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Actualizando los (bienes) comunes: El entorno digital

[Texto publicado originalmente en el blog de Público Cuarto Poder en Red, espacio de reflexión de la comunidad del Máster en Comunicación, Cultura y Ciudadanía Digital, del Medialab Prado y la URJC / En colaboración con Santiago García Gago Coordinador del portal Radios Libres que difunde la cultura y el software libre entre medios comunitarios de América Latina]

 

Para tratar la relación del mundo digital con el concepto lo común, tuvimos la oportunidad de hablar con Cesar Rendueles y Joan Subirats antes de la charla en MediaLab-Prado y preguntarles qué opinan acerca de los comunes digitales. Precisamente es en este ámbito, como se señaló en el primer artículo de esta serie -que cuenta también con un segundo artículo-, donde menos de acuerdo están los dos autores. Rendueles se ocupa más de señalar los límites (para profundizar en su opinión a este respecto se recomienda su ensayo Sociofobia2013 –ver reseña-), mientras que Subirats mantiene una visión más «optimista», centrándose en las posibilidades de transformación que pueden tener.

A continuación, el audio y la transcripción cada una de sus respuestas:

 

Pregunta: ¿Qué papel protagoniza lo digital en lo que se refiere a los comunes?

César Rendueles: Yo diría que no lo sabemos, voy a dar una respuesta diplomática. Creo que no sabemos lo que puede dar de sí lo digital, ha sido una de las áreas más contaminadas por el individualismo extremo, por la fragilización. Es un área absolutamente atravesada por corrientes individualistas pero que no se veía a sí misma de esa forma individualista, sino al revés, como una fuente de comunitarismo, sociabilidad, etc. Justamente por eso creo que no tenemos la menor idea de lo que pueden dar de sí los comunes en el entorno digital. Seguramente mucho, yo me atrevería a apostar que mucho por las características materiales del entorno digital. También porque cognitivamente creo que estamos más preparados para compartir información y bienes no materiales que bienes de primera necesidad. Pero lo cierto es que no lo sabemos, creo que lo digital está a la espera todavía de una especie de Plan Marshall por la parte de lo público-estatal y de movimiento revolucionario por parte de lo cooperativo-activista. Nos hemos dejado arrastrar un poco por el estado de las cosas heredadas sin atrevernos a plantear otras posibilidades.

 

Joan Subirats: El gran problema que creo que hay entre las expectativas que se habían generado en relación a los comunes digitales y la realidad actual es también el grado de apropiación y oligarquización a la que se han sometido a través de los espacios de intermediación y de flujo. La capacidad de control de esos espacios de intermediación a partir de eso que llaman algunos, GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft), que son capaces de controlar las carreteras y a través de ese control de carreteras lo que hacen es controlar también todos los datos y la información que se generan. Es decir, es un poco lo que pasa con Airbnb o con Uber, se aprovecha la lógica colaborativa ciudadana para generar procesos de extracción del valor que depauperan esas redes de colaboración y ellos acumulan ese capital. Por tanto, aquí tenemos el reto de plantear debate sobre soberanía tecnológica, sobre control de datos y sobre generación de plataformas alternativas de carácter cooperativo distintas. Desde mi punto de vista no es una batalla perdida, es entender que la tecnología nunca ha sido neutral y que hay un problema de politización de esos debates.

Pregunta: ¿Qué le podemos decir a la gente para convencerla de que la tecnología no es neutral y que hay que politizarla? Porque si le dices a alguien que deje de usar Whatsapp, y use Telegram o Signal y responde que es una herramienta que le sirve para comunicarse; o le hablas sobre Facebook y la privacidad y contesta que no tiene nada que ocultar, ¿cómo convencerles de que es un bien común que habría que gestionar colectivamente?

Joan Subirats: Creo que ahí hay varios temas. Uno es que en muchos casos son instrumentos que operan bajo la apariencia de la gratuidad. Convierten en mercancía a los propios usuarios. Un segundo gran tema es la capacidad de ‘profiling’ que se genera, y de perfilar a las personas en base a los datos. El tercer tema es, como en algunos textos últimamente ha aparecido, el discutir el nivel de construcción democrática de los algoritmos que sirven para los buscadores.

En el fondo, el gran tema es entender que no estamos hablando de algo que es apolítico, sino que tiene una dimensión política, y que hay algunos que ganan y otros que pierden. Esas personas que dicen lo que tu comentas son «naif», son ingenuas, pensando que eso es simplemente un instrumento. Ahí es donde el cambio de relato es muy importante, el entender al final quién se apropia de ese valor, cómo se distribuye, y las posibilidades de que tú puedas incluso construir mejores herramientas sin perder esa soberanía sobre los datos y tu propia capacidad.

Ahora de la colaboración entre Ahora Madrid y Barcelona en Comú se ha construido una plataforma de participación ciudadana a nivel digital, que es bastante mejor que la que Movistar planteaba. Por lo tanto, el debate es, no sobre el buenismo de que esta plataforma es mejor porque políticamente es más guay, sino porque funciona mejor, permite aplicaciones y usos que están por encima y acaba siendo más potente tecnológicamente.

