado por las fuerzas políticas que componen la corriente de derechas radicales o nacionalpopulismos europeas. El objetivo: mostrar músculo y dar sensación de unidad, además de avalar a la cabeza de este movimiento, el líder de la Liga, ministro de Interior y vicepresidente de Italia, Matteo Salvini. Éste, ejerció como anfitrión -en la ciudad donde dio sus primeros pasos como político- y como maestro de ceremonias (abriendo y cerrando el acto). Le acompañaron los líderes y miembros de casi una docena de formaciones aliadas. Destacó la presencia de Marine Le Pen, del francés Reagrupación Nacional (antiguo Frente Nacional); Geert Wilders, del Partido por la Libertad neerlandés; y Jorg Meuthen, de Alternativa por Alemania.

Junto a ellos, había políticos procedentes de Finlandia (Verdaderos Fineses), Dinamarca (Partido Popular Danés), Austria (Partido de la Libertad Austriaco), República Checa (Partido de la Libertad y la Democracia Directa), Bulgaria (Voluntad), Bélgica (Interés Flamenco), Eslovaquia (Somos Familia) y Estonia (Partido Popular Conservador). Todos ellos serán, supuestamente, parte de un potencial grupo parlamentario europeo que se conformará tras las elecciones: Alianza Europea de los Pueblos y las Naciones.

Esa tarde parecía materializarse la versión europea de la Internacional Nacionalista -por muy contradictorio que suene-, que viene tomando forma, al menos, desde las victorias del Leave en el Brexit y de Trump en las presidenciales estadounidenses en 2016. A simple vista, podría pensarse que se trata exclusivamente de fuerzas originales que han surgido y crecido en cada territorio de manera espontánea y que han logrado ponerse de acuerdo por sí solas. Nada más lejos de la realidad, este fenómeno, tal y como apunta el informe de la Fundación porCausa La Franquicia Antimigración: cómo se expande el populismo xenófobo en Europa, responde a una coordinación más compleja en la que toma parte una amplia red de personas y organizaciones ultraconservadoras que desde Rusia a Estados Unidos están influyendo en el Viejo Continente.

La adaptación libre del concepto empresarial de franquicia sirve para explicar el funcionamiento de esta organización y expansión del populismo xenófobo. El término utilizado hace referencia a los dos ejes en torno a los cuales estas fuerzas políticas se han aglutinado y han sido capaces de construir enemigos comunes: la élite de Bruselas y las personas migrantes. Una franquicia es un acuerdo entre dos partes -franquiciador y franquiciado- mediante el cual, el primero cede una serie de recursos y estrategias al segundo para que las aplique a un mercado determinado. De este modo, el vendedor de la idea original logra implantar su modelo en lugares a los que no había llegado aún y el franquiciado consigue aumentar su presencia en el mercado sin tener que desarrollar un modelo propio.

Bajo esta lógica, aquella tarde en el escenario del mitin pudimos ver a muchos de los franquiciados dando cuenta del éxito de esta fórmula: el señalamiento de las élites de Bruselas y de la migración como los problemas a resolver para recuperar la identidad y la soberanía nacionales. Así, la Liga ha pasado de ser un partido marginal que abogaba por el secesionismo de la Padania a gobernar en coalición en Italia bajo el lema de “los italianos primero” y aspirar a convertirse en el partido más fuerte del país, según los sondeos.

Le Pen y Reagrupación Nacional llegaron a segunda vuelta de las presidenciales en 2017, algo que no lograban desde 2002, y pugnarán con Macron y su partido por ser el más votado en las europeas. En Países Bajos, Wilders y su Partido por la Libertad lideran la oposición parlamentaria, mientras que ahora compite con Foro por la Democracia (un partido de reciente creación pero que es ya primera fuerza en el Senado) para encabezar el populismo xenófobo neerlandés. Alternativa por Alemania es la tercera fuerza parlamentaria, solo por detrás de democristianos y socialdemócratas, en un país poco dado a los extremos desde la II Guerra Mundial.

No son los únicos, puesto que en esta amalgama de franquiciados también encontramos a partidos que no parecen dispuestos a integrarse en el posible “supergrupo” de la Alianza Europea de los Pueblos y las Naciones -AEPN-, pero que responden a los mismos intereses. El Fidesz húngaro de Víktor Orbán es el caballo de Troya en el Partido Popular Europeo -PPE- (donde comparte grupo con el Partido Popular de Pablo Casado). Ley y Justicia, en Polonia, pertenece al grupo de Conservadores y Reformistas Europeos -CRE- (una escisión del PPE), el grupo en el que con mayor probabilidad se integrará Vox cuando obtenga representación en el Parlamento Europeo. Ambos gobiernan con mayoría absoluta en sus respectivos países por lo que son dos de los franquiciados más relevantes y su decisión de integrarse o no en la coalición de Salvini determinará qué estrategia parlamentaria seguirá la Franquicia.

