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Las 6W de los medios alternativos digitales

[Texto publicado originalmente en el número 19 de la revista Galde]

El gurú y fundador del MIT Media Lab, Nicholas Negroponte, afirmó hace veinte años que “lo que pueda ser digital, lo será”. Como en otras ocasiones, el tiempo le ha dado la razón. Después de más de veinte años, ya está dejando de ser una novedad el hecho de que lo digital ha supuesto un cambio de paradigma de tal calibre que es equiparable al que provocó la Revolución Industrial. Es otra revolución, la digital, marcada por términos como inmediatez, interactividad, bidireccionalidad, descentralización, participación… que ahora pautan nuestras formas de relacionarnos, comunicarnos e informarnos. La expansión del mundo digital y su cada vez más fuerte interrelación con el mundo físico han terminado de romper las barreras espaciales y temporales que hasta entonces nos condicionaban. Además, las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) han posibilitado que cualquier persona, al menos potencialmente, no solo tenga acceso a enormes cantidades de información en Internet, sino que, también, pueda producir, publicar y difundir información. En este panorama comunicativo, los medios de comunicación, tanto los tradicionales como los alternativos, se enfrentan al mayor reto de su historia, la adaptación al entorno digital, donde, además, tienen que convivir con los medios sociales (redes sociales, plataformas de vídeo, audio, blogs, etc). Para tratar de ofrecer una respuesta a este reto, vamos a utilizar la vieja fórmula periodística de las 6W (técnicamente 5W y una H) es decir, por qué (why), cómo (how), qué (what), quién (who), dónde (where) y cuándo (when), para comprobar si los clásicos aún pueden ofrecer respuestas a los retos actuales.

Por qué. Hacia un periodismo postindustrial

Empecemos con el ‘por qué’, ya que es importante explicar cuál es la motivación que nos lleva a plantearnos el resto de cuestiones. Nos encontramos en un mundo en el que el modelo de producción industrial está en plena decadencia. En lo que se refiere a los medios de comunicación, lo que se conocía como la industria mediática ha perdido un gran peso en el ecosistema que hasta hace no mucho dominaba. El oligopolio informativo formado por los grandes medios de comunicación tradicionales hace tiempo que se resquebrajó debido a que las enormes estructuras que lo sujetaban se oxidaron irremediablemente a causa del tsunami digital. Sin embargo, esto no quiere decir que la crisis de los medios tradicionales se deba estrictamente al cambio tecnológico. La ciudadanía, comenzó a darse cuenta progresivamente de como los grandes medios cada vez se preocupaban menos por sus intereses y pasaban a responder a los de las élites -de las que dependían- y, simplemente dejó de creer en ellos. Sin la atención que les había estado alimentando, su viejo modelo industrial terminó de desmoronarse.

Cuando los medios tradicionales achacan a la digitalización gran parte de sus males, especialmente los que se refieren a su modelo de negocio, que es por lo que más se preocupan, suelen obviar que lo que subyace a lo económico son los valores periodísticos que lo sustentan. Lo que fue percibido como una crisis era, en realidad, una oportunidad para volver a encauzar un camino que se había perdido hacía años. Tras la degradación a la que se ha visto sometido el periodismo, debida a las prácticas llevadas a cabo por los medios de comunicación industriales, el motivo por el que hacen falta medios de comunicación alternativos radica en la necesidad, más que nunca, de un periodismo que sea capaz de explicar la realidad al tiempo que vuelve a ocupar su lugar como Cuarto Poder, vigilando al resto de poderes y defendiendo a la ciudadanía. Por tanto, en esta situación postindustrial, el proceso de adaptación digital, si quiere serlo realmente, ha de suponer más que unos meros cambios técnicos. La misión debe ser la de profundizar en la búsqueda de formas de organización, producción y relación que sean coherentes con la situación actual.

Cómo. De la competencia a la colaboración

Esta misión requiere aprovechar todo lo posible lo que ofrece el entorno digital. Y, para ello, llegamos al ‘cómo’. La red, como espacio descentralizado y distribuido, demuestra que la colaboración es más fructífera que la competencia, por más que surjan parásitos que se aprovechen del trabajo realizado colectivamente. A pesar de que los grandes medios tradicionales se niegan a aceptarlo, la suma de fuerzas siempre es más productiva que la lucha entre las mismas. Curiosamente aquellos que se han guiado por la lógica competitiva son los que han conducido al panorama mediático y periodístico a la ruina. Entonces, la solución parece obvia, aunque no lo sea tanto. Establecer lazos de colaboración entre diferentes medios de comunicación, con otro tipo de organizaciones y con la ciudadanía es un elemento fundamental para construir alternativas digitales sólidas.