 

Pregunta: La intervención de lo público es prácticamente nula en lo que se refiere a los comunes digitales, quizás hay un bien común ahí pero que está totalmente privatizado, ¿estamos a tiempo de recuperar todas esas infraestructuras que manejan el bien común digital?

César Rendueles: Es muy interesante tal y como lo has planteado. Normalmente cuando se habla de los bienes comunes digitales se habla de bienes inmateriales y no de infraestructuras. Es muy llamativo, porque se ha dado por hecho que la brecha digital en Occidente prácticamente se ha suturado y que no importa. Y sí que importa muchísimo, además es una cosa que me llama la atención porque de alguna forma el devenir de la sociedad digital apunta al oligopolio frente a esas fantasías de libre mercado resulta que al final lo que tenemos todos es a Google, una única compañía que nos suministra cuenta de correo. Tenemos una, dos como mucho. Un par de redes sociales, tres o cuatro, como mucho.

Parece que tal vez una intervención colectiva podría haber funcionado al menos igual de bien. Yo creo que cuando decía que no sabemos lo que puede ser el común digital a eso me refería justamente. Lo sabremos cuando esas transformaciones digitales se integren en transformaciones sociales y políticas más amplias. Eso es algo que atisbamos en América Latina en los últimos años justamente, la potencia que podía tener el cambio en el ámbito digital cuando estuviera asociado a cambios políticos de gran escala en otros ámbitos, tanto culturales como educativos, pero también económicos y políticos, y ahí sí sabremos que puede dar de sí el entorno digital. A día de hoy no lo sabemos, es un entorno tan privatizado que siempre andamos en la fantasía, un poco narcisista de que eso sí que es común. Creo que lo sabremos en los años venideros.

 

Conclusiones

Por último, para entender lo que supone el entorno digital en la reformulación de los comunes es importante señalar que Internet es en sí mismo un bien común. Para ello, es necesario remontarse al año 1969, cuando se comenzaron a escribir los Request for Comments (RFC), los protocolos mediante los que se rige Internet, por parte de un grupo de estudiantes de doctorado  de la UCLA (Universidad de California en Los Ángeles). Este grupo, coordinado por Steve Crocker, empezó a documentar todo el trabajo que iban realizando sobre el desarrollo de ARPANET (embrión de la actual Internet). Estos miles de documentos, además de ser una de las mayores obras intelectuales de la historia de la humanidad, son libremente accesibles, copiables, transformables, difundibles y distribuibles.

Esto no quiere decir que el entorno digital de por sí sea la herramienta liberadora que vaya a romper automáticamente las cadenas opresoras de las élites, ni siquiera quiere decir que se esté gestionando como un bien común, a pesar de serlo. Lo que sí quiere decir es que en un mundo como el de la Red, que se creó en base a los principios y valores de la ética hacker, la conceptualización del procomún va necesariamente unida. Por lo tanto, en el mundo digital encontramos la oportunidad y el potencial para tejer una red en la que se compartan todos los proyectos que apuestan por lo común, ligando lo local y lo internacional, saltando por encima de los debilitados estados-nación. Frente a la globalización neoliberal, solo otra alternativa que se mueva en ese ámbito puede plantarle cara.

Ante esta situación, simplificándolo en una lógica binaria, podemos entender la información y el conocimiento como mercancías en manos de intereses privados, o podemos defenderlos como parte del procomún. Dentro del ciberespacio, podemos elegir construir muros digitales que cerquen la difusión de la información y del conocimiento (¡qué casualidad que Facebook denomine a los espacios personales de los usuarios como ‘muros’!), o podemos elegir construir puentes por los que fluyan libremente.

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Actualizando los (bienes) comunes: lo público, ¿estatal o comunitario?

[Texto publicado originalmente en el blog de Público Cuarto Poder en Red, espacio de reflexión de la comunidad del Máster en Comunicación, Cultura y Ciudadanía Digital, del Medialab Prado y la URJC]

Tal y como se apuntó en la primera parte de este artículo, un asunto fundamental sobre el que pivota el concepto de lo común es su relación con lo público. Hasta ahora y desde el surgimiento de las sociedades modernas éste último ha estado directamente conectado a lo estatal, otorgando a los estados prácticamente en exclusiva el papel de garante y gestor de lo público. César Rendueles y Joan Subirats coinciden en señalar la ruptura que supuso el cambio desde las sociedades tradicionales a las sociedades modernas configuradas en torno a los estados-nación liberales. Este punto de inflexión político-social vino acompañado en el terreno económico de los inicios del capitalismo como sistema hegemónico, expandiendo las competencias de los mercados hasta terrenos nunca vistos anteriormente.

