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Europa ante la nueva ola conservadora

18 de mayo, a ocho días de las elecciones europeas, bajo el cielo lluvioso de la plaza del Duomo, en Milán. Allí tuvo lugar el mayor evento de campaña organizado por las fuerzas políticas que componen la corriente de derechas radicales o nacionalpopulismos europeas. El objetivo: mostrar músculo y dar sensación de unidad, además de avalar a la cabeza de este movimiento, el líder de la Liga, ministro de Interior y vicepresidente de Italia, Matteo Salvini. Éste, ejerció como anfitrión -en la ciudad donde dio sus primeros pasos como político- y como maestro de ceremonias (abriendo y cerrando el acto). Le acompañaron los líderes y miembros de casi una docena de formaciones aliadas. Destacó la presencia de Marine Le Pen, del francés Reagrupación Nacional (antiguo Frente Nacional); Geert Wilders, del Partido por la Libertad neerlandés; y Jorg Meuthen, de Alternativa por Alemania.

Junto a ellos, había políticos procedentes de Finlandia (Verdaderos Fineses), Dinamarca (Partido Popular Danés), Austria (Partido de la Libertad Austriaco), República Checa (Partido de la Libertad y la Democracia Directa), Bulgaria (Voluntad), Bélgica (Interés Flamenco), Eslovaquia (Somos Familia) y Estonia (Partido Popular Conservador). Todos ellos serán, supuestamente, parte de un potencial grupo parlamentario europeo que se conformará tras las elecciones: Alianza Europea de los Pueblos y las Naciones.

Esa tarde parecía materializarse la versión europea de la Internacional Nacionalista -por muy contradictorio que suene-, que viene tomando forma, al menos, desde las victorias del Leave en el Brexit y de Trump en las presidenciales estadounidenses en 2016. A simple vista, podría pensarse que se trata exclusivamente de fuerzas originales que han surgido y crecido en cada territorio de manera espontánea y que han logrado ponerse de acuerdo por sí solas. Nada más lejos de la realidad, este fenómeno, tal y como apunta el informe de la Fundación porCausa La Franquicia Antimigración: cómo se expande el populismo xenófobo en Europa, responde a una coordinación más compleja en la que toma parte una amplia red de personas y organizaciones ultraconservadoras que desde Rusia a Estados Unidos están influyendo en el Viejo Continente.

La adaptación libre del concepto empresarial de franquicia sirve para explicar el funcionamiento de esta organización y expansión del populismo xenófobo. El término utilizado hace referencia a los dos ejes en torno a los cuales estas fuerzas políticas se han aglutinado y han sido capaces de construir enemigos comunes: la élite de Bruselas y las personas migrantes. Una franquicia es un acuerdo entre dos partes -franquiciador y franquiciado- mediante el cual, el primero cede una serie de recursos y estrategias al segundo para que las aplique a un mercado determinado. De este modo, el vendedor de la idea original logra implantar su modelo en lugares a los que no había llegado aún y el franquiciado consigue aumentar su presencia en el mercado sin tener que desarrollar un modelo propio.

Bajo esta lógica, aquella tarde en el escenario del mitin pudimos ver a muchos de los franquiciados dando cuenta del éxito de esta fórmula: el señalamiento de las élites de Bruselas y de la migración como los problemas a resolver para recuperar la identidad y la soberanía nacionales. Así, la Liga ha pasado de ser un partido marginal que abogaba por el secesionismo de la Padania a gobernar en coalición en Italia bajo el lema de “los italianos primero” y aspirar a convertirse en el partido más fuerte del país, según los sondeos.