De una parte, un “supergrupo”, que sería el AEPN con la potencia suficiente para condicionar y boicotear a la Gran Coalición que hasta ahora han formado el PPE y el Partido Socialista Europeo -PSE-. De otra, mantener la composición actual para forzar al PPE a romper la Gran Coalición y virar hacia el CRE, de modo que se imponga una agenda política centrada en la devolución de competencias a los países (especialmente en la gestión de las fronteras y las migraciones).

Que opten por una u otra dependerá los propios resultados electorales pero también las diferencias entre los franquiciados, especialmente en materia económica (de proteccionistas a ultraliberales) y de política exterior (la cercanía a Rusia de Salvini y Le Pen es de los principales escollos para la confluencia de Ley y Justicia, marcadamente atlantista, y, en menor medida, de Orbán).

La trama que lleva a Europa por el populismo xenófobo

Tras la puesta en escena de Milán, entre las bambalinas del escenario podríamos haber encontrado, figuradamente, a una serie de actores que es necesario conocer para dar cuenta del alcance de esta corriente. Entre los franquiciadores, hay un nombre que sobresale: Steve Bannon. Desde que dirigiese la exitosa campaña electoral de Donald Trump en 2016 se ha hecho un personaje público cada vez más conocido. Antes de dedicarse a la asesoría política, trabajó como inversor financiero en Goldman Sachs y fue productor cinematográfico y empresario de medios de comunicación, entre otras ocupaciones.

En esta última etapa, sus proyectos más conocidos han sido Cambridge Analytica, la empresa de minería y tratamiento de datos aplicados a procesos electorales (como el Brexit y las presidenciales estadounidenses) que saltó a la fama tras una filtración de uno de sus propios trabajadores y Breitbart News, el medio de comunicación que se autodenominó como la plataforma mediática de la Alt-Right anglosajona. Ambos fueron financiados por Robert Mercer, ingeniero informático y multimillonario estadounidense gracias a un fondo de inversión, Reinassance Technologies, que utiliza Inteligencia Artificial para realizar predicciones financieras. Por supuesto, también fue uno de los mayores donantes para la campaña de Trump.

Tras romper relaciones tanto con Trump como con Mercer, Bannon trazó un plan para expandir a Europa la agenda nacionalpopulista y ultraconservadora. Para ello, puso en marcha la fundación The Movement, afincada en Bruselas y que pretende servir como punto común para todas estas fuerzas políticas. Sin embargo, su desembarco en Europa ha despertado, al menos de cara a la opinión pública, ciertas reticencias.

Por ejemplo, tanto Le Pen como Wilders han manifestado su rechazo a adherirse formalmente: se niegan a dejar en manos de un estadounidense los asuntos europeos. No ha tenido tantos remilgos Salvini, quien, al contrario, manifestó públicamente su entusiasmo por la iniciativa. Por tanto, si Salvini, líder de la coalición, cuenta con Bannon, su influencia (aún siendo difícil de determinar con precisión) es un elemento a tener en cuenta.

Lo que vimos en Milán es un paso más hacia la consolidación de su estrategia, la conformación del ya mencionado “supergrupo” nacionalpopulista. Para ello, el propio Salvini ha viajado por Europa para reunirse frecuentemente con sus aliados, hasta el punto de que en lo que va de año apenas ha pasado 17 días en su ministerio.

Sin embargo, hay que tomarse el papel de Bannon con cautela. El estadounidense es un especialista en manipular la opinión pública a su favor y el personaje que se ha construido es capaz de acaparar toda la atención mientras se deja de atender a otros actores relevantes de esta corriente. Como, por ejemplo, Robert Shillman, que, al igual que Robert Mercer, también es ingeniero informático y ha amasado una fortuna multimillonaria gracias a una empresa de producción de equipos de visión virtual, Cognex Corporation. Shillman es otro promotor de causas de la derecha radical, habiendo financiado para ello The Rebel Media, una plataforma mediática que ha sido catalogada como la Breitbart canadiense. Forma parte de la junta directiva del think tank islamófobo y pro-israelí David Horowitz Freedom Center.

Esta organización es una de las financiadores habituales de Geert Wilders y su Partido por la Libertad. Además, Wilders ha sido invitado con frecuencia a los Estados Unidos por el Horowitz Freedom Center y el Gatestone Institute, otro think tank islamófobo, financiado por Rebekah Mercer (hija de Robert Mercer), y del cual ha sido presidente el actual Secretario de Seguridad Nacional de la Administración Trump, John Bolton.

Gatestone es una fuente habitual de los portales de (des)información que diseminan por las redes todo tipo de bulos sobre personas migrantes, y para medios de comunicación rusos cercanos al Kremlin como RT y Sputnik. Además, la cadena estadounidense NBC desveló cómo unas cuentas de Twitter ligadas a la Internet Research Agency -una compañía rusa también cercana al Kremlin y dedicada ejercer influencia en favor de los intereses del país- compartían contenido del Gatestone Institute.