Los procesos mediante los que se han mercantilizado los bienes comunes a lo largo de la historia se conocen como enclosures (cercamientos). El término se acuñó en Inglaterra entre los siglos XVIII y XIX, en relación al cierre de las tierras comunales en beneficio de los terratenientes. Otro ejemplo es el de las desamortizaciones que tuvieron lugar en España entre finales del XVIII y principios del XX, por los que se expropiaron y subastaron las tierras que servían a los campesinos para compensar su precaria situación. En la actualidad, en el mundo digital son múltiples los intentos de cercar la libre producción y difusión de la información y la cultura, a través del refuerzo del copyright, entre otras prácticas. Como se puede observar, al igual que ocurre con la definición de los bienes comunes, existe una gran diversidad en torno a estos procesos. En cualquier caso, los cercamientos sirven para destapar los mecanismos a través de los cuales el capitalismo ha ido extendiéndose a costa de lo común, y para desmontar el relato del emprendimiento y el espíritu empresarial, mostrando la otra cara sin la que no sería posible, es decir, obligar a los trabajadores a abandonar su modo de vida tradicional para incorporarse a un mercado laboral en el que vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario. En este sentido, la ola neoliberal que ha traído nuevas cercamientos en forma de privatizaciones de lo colectivo es uno de los motivos que han favorecido la popularización de lo común, tal y como señala Joan Subirats en el libro.

A lo largo del siglo XX, se han dado numerosos intentos en diversos países de responder al expansionismo capitalista a través de la gestión del Estado. El fracaso de los proyectos que trataron de poner en práctica el socialismo científico, así como el de las socialdemocracias europeas que se desarrollaron tras la II GM, ha allanado el camino al plan neoliberal de globalización y desregulación económica. De este modo, se ha generado una demonización de lo público, en algunos casos motivada por la burocracia y el autoritarismo, y en otros, por el clientelismo y la delegación en el denominado Estado de Bienestar. En cualquier caso, Rendueles nos recuerda que el colapso de dichos proyectos ha sido propiciados también por la «contrarreforma neoliberal». Por tanto, resulta clave discernir agudamente entre lo que es una autocrítica constructiva y aquello que contribuye a la demonización de lo público, engordando el relato victorioso del neoliberalismo.

César Rendueles precisa que al igual que las experiencias comunitarias son muy complejas y diversas, y «no siempre son liberadoras e idílicas, sino que tienen muchas veces expresiones reactivas, llenas de supersticiones o de fenómenos de subordinación patriarcal», cortar a todas las instituciones bajo el patrón de la burocracia y el autoritarismo es «concederle demasiado al neoliberalismo». Por su parte, Joan Subirats entiende que la vuelta de los comunes al vocabulario económico y político responde a la voluntad de volver a tener capacidad de gestión y autonomía por parte de la ciudadanía frente a la «desposesión de las instituciones que están al servicio de las grandes empresas financieras globales». Aquí se halla otra diferencia en sus planteamientos. Mientras que Subirats se centra más en señalar las diferencias de los comunes con lo público-estatal, dibujando una línea más gruesa entre este tipo de gestión y la comunitaria-cooperativa, Rendueles tiende a verlas más como un continuo entre lo público y lo comunitario, poniendo de manifiesto el aspecto universalista e igualitarista de lo público frente al riesgo de las comunidades de cerrarse en sí mismas y caer en el aislamiento. De este modo, ambos se plantean las potencialidades de una mayor relación entre las instituciones públicas y las iniciativas comunitarias, y cómo podrían complementarse.

En este sentido, los movimientos municipalistas que conforman los denominados «ayuntamientos del cambio», y que alcanzaron en 2015 las alcaldías de muchas de las principales ciudades de España (Madrid, Barcelona, Valencia, Cádiz, etc), muestran una renovada sintonía de lo público con lo común. Sin ir más lejos, desde Catalunya han surgido candidaturas que confluyen en torno al nombre «En Comú». Al mismo tiempo que estas iniciativas políticas recogen esta preocupación por la recuperación de las dinámicas comunitarias y cooperativas, también son altavoces que amplifican la difusión de estos relatos y, por tanto, son responsables de la popularización de estos términos.

Más allá del discurso y las intenciones, ya se están realizando acciones en este sentido, por ejemplo, en materia de participación ciudadana.  Sin embargo, está por ver si son capaces de articular políticas que realmente calen en la población y fortalezcan el espíritu de la gestión colectiva de los recursos. A este respecto, César Rendueles apunta que «construir las bases sobre las que se puede instituir un territorio adecuado para la gestión comunal va a llevar muchísimo tiempo», por lo que «lo compartido, común, colaborativo y cooperativo se plantea a largo plazo».

En cualquier caso,  la discusión sobre el papel de las instituciones públicas y su engarce con estas nuevas iniciativas comunitarias sigue abierta, por lo que lo que se logre desde estas instituciones resulta de gran importancia para dar los primeros pasos hacia la consolidación de otra forma de gestión pública, más alejada de la estatal y que se acerque progresivamente a la comunitaria.