Le Pen y Reagrupación Nacional llegaron a segunda vuelta de las presidenciales en 2017, algo que no lograban desde 2002, y pugnarán con Macron y su partido por ser el más votado en las europeas. En Países Bajos, Wilders y su Partido por la Libertad lideran la oposición parlamentaria, mientras que ahora compite con Foro por la Democracia (un partido de reciente creación pero que es ya primera fuerza en el Senado) para encabezar el populismo xenófobo neerlandés. Alternativa por Alemania es la tercera fuerza parlamentaria, solo por detrás de democristianos y socialdemócratas, en un país poco dado a los extremos desde la II Guerra Mundial.

No son los únicos, puesto que en esta amalgama de franquiciados también encontramos a partidos que no parecen dispuestos a integrarse en el posible “supergrupo” de la Alianza Europea de los Pueblos y las Naciones -AEPN-, pero que responden a los mismos intereses. El Fidesz húngaro de Víktor Orbán es el caballo de Troya en el Partido Popular Europeo -PPE- (donde comparte grupo con el Partido Popular de Pablo Casado). Ley y Justicia, en Polonia, pertenece al grupo de Conservadores y Reformistas Europeos -CRE- (una escisión del PPE), el grupo en el que con mayor probabilidad se integrará Vox cuando obtenga representación en el Parlamento Europeo. Ambos gobiernan con mayoría absoluta en sus respectivos países por lo que son dos de los franquiciados más relevantes y su decisión de integrarse o no en la coalición de Salvini determinará qué estrategia parlamentaria seguirá la Franquicia.

De una parte, un “supergrupo”, que sería el AEPN con la potencia suficiente para condicionar y boicotear a la Gran Coalición que hasta ahora han formado el PPE y el Partido Socialista Europeo -PSE-. De otra, mantener la composición actual para forzar al PPE a romper la Gran Coalición y virar hacia el CRE, de modo que se imponga una agenda política centrada en la devolución de competencias a los países (especialmente en la gestión de las fronteras y las migraciones).

Que opten por una u otra dependerá los propios resultados electorales pero también las diferencias entre los franquiciados, especialmente en materia económica (de proteccionistas a ultraliberales) y de política exterior (la cercanía a Rusia de Salvini y Le Pen es de los principales escollos para la confluencia de Ley y Justicia, marcadamente atlantista, y, en menor medida, de Orbán).

La trama que lleva a Europa por el populismo xenófobo

Tras la puesta en escena de Milán, entre las bambalinas del escenario podríamos haber encontrado, figuradamente, a una serie de actores que es necesario conocer para dar cuenta del alcance de esta corriente. Entre los franquiciadores, hay un nombre que sobresale: Steve Bannon. Desde que dirigiese la exitosa campaña electoral de Donald Trump en 2016 se ha hecho un personaje público cada vez más conocido. Antes de dedicarse a la asesoría política, trabajó como inversor financiero en Goldman Sachs y fue productor cinematográfico y empresario de medios de comunicación, entre otras ocupaciones.

En esta última etapa, sus proyectos más conocidos han sido Cambridge Analytica, la empresa de minería y tratamiento de datos aplicados a procesos electorales (como el Brexit y las presidenciales estadounidenses) que saltó a la fama tras una filtración de uno de sus propios trabajadores y Breitbart News, el medio de comunicación que se autodenominó como la plataforma mediática de la Alt-Right anglosajona. Ambos fueron financiados por Robert Mercer, ingeniero informático y multimillonario estadounidense gracias a un fondo de inversión, Reinassance Technologies, que utiliza Inteligencia Artificial para realizar predicciones financieras. Por supuesto, también fue uno de los mayores donantes para la campaña de Trump.

Tras romper relaciones tanto con Trump como con Mercer, Bannon trazó un plan para expandir a Europa la agenda nacionalpopulista y ultraconservadora. Para ello, puso en marcha la fundación The Movement, afincada en Bruselas y que pretende servir como punto común para todas estas fuerzas políticas. Sin embargo, su desembarco en Europa ha despertado, al menos de cara a la opinión pública, ciertas reticencias.