En Rusia encontramos también a promotores merecedores de mención. Konstatin Malofeev es un empresario multimillonario ruso, propietario de Marshall Capital, el fondo de inversión más grande del país. Al igual que Mercer y Shillman, ha utilizado sus recursos económicos para crear plataformas mediáticas. En su caso, fundó Tsagrad TV, de perfil similar a Fox News (de hecho, contrató a Jack Hannick, ex productor de dicha cadena para ponerla en marcha). También fundó y preside un think tank, Katehon, que sirve de altavoz para uno de los ideólogos más importantes del actual panorama ruso: Aleksandr Dugin.

Por si esto fuera poco, también creó la Fundación San Basilio el Grande, también la más grande de Rusia. En esta entidad trabaja también uno de sus más estrechos colaboradores, Aleksey Komov, quien ha trazado conexiones con organizaciones ultraconservadoras estadounidenses como el Congreso Mundial de Familias, dedicado a promover valores familiares tradicionales y atacar al colectivo LGTBIQ.

Komov también ha participado en conferencias organizadas por el Instituto por la Dignidad Humana (IDH), fundado y presidido por Benjamin Harmwell, ex asesor del diputado británico torie Nirj Deva, también director del Bow Group, un think tank extremista católico y eurófobo. El presidente del IDH es el cardenal Raymond Burke, quien lidera la corriente más crítica contra el Papa Francisco, especialmente por su postura abierta sobre la migración. En esta organización participa activamente el propio Steve Bannon que, por obra y gracia del gobierno italiano, ha logrado que le cedan un monasterio en Trisulti, a las afueras de Roma, para que haga de sede del IDH. El objetivo es convertirlo en una academia para “la defensa de los valores judeocristianos y de Occidente” y formar a la «próxima generación de líderes nacionalistas y populistas».

La versión española: Rafael Bardají y CitizenGo

En lo que respecta a España, Vox se conecta a toda esta matriz mediante Rafael Bardají, miembro de su Comité Nacional. Bardají ha sido, entre otras cosas, consejero de Seguridad Nacional durante la presidencia de Aznar y director de Política Internacional del think tank aznarista FAES. Ha viajado a Estados Unidos a reunirse con Bannon en varias ocasiones y mantiene el contacto con John Bolton y otros altos cargos de la Administración Trump pertenecientes a la corriente neocon, con quienes coincide en organizaciones como la fundación Friends of Israel Initiative, desde la que se promueve la integración de Israel en Occidente, y se la perfila como un ejemplo a seguir en la defensa del territorio frente a las ‘invasiones islámicas’. Bardají ha sido clave para Vox porque ha traído el estilo y la estrategia trumpista desde el otro lado del Atlántico, lo que le ha permitido pasar del 0,2% en las elecciones generales de 2016 al 10,26% del pasado 28 de abril.

Por otra parte, una investigación de OpenDemocracy, recientemente reveló el entramado en torno a CitizenGo, la rama internacional de HazteOir, dedicado a financiar indirectamente y promover el ideario de Vox. Mantiene relaciones con organizaciones estadounidenses similares como ActRight, la cual recaudó fondos para la campaña de Trump.El presidente de HazteOir y CitizenGo, Ignacio Arsuaga, ha asistido como conferenciante en varias ocasiones a eventos del Congreso Mundial de Familias. La última reunión, en marzo, tuvo lugar en Verona y contó, entre sus asistentes, a Matteo Salvini.

Perspectivas de futuro ante las elecciones europeas

Esta maraña de nombres denota el impulso de una nueva oleada conservadora que trata de hacerse hueco y recuperar los espacios de poder. Para ello, como decíamos, la estrategia actual es la del populismo xenófobo. La xenofobia porque permite construir un eje en torno a la migración en el que la postura antimigratoria está dando muy buenos resultados electorales. Esto se debe a que la culpabilización de las personas migrantes, que se sitúan en una de las posiciones de mayor debilidad de la escala social y apenas tienen posibilidad de réplica en el debate público, permite satisfacer las aspiraciones populares de protección y recuperación de identidad y soberanía, ambas en clave nacional y excluyente. El populismo porque es utilizado para construir un antagonismo ficticio entre el pueblo y la élite. Es ficticio porque, como hemos visto, quienes se arrogan ser parte del pueblo y sus defensores no son más que la parte más conservadora de la élite (o están apoyados por ella) tratando de desplazar a los sectores elitistas más progresistas, predominantes durante la ya fracasada Globalización de los 90.

Las elecciones europeas son un momento clave porque la Unión Europea es uno de los pocos bastiones que le quedan aún a los globalistas. El actual panorama geopolítico da muestras de un reordenamiento de la correlación de fuerzas, con la emergencia de una superpotencia, China, que rivaliza con la hasta ahora hegemónica, EE.UU., y con Rusia recuperando gran parte de su relevancia como actor internacional.

En esta reorganización, Europa es la que sale peor parada por la ceguera continuista por el camino neoliberal, mientras que a su alrededor y en su interior triunfan las alternativas por la vía autoritaria. La falta de cohesión interna, que muy probablemente se acentúe después de las elecciones, es el peor síntoma del desmoronamiento de un actor que, ahora más que nunca, debería ser capaz de abrir un tercer camino que ahonde en un federalismo redistributivo que sirva de dique de contención ante la oleada conservadora que recorre el mundo.