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La escritura como propósito y como ejercicio estoico

Para 2022 me he propuesto escribir con más frecuencia. Este blog es el espacio que abrí para ello, así que vuelvo aquí para poner en práctica este propósito. Más allá de la falta de tiempo, que es un factor de peso, creo que lo que más influye en que no escriba a menudo tiene más que ver con la falta de confianza. También de hábito, aunque confianza y hábito están íntimamente vinculados. Como no tengo confianza no genero el hábito de escribir y, a su vez, como no tengo el hábito de escribir, no genero la confianza necesaria, y así sucesivamente. Uno de esos bucles negativos que solo pueden romperse mediante otro bucle o, quizás, por una espiral. Cuando digo «escribir» me refiero, claro, al acto de la escritura en mi tiempo libre, en relación a las lecturas que hago y sus reflexiones derivadas, a escribir porque si, y no como una obligación ligada a un trabajo. Cuando me he planteado este propósito en ocasiones anteriores lo que me ha bloqueado es seguir estando preso del binomio esperanza-miedo: esperanza de escribir de manera brillante y fluida emulando a gente a la que admiro; y miedo de no ser capaz de hacerlo. Por eso me refería antes a la confianza, que, como apunta Mark Fisher en diálogo con Spinoza y Deleuze, es el afecto (creo que podría llamarlo así, aunque no estoy seguro) que rompe en clave de alegría la inseparable pareja esperanza-miedo. Hablando de nuevo en términos de bucles y espirales, esperanza-miedo forman un bucle y la confianza es la espiral que lo rompe aumentando la potencia de actuar.

Por ejemplo, el párrafo anterior he logrado redactarlo de manera más o menos fluida, pero también he pasado por algún bloqueo que me ha tenido en blanco durante un buen rato. ¿Cómo deseo que sea esta escritura que me he propuesto hacer? Quiero que sea una escritura a «vuelapluma», sin apenas borrar lo escrito ni editarlo, como si se tratase de enchufar un altavoz en mi cabeza y que mis manos reproduzcan lo que pasa por allí. Una escritura que no sea un medio para nada en particular (ni siquiera para que nadie más lo lea, aunque eso pueda ser bueno; o para que me sirva para una posterior elaboración y publicación en otros espacios y formatos; aunque eso también pueda ser bueno) y que sea un fin en sí mismo. La escritura como un «ejercicio espiritual», como dicen los estoicos, en el que tenga tanto valor el movimiento de los dedos y el sonido de las teclas como el conjunto de letras-palabras-frases-párrafos y las ideas que éstas compongan. Se trata de un ejercicio de vinculación mente-cuerpo, una manera de sintonizar y sintetizar la multitud de pensamientos que toman forma en mi cabeza cuando leo un libro (aunque también cuando veo una película o escucho una canción). Lo cierto es que también va implícito en este propósito que este ejercicio de escritura me sirva para afianzar las lecturas que hago. Leo mucho, a veces compulsivamente, y (casi) siempre tengo la sensación de que no tengo la capacidad de retener suficientemente las ideas, además de que no es suficiente con lo que leo. Así que, honestamente, también quiero que estas entradas (las que van etiquetadas como «meditaciones») sean una especie de borrador/repositorio de lo que voy leyendo. Lo que necesito es evitar la pretensión de que lo que escriba al respecto tendrá valor más allá de la propia entrada y ser consciente, una vez más, de que es tan importante lo que escriba como el hecho mismo de escribirlo.

Hoy es 1 de enero de 2022, así que lo mínimo que puedo hacer es que esta entrada sirva de ejemplo y chispa para encender la llama que quiero mantener viva de aquí en adelante en este blog. Veremos si, como tantos propósitos de año nuevo, éste acaba perdiendo fuelle o soy capaz de mantenerlo. Sin embargo, lo escrito hasta ahora no es más que un preámbulo a modo de reflexión/confesión. Puesto que este propósito no es solamente un soliloquio en torno a la necesidad de escribir, y también quiero registrar lecturas y reflexiones me parece importante hacer lo propio aquí y ahora mismo.