Por ejemplo, tanto Le Pen como Wilders han manifestado su rechazo a adherirse formalmente: se niegan a dejar en manos de un estadounidense los asuntos europeos. No ha tenido tantos remilgos Salvini, quien, al contrario, manifestó públicamente su entusiasmo por la iniciativa. Por tanto, si Salvini, líder de la coalición, cuenta con Bannon, su influencia (aún siendo difícil de determinar con precisión) es un elemento a tener en cuenta.

Lo que vimos en Milán es un paso más hacia la consolidación de su estrategia, la conformación del ya mencionado “supergrupo” nacionalpopulista. Para ello, el propio Salvini ha viajado por Europa para reunirse frecuentemente con sus aliados, hasta el punto de que en lo que va de año apenas ha pasado 17 días en su ministerio.

Sin embargo, hay que tomarse el papel de Bannon con cautela. El estadounidense es un especialista en manipular la opinión pública a su favor y el personaje que se ha construido es capaz de acaparar toda la atención mientras se deja de atender a otros actores relevantes de esta corriente. Como, por ejemplo, Robert Shillman, que, al igual que Robert Mercer, también es ingeniero informático y ha amasado una fortuna multimillonaria gracias a una empresa de producción de equipos de visión virtual, Cognex Corporation. Shillman es otro promotor de causas de la derecha radical, habiendo financiado para ello The Rebel Media, una plataforma mediática que ha sido catalogada como la Breitbart canadiense. Forma parte de la junta directiva del think tank islamófobo y pro-israelí David Horowitz Freedom Center.

Esta organización es una de las financiadores habituales de Geert Wilders y su Partido por la Libertad. Además, Wilders ha sido invitado con frecuencia a los Estados Unidos por el Horowitz Freedom Center y el Gatestone Institute, otro think tank islamófobo, financiado por Rebekah Mercer (hija de Robert Mercer), y del cual ha sido presidente el actual Secretario de Seguridad Nacional de la Administración Trump, John Bolton.

Gatestone es una fuente habitual de los portales de (des)información que diseminan por las redes todo tipo de bulos sobre personas migrantes, y para medios de comunicación rusos cercanos al Kremlin como RT y Sputnik. Además, la cadena estadounidense NBC desveló cómo unas cuentas de Twitter ligadas a la Internet Research Agency -una compañía rusa también cercana al Kremlin y dedicada ejercer influencia en favor de los intereses del país- compartían contenido del Gatestone Institute.

En Rusia encontramos también a promotores merecedores de mención. Konstatin Malofeev es un empresario multimillonario ruso, propietario de Marshall Capital, el fondo de inversión más grande del país. Al igual que Mercer y Shillman, ha utilizado sus recursos económicos para crear plataformas mediáticas. En su caso, fundó Tsagrad TV, de perfil similar a Fox News (de hecho, contrató a Jack Hannick, ex productor de dicha cadena para ponerla en marcha). También fundó y preside un think tank, Katehon, que sirve de altavoz para uno de los ideólogos más importantes del actual panorama ruso: Aleksandr Dugin.

Por si esto fuera poco, también creó la Fundación San Basilio el Grande, también la más grande de Rusia. En esta entidad trabaja también uno de sus más estrechos colaboradores, Aleksey Komov, quien ha trazado conexiones con organizaciones ultraconservadoras estadounidenses como el Congreso Mundial de Familias, dedicado a promover valores familiares tradicionales y atacar al colectivo LGTBIQ.

Komov también ha participado en conferencias organizadas por el Instituto por la Dignidad Humana (IDH), fundado y presidido por Benjamin Harmwell, ex asesor del diputado británico torie Nirj Deva, también director del Bow Group, un think tank extremista católico y eurófobo. El presidente del IDH es el cardenal Raymond Burke, quien lidera la corriente más crítica contra el Papa Francisco, especialmente por su postura abierta sobre la migración. En esta organización participa activamente el propio Steve Bannon que, por obra y gracia del gobierno italiano, ha logrado que le cedan un monasterio en Trisulti, a las afueras de Roma, para que haga de sede del IDH. El objetivo es convertirlo en una academia para “la defensa de los valores judeocristianos y de Occidente” y formar a la «próxima generación de líderes nacionalistas y populistas».

La versión española: Rafael Bardají y CitizenGo

En lo que respecta a España, Vox se conecta a toda esta matriz mediante Rafael Bardají, miembro de su Comité Nacional. Bardají ha sido, entre otras cosas, consejero de Seguridad Nacional durante la presidencia de Aznar y director de Política Internacional del think tank aznarista FAES. Ha viajado a Estados Unidos a reunirse con Bannon en varias ocasiones y mantiene el contacto con John Bolton y otros altos cargos de la Administración Trump pertenecientes a la corriente neocon, con quienes coincide en organizaciones como la fundación Friends of Israel Initiative, desde la que se promueve la integración de Israel en Occidente, y se la perfila como un ejemplo a seguir en la defensa del territorio frente a las ‘invasiones islámicas’. Bardají ha sido clave para Vox porque ha traído el estilo y la estrategia trumpista desde el otro lado del Atlántico, lo que le ha permitido pasar del 0,2% en las elecciones generales de 2016 al 10,26% del pasado 28 de abril.

Por otra parte, una investigación de OpenDemocracy, recientemente reveló el entramado en torno a CitizenGo, la rama internacional de HazteOir, dedicado a financiar indirectamente y promover el ideario de Vox. Mantiene relaciones con organizaciones estadounidenses similares como ActRight, la cual recaudó fondos para la campaña de Trump.El presidente de HazteOir y CitizenGo, Ignacio Arsuaga, ha asistido como conferenciante en varias ocasiones a eventos del Congreso Mundial de Familias. La última reunión, en marzo, tuvo lugar en Verona y contó, entre sus asistentes, a Matteo Salvini.

Perspectivas de futuro ante las elecciones europeas

Esta maraña de nombres denota el impulso de una nueva oleada conservadora que trata de hacerse hueco y recuperar los espacios de poder. Para ello, como decíamos, la estrategia actual es la del populismo xenófobo. La xenofobia porque permite construir un eje en torno a la migración en el que la postura antimigratoria está dando muy buenos resultados electorales. Esto se debe a que la culpabilización de las personas migrantes, que se sitúan en una de las posiciones de mayor debilidad de la escala social y apenas tienen posibilidad de réplica en el debate público, permite satisfacer las aspiraciones populares de protección y recuperación de identidad y soberanía, ambas en clave nacional y excluyente. El populismo porque es utilizado para construir un antagonismo ficticio entre el pueblo y la élite. Es ficticio porque, como hemos visto, quienes se arrogan ser parte del pueblo y sus defensores no son más que la parte más conservadora de la élite (o están apoyados por ella) tratando de desplazar a los sectores elitistas más progresistas, predominantes durante la ya fracasada Globalización de los 90.

Las elecciones europeas son un momento clave porque la Unión Europea es uno de los pocos bastiones que le quedan aún a los globalistas. El actual panorama geopolítico da muestras de un reordenamiento de la correlación de fuerzas, con la emergencia de una superpotencia, China, que rivaliza con la hasta ahora hegemónica, EE.UU., y con Rusia recuperando gran parte de su relevancia como actor internacional.

En esta reorganización, Europa es la que sale peor parada por la ceguera continuista por el camino neoliberal, mientras que a su alrededor y en su interior triunfan las alternativas por la vía autoritaria. La falta de cohesión interna, que muy probablemente se acentúe después de las elecciones, es el peor síntoma del desmoronamiento de un actor que, ahora más que nunca, debería ser capaz de abrir un tercer camino que ahonde en un federalismo redistributivo que sirva de dique de contención ante la oleada conservadora que recorre el mundo.