Manual para la vida feliz

Hace unos días, mientras trabajaba, en una de esas ocasiones en las que tuve el impulso de desconcentrarme, giré la cabeza para entretenerme mirando los libros de la estantería. En esa ocasión atisbé uno que me llamó especialmente la atención, y no pude resistir la tentación de cogerlo. Se trata de Manual para la vida feliz, un libro compuesto por Manual, una obra clásica del filósofo estoico Epictecto (que yo desconocía hasta ese momento) y que al parecer no escribió el mismo ya que, como Sócrates y otros filósofos de la Grecia Clásica optaron por compartir sus conocimientos únicamente por la vía oral, sino uno de sus discípulos, Arriano de Nicomedia; y la lectura de esta obra por Pierre Hadot, un eminente especialista en la filosofía de la Antigüedad grecolatina, a quien ya conocía y por quien quedé fascinado cuando leí su libro-entrevista La filosofía como forma de vida, una de esas joyas que requieren ser (re)leídas periódicamente. También había leído un texto de Hadot en otro libro titulado Filosofía para la felicidad, una obra parecida a Manual para la vida feliz, esta vez en torno a los escritos de otro filósofo griego clásico, Epicuro, acompañado de textos de otros filósofos contemporáneos, Carlos García Gual y Emilio Lledó. Aprovecho para mencionar que no es casualidad la semejanza entre ambos libros, los dos son parte de la colección «La niña de dos cabezas» de la maravillosa editorial Errata Naturae. Ya de por sí me parece una genialidad tomar textos clásicos y ponerlos a dialogar con filósofos actuales expertos en la materia, y me termina de conquistar cuando, además, lo hacen sobre dos corrientes filosóficas de las que me declaro seguidor: el estoicismo y el epicureismo. En cuanto a Epicteto, tenía presente que es uno de los mayores referentes del estoicismo gracias a la lectura de Cómo ser un estoico, en la que su autor, Massimo Pigliucci, «dialoga» con Epicteto para ir exponiendo las ideas clave del estoicismo. Sin embargo, mi acercamiento al estoicismo ha sido más a través de Marco Aurelio, particularmente de su obra Meditaciones (de ahí el nombre de la etiqueta que usaré para este tipo de entradas), así como del propio Hadot, del que hasta el momento había leído más referencias a Marco Aurelio. No quiero dejar de mencionar lo mucho que me llama la atención que dos de los mayores referentes de una corriente filosófica, el estoicismo, tuviesen vidas tan dispares: Epicteto fue un esclavo que tras ser liberado fundó su propia escuela; Marco Aurelio fue el emperador romano que gobernó el Imperio en su momento de máxima expansión. Por cierto, sirvan las menciones a los libros de este párrafo como recomendaciones para su lectura.