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Tecnología al servicio de la xenofobia

[Texto publicado originalmente en CTXT]

En las elecciones generales del 28A España perdió su condición de excepción como dique institucional ante la ola de populismo xenófobo que recorre Europa (y el resto del globo). Ostentaba este rango junto a Irlanda, Luxemburgo y Portugal. En los demás países europeos o bien tienen ya presencia en los parlamentos nacionales –incluso como líder de la oposición en Alemania, Países Bajos y Suecia– o han alcanzado el poder ejecutivo en coalición con otras fuerzas políticas, como en Italia y Austria, o gobiernan en solitario con una mayoría arrolladora, véase el caso de Hungría y Polonia. Sorprende, entonces, la poca atención que se presta a la situación europea, más allá de un acicate del miedo al monstruo para incentivar la asistencia a las urnas, y, más aún, la inexistencia de propuestas para incidir en la Unión Europea.

En este mundo interconectado (también hiperconectado) la necesidad de mirar más allá de las fronteras nacionales es una obligación de cara a revivir la política como espacio en el que se toman decisiones efectivas y soberanas. Por eso, las elecciones europeas serán un momento fundamental para determinar el rumbo que tomará la Unión Europea, con dos opciones poco halagüeñas: continuismo neoliberal mediante la Gran Coalición (socialdemócratas y populares) con el necesario apoyo de los liberales; viraje hacia el autoritarismo (no ya económico, algo común a ambas opciones, sino también político) con la conformación de un grupo populista xenófobo con el suficiente peso para bloquear ese camino y recalibrarlo hacia uno que levante aún más los muros de la Fortaleza Europa. Son las opciones que venimos barajando desde 2016, como atestiguan los resultados del brexit, con la victoria del Leave, y de las presidenciales estadounidenses, con la victoria de Trump. Ambas respuestas fueron una negación al proyecto de las actuales élites europeas y estadounidenses, respectivamente, y, por tanto, una impugnación de la globalización tal y como se diseñó en la década de los 90. En ambas tuvieron un papel fundamental un uso y aprovechamiento del funcionamiento de las plataformas digitales comerciales (Facebook, Instagram, Whatsapp, Youtube, Twitter) y de herramientas de análisis de datos, véase el escándalo de Cambridge Analytica como ejemplo más flagrante. En este texto, abordamos los elementos que están posibilitando la emergencia y expansión de estos movimientos, con especial foco en su estrategia digital.

La coordinación del populismo xenófobo

El auge de este tipo de movimientos por todo el globo en los últimos años es más que notable. Basta echar un vistazo al panorama en lugares tan dispares como Australia, Filipinas, Turquía o Brasil para comprobarlo. Dos componentes esenciales les han permitido experimentar ese espectacular crecimiento. De una parte, el populismo utilizado más como una estrategia y un estilo que como una ideología política. La confrontación entre pueblo y élite con tintes nacionalistas tiene más de retórica que de realidad. Quienes lideran estos movimientos no son más que un determinado sector de la élite, embarcados en una operación de sustitución de una clase dominante por otra, cuya intención es (re)globalizar el planeta en sus propios términos, enfrentados más por valores morales y culturales que materiales y económicos. De otra, el rechazo del otro–excluido de una supuesta comunidad nacional mitológica, ficticia e idealizada– es el vehículo elegido. La xenofobia, materializada en una clara postura antimigración (el migrante como amenaza, como invasor, etc), es lo que vertebra las reclamaciones de identidad y soberanía de los territorios y poblaciones más afectados por la globalización, construyendo una identidad colectiva en negativo –por exclusión– y una soberanía en términos nacionales que desemboca en un cierre de fronteras miope y suicida. Esto se concreta en una fórmula que estas fuerzas políticas replican con descaro y que, hasta el momento, les está garantizando el éxito electoral.

Un reciente informe publicado por la Fundación porCausa explica este fenómeno mediante el concepto de la Franquicia Antimigración. Esta adaptación libre del modelo empresarial trata de profundizar en la coordinación de estas fuerzas políticas y cómo están logrando expandirse. Una fuerza política nacional haría las veces de franquiciado, llegando a un acuerdo con el franquiciador para que éste le proporcione una serie de herramientas para ganar terreno en el mercado, en este caso electoral. Así, por todo el mundo, y concretamente en Europa, observamos cómo partidos populistas xenófobos replican una serie de discursos y estrategias que, a pesar de su apariencia de espontaneidad y originalidad, no son más que la importación de un modelo externo cuyo objetivo es ganar el suficiente poder institucional para hacer virar la agenda política hacia sus intereses. El ejemplo más claro de franquiciador lo proporciona Steve Bannon, que no por casualidad antes de ser asesor político ya era empresario, y la fundación The Movement, creada por él mismo en Bruselas con el objetivo de expandir el nacionalpopulismo en Europa, tras probar con éxito su fórmula y colaborar activamente en las ya mencionadas victorias del Leave en el brexit y de Trump en 2016 –en ésta última como jefe de campaña.

Este modelo, que no se reduce a Bannon y su círculo aunque sean su máximo exponente, utiliza la migración como eje central, en el que se posicionan claramente como antimigratorios. Así, Franquicia utiliza la (anti)migración como el producto “estrella” de su catálogo, al comprobar que le garantiza unos buenos resultados electorales. Esta postura se apoya en tres tipos de argumentos que estas fuerzas políticas repiten una y otra vez a pesar de carecer de cualquier fundamentación empírica: económicos (“nos quitan el trabajo”, “agotan los servicios públicos”); culturales (“no se integran”, “no respetan nuestras tradiciones”); y securitarios (“entre los refugiados puede haber terroristas”, “hay que cerrar las fronteras para recuperar nuestra soberanía”). Además, se compone de tres elementos: islamofobia (estigmatización de los musulmanes por encima de migrantes latinos, eslavos, etc); aporofobia (rechazo al migrante únicamente cuando es pobre); y crimigración (asociación entre migración y aumento de la criminalidad). El informe identifica una serie de elementos comunes, así como otros elementos flexibles a la adaptación de cada franquiciado para garantizar una implantación óptima. Uno de los que comparten es, como adelantábamos al comienzo, un uso concreto de las tecnologías digitales. En lo que sigue, realizaremos una aproximación a las dinámicas que el populismo xenófobo pone en marcha en el entorno digital para difundir estos mensajes, contagiar el discurso del resto de fuerzas políticas e influir en los procesos electorales.

Economía de la atención, muros y trolls

El entorno comunicativo actual, cada vez más digitalizado, se rige por la economía de la atención. Con la emergencia y difusión de las Tecnologías de la Información y de la Comunicación (TIC) la cantidad de información a la que podemos acceder aumentó exponencialmente, lo que provoca que el ecosistema comunicativo cambie radicalmente. El paso de una (relativa) escasez de información a una abundancia de la misma hace que pierda valor. Por contra, lo que adquiere valor es el recurso necesario para consumirla, la atención humana. Son los emisores de información los que compiten por captar la atención de los receptores, de modo que sus mensajes puedan tener efecto. Es necesario hacer hincapié en que para las plataformas digitales comerciales (en sentido literal, pues comercian con nuestros datos) se cumple la fórmula de “más vale cantidad que calidad”, es decir, cuanto más contenido, mejor. Sin embargo, esto no quiere decir que tengan que asegurarse de que lo que circula por su plataforma es verídico o no. Les vale con atiborrarnos de contenido sin mayor criterio que el de crearnos la necesidad de interactuar sin cesar. En estas condiciones, la sobresaturación informativa que copa nuestra atención aniquila la crítica, entendiendo a ésta como la capacidad de discernir entre lo verdadero y lo falso. Así, todos colaboramos en mayor o menor medida a que los bulos se propaguen por las redes y a que saquen provecho de ello los Trump, Bolsonaro, Vox y compañía, en lo que Víctor Sampedro denomina pseudocracia –régimen de la mentira–.