Volviendo a Manual para la vida feliz, he podido leer hasta ahora únicamente el Manual de Epicteto/Arriano, faltándome aún la lectura del mismo por parte de Hadot. Paso a comentar brevemente algunas cuestiones a modo de impresión de su lectura. Es un texto breve de apenas 40 páginas con un formato similar a las Meditaciones de Marco Aurelio, y también a los escritos de Epicuro: párrafos numerados sin una continuidad específica (más allá de que todos comparten ser reflexiones de Epicteto en las que expone su versión del estocismo como forma de vida) y por lo general breves. El estilo también es parecido al de Marco Aurelio y Epicuro, apelando muy directamente a un «tú» que bien podría ser él mismo (como es el caso de Marco Aurelio en sus Meditaciones) u otra persona (como ocurre con Epicuro, ya que de los pocos textos que han sobrevivido de él son cartas a amigos y discípulos en los que desarrolla su filosofía). En cualquier caso, bien podrían leerse hoy en día como un hilo de Twitter (en cuanto a formato) y como un libro de autoayuda (en cuanto al estilo). En cuanto al formato Twitter, alguna vez he pensado que molaría crear un bot que fuese twitteando periódicamente las Meditaciones de Marco Aurelio como si él mismo a día de hoy se dedicase a ello. Puesto que, como he mencionado, fue emperador de Roma, sus reflexiones twitteras hubiesen sido algo así como un «anti-Trump». Por lo que respecta al estilo de autoayuda, si bien este tipo de literatura ha sido ampliamente criticada (y con razón) como un arma de doble filo puesto que mientras que parece contribuir al bienestar de las personas no deja de ser funcional al capitalismo porque de lo que se trata es de ofrecer cuidados paliativos mentales/espirituales (¿es lo mismo?) para que el cognitariado quemado por el neoliberalismo vuelva a las filas de la producción, me pregunto hasta qué punto la autoayuda (también el mindfulness y demás actividades por el estilo) pueden (y deben) ser reapropiadas por los movimientos emancipatorios en la línea de lo que plantea el Comunismo Ácido de Fisher. Aquí abro una posible línea de pensamiento que conecte el formato-estilo de escritura de las escuelas de filosofía de la Antigüedad como el estoicisimo y el epicureismo como una propuesta política actual en términos de acción en el ámbito de la salud mental. De hecho, Epicuro (y también Sócrates) concebían la filosofía como una medicina para el alma (véase el Tetrapharmakón epicúreo), entendiendo el alma como un sinónimo de la mente en el sentido del atributo spinoziano.

En cuanto al contenido del Manual, su lectura es enormemente recomendable para quien quiera explorar el estoicisimo porque sintetiza muy bien algunas de sus ideas clave.

  • La primera es la distinción fundamental entre lo que está en nuestra mano y lo que no está en nuestra mano, es decir, lo que podemos controlar y lo que no podemos controlar.
  • Entender esto es la base del estoicismo ya que a partir de aquí desarrollan su propuesta ética. Ésta consiste, entre otras cuestiones, en limitarse a desear y rechazar únicamente aquello que está en nuestras manos, y aceptar todo lo que ocurra estando fuera de nuestro control.
  • En este sentido es muy importante otra distinción, las cosas no son lo mismo que la interpretación de las cosas. Cuando confundimos ambas dejamos que las interpretaciones nos afecten sin ser conscientes de que éstas no son la cosa en sí. Por tanto, se trataría de tender hacia la suspensión del juicio sobre las cosas y actuar según a impresión que obtengamos de ellas. Esto nos permite no dejarnos ofender ante las críticas, ni dejarnos llevar por las alabanzas.
  • En último término, cualquier daño y cualquier beneficio provienen de uno mismo, puesto que, si bien no podemos controlar lo que nos pasa, si que podemos ganar control en cómo reaccionamos ante lo que nos pasa.
  • Epicteto hace muchas referencias a cómo debe ser la actitud del filósofo, en términos de no hacer alardes ni grandes exposiciones teóricas (al menos, no entre quienes no están interesados en la filosofía) sino de directamente poner en práctica los principios teóricos que se quieren transmitir.
  • También, la vida del filósofo debe ser frugal y austera, limitando las posesiones y el consumo a lo mínimo necesario para llevar una buena vida, alejándose así de cualquier tentación de acumulación y ostentación.

Para terminar, me gustaría dejar por aquí una mención, a modo de camino abierto para recorrer en otro momento, a la lectura que hice ayer de Maneras de estar vivo, del filósofo Baptiste Morizot. Este libro (¡también editado por Errata Naturae!) se compone de seis ensayos y leí uno de ellos: «Combatir con las fieras propias: la ética diplomática de Spinoza». Este texto, desde la perspectiva animal que desarrolla Morizot, propone una contraposición de la «moral de las aurigas» propia de la filosofía dominante de Occidente, la platónica; y de la ética diplomática a partir de Spinoza. Ahí Morizot desarrolla algo que he pensado en varias ocasiones porque me despierta un gran interés: la manera en que Spinoza elabora su ética a partir del estoicismo.