Dentro de este panorama general, como decíamos, las plataformas basan su modelo de negocio en la recolección y extracción masiva de datos personales, los cuales son vendidos a todo tipo de clientes que luego los utilizan para perfilar sus mensajes publicitarios y/o propagandísticos. Cuanto más tiempo pasemos atendiendo a la pantalla, más datos generaremos y más dinero ganarán. Pero, ¿cómo lograr que permanezcamos absortos en estas plataformas? Los algoritmos que hacen funcionar estas plataformas están diseñados para que nos devuelvan contenido similar a aquel con el que interactuamos (megusteamos, compartimos, retuiteamos, comentamos, etc). De este modo, fomentan que el ciclo de acumulación de datos no pare. Este sistema tiene una consecuencia indeseable: termina por encerrarnos en burbujas o cámaras de eco restringiendo la diversidad de informaciones y opiniones a las que accedemos. En otras palabras, el “muro” de Facebook acaba cobrando su significado original de “frontera” y nos encierra en un gueto con usuarios similares a nosotros –acorde con las etiquetas que nos otorga la plataforma en función de los datos que generamos. Esta dinámica favorece la polarización y el debate deja de ser público para componerse de una multiplicidad de comunidades cada vez más cerradas y homogéneas que dejan de compartir un suelo común con el resto de usuarios. Si la plataforma nos enclaustra en función de lo que entiende que son nuestros intereses se van generando realidades paralelas y “hechos alternativos” en los que cada grupo está convencido de estar en posesión de la verdad y acusa a la trinchera de enfrente de mentir. Es una forma de contribuir a la xenofobia en su sentido más literal de rechazo al diferente, sea quien sea.

En este entorno comunicativo, los nacional-populistas utilizan una estrategia casi imbatible: el trolleo. El troll es una figura que se caracteriza por absorber la atención de sus interlocutores, de ahí su éxito en el actual entorno digital. Su principal objetivo es la provocación mediante el lanzamiento de exabruptos discursivos. Escudados en su lucha contra lo “políticamente correcto” y amparados por una supuesta defensa de la libertad de expresión, los trolls polarizan e intoxican el debate, fijan su marco narrativo, obligando a sus adversarios a desmentir o rebatir sus afirmaciones, al tiempo que evitan que sus rivales expongan sus propias ideas. Por Internet corre una consigna que bien serviría para combatir estas prácticas: don’t feed the troll (no alimentes al troll). Si le prestas atención, si le contestas, ya han ganado, ignorarlos es mucho más efectivo. Basta con provocar lo suficiente para que su mensaje se difunda por la plataforma como un virus y que sean los propios adversarios los que, movidos por su ciega indignación, promocionen sus contenidos, y les hagan parte del trabajo. Ahí está una de las claves de la táctica respecto de los medios de comunicación tradicionales. Es posible esconderse de ellos para evitar su exposición directa al tiempo que se harán eco de cualquier memez que expresen en un medio más afín en sus propias cuentas. Trollean a los usuarios, a los medios de comunicación, a las propias plataformas e incluso, como apuntamos a continuación, a la propia democracia.

La industria de datos al servicio de la manipulación electoral

Anteriormente mencionamos que las corporaciones tecnológicas dueñas de las plataformas hacen mucha de su fortuna mercadeando con los datos personales que generamos. Éstos se venden a empresas que los utilizan para “conocernos mejor”, es decir, para poder insertarnos la publicidad más adecuada e incitarnos al consumo. Cambridge Analytica, y otras muchas empresas similares, son el resultado de aplicar esas técnicas de análisis de datos orientados al marketing hacia la arena política, formando una industria dedicada a la influencia electoral. Por supuesto, no es la primera vez que hay interrelaciones entre el marketing y la política. Esta no es la novedad. La diferencia radica en la precisión y en la magnitud. En la precisión, porque antes esta propaganda se limitaba al ámbito socio-demográfico (mediante información sobre nuestra clase social, posición económica o lugar de residencia los partidos o las empresas que les hiciesen la campaña podían intuir hacia dónde nos decantaríamos); mientras que, en la actualidad, se le añade el ámbito psico-biográfico (información muy personalizada sobre nuestros gustos, inquietudes, miedos, etc). En la magnitud, porque potencialmente cualquier usuario de una de las plataformas es susceptible de ser perfilado e influenciado, además, de manera imperceptible. De hecho, la inserción de mensajes personalizados para orientar el voto no se limita a tratar de convencer a indecisos que posiblemente simpaticen con una determinada opción. Al contrario, se trata de desincentivar a los oponentes indignándolos mediante mensajes manipulados que apelen a sus más profundos instintos. Con esta estrategia, invirtiendo específicamente en enviar mensajes propagandísticos a votantes que el análisis de datos estimaba que serían determinantes logró Trump hacerse con la victoria con tres millones de votos menos que Clinton.

El populismo xenófobo tiene las herramientas técnicas, los recursos financieros y los pocos escrúpulos para llevar a cabo este tipo de estrategias con tal de hacerse con el poder. Por si esto fuera poco, trata de hacerlo pasar como un movimiento de base, indignado con la élite actual, cuando quienes lo impulsan son una parte de la élite que pugna por imponer su visión del mundo. Sin ir más lejos, y por profundizar en el ejemplo de Bannon y Cambridge Analytica, quien impulsó financieramente esta empresa es Robert Mercer, un multimillonario estadounidense conocido por apoyar causas relativas a la derecha radical y que hizo su fortuna mediante una empresa que emplea algoritmos para influir en los mercados financieros. Obviamente fue uno de los mayores donantes de la campaña de Trump, curiosamente –o no tanto– junto a Peter Thiel, fundador de PayPal, inversor y parte del consejo de administración de Facebook y actual CEO de Palantir, una empresa que se dedica al análisis de Big Data y a proporcionar servicios de software en materia de Defensa (también de vigilancia y control fronterizo).

Una alternativa europea

Esta conjunción entre populismo xenófobo y tecnologías digitales tiene remedio. No pasa, desde luego, por el continuismo neoliberal que representaba Hillary Clinton en Estados Unidos y que en Europa encabeza Emmanuel Macron en Francia. El polo de la globalización, con su persistencia en imponer el mismo modelo que nos ha traído hasta la situación actual, solo logrará alimentar al polo nacionalpopulista. La alternativa pasa por un tercer polo consciente y capaz de reconfigurar la Unión Europea para hacer efectivo su carácter social y federal al que tanto se alude con nostalgia. Para ello, y si la prioridad es poner freno al populismo xenófobo, desarrollar políticas en torno a las tecnologías y plataformas digitales se antoja esencial. No sería tanto una cuestión de evitarlas (algo sin sentido en los tiempos que corren) si no de plantear una estrategia de acción al respecto. El Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) es un primer paso. Sin embargo, un escudo legal es de fácil ruptura si no va acompañado por estructuras comunicativas públicas a escala europea cuyo diseño –enfocado en lo social y no en lo comercial– esté enfocado en el intercambio de ideas y la reflexión, de modo que los trolls queden silenciados y olvidados, así como que anime a actuar fuera de las pantallas. Además, realizar propuestas en torno al uso y propiedad de los datos es una cuestión ineludible en vistas a la enorme importancia que ha cobrado en el desarrollo de los procesos electorales. ¿Escucharemos algo relacionado a estas cuestiones en estas campañas? Parece descartado a nivel nacional. La incógnita está en la batalla continental. Aunque da la impresión de que tampoco será el caso.