De hecho, algunos medios ya han realizado conexiones fructíferas, como el caso del diario Público y CTXT. Juntos, han puesto en marcha ‘Espacio Público’, un foro en el que periodistas, escritores e intelectuales y toda la ciudadanía en general tienen la oportunidad de debatir de manera profunda y reflexionada sobre asuntos políticos y económicos en pos de promover cambios sociales. Además, se combina con la organización de debates presenciales en los que se les da continuidad a lo que se discute en la web, de modo que lo digital transciende sus fronteras para engarzarse con lo físico. Este tipo de iniciativas enriquece la conexión entre los medios y la ciudadanía, y recupera el espíritu periodístico de ir más allá de la mera publicación de información, para buscar formas de aprovechar su potencial transformador. Por otra parte, medios como eldiario.es ya han establecido relaciones transmedia, pues están asociados a la radio digital carnecruda.es; y transnacionales, aliándose con el periódico británico The Guardian, con quien colaboran en su sección internacional.

Qué. La información como bien común

Del paso de la competencia a la colaboración se deriva otro cambio necesario. Si en el entorno digital la colaboración es el cómo, ahora vamos con el qué. La información, como materia prima con la que trabajan los medios de comunicación, requiere ser tratada de un modo diferente. Los medios tradicionales, inmersos en la sociedad de mercado, han convertido la información en una mercancía. Como cualquier otro producto fabricado de manera industrial, su esencia se evapora y acaba por convertirse en un objeto de consumo. La información como mercancía siempre esta condicionada por una propiedad privada que entorpece que sea compartida y, por consiguiente, puesta a disposición de la cooperación. Si bien durante la época industrial las condiciones materiales dificultaban hasta cierto punto la libre circulación de información, en la época digital ya no hay excusas. Internet fue concebido como espacio idóneo para la libre difusión de la información y el libre acceso a la misma, por lo que tratar de restringir su movilidad es un contrasentido. De este modo, es posible reclamar la concepción de la información como un bien común, es decir, ni privado ni público, ni de empresas ni de estados. Lo que lo digital permite no es otra cosa que desmercantilizar la información, de la que durante tanto tiempo se han aprovechado los medios industriales, para devolvérsela a sus legítimos dueños, que la propia sociedad que la genera. Se trata de la aplicación práctica de lo que promueven los movimientos de cultura y conocimiento libre que llevan luchando por ello en Internet desde sus orígenes.

Así, medios y ciudadanía pueden colaborar sin restricciones. El ejemplo más claro en este sentido es el de los buzones de filtraciones ciudadanas, como Buzón X  y Fíltrala en España, que han continuado la senda abierta por Wikileaks. Se trata de un conjunto de herramientas digitales que utilizan diferentes mecanismos de seguridad para hacer las comunicaciones digitales anónimas y seguras. En estas plataformas, periodistas y activistas, concretamente hacktivistas (de la fusión de los términos ‘hacker’ y ‘activista’) gestionan como un bien común la información procedente de las filtraciones que realiza la ciudadanía, desvelando lo que hasta entonces era un secreto y poniéndola a disposición de toda la sociedad. Se demuestra así como mediante la concepción de la información como un bien común, la colaboración surge de manera mucho más sencilla. Es más, esta forma de hacer periodismo colaborativamente ya está siendo reconocida a nivel internacional, como se probó en la edición de este año de los prestigiosos premios Pullitzer. El International Consortium of Investigative Journalists (ICIJ), fue galardonado por su labor en la filtración de los Papeles de Panamá, labor en la que cooperaron más de 100 medios de 80 países, entre ellos El Confidencial y La Sexta.

Quién. La comunidad

Para esta pregunta, la respuesta está dada a lo largo del texto, aunque no le hayamos puesto nombre. El sujeto de esta ecuación digital es la comunidad. Si una de las principales causas de la decadencia de los medios de comunicación y de la pérdida de confianza de la ciudadanía en el periodismo viene por el alejamiento entre ambos, la solución está en volver a estrechar lazos. Los medios que sean capaces de generar una comunidad de personas a su alrededor establecerán una relación de reciprocidad entre ellos y la ciudadanía. Por una parte, la comunidad sostiene al medio, permitiéndole garantizar su independencia y sostenibilidad, las dos condiciones básicas para llevar a cabo la tarea periodística satisfactoriamente. Por otra, el medio actúa como defensor de los intereses de su comunidad, como plataforma y altavoz para que se exprese, y como tejedor de un relato colectivo que sea más fiel a la realidad. El concepto de comunidad permite volver a un periodismo preindustrial, en el que los intereses políticos y económicos aún no habían absorbido a los medios de comunicación.

Algunos medios alternativos ya han dado grandes pasos en la consolidación de una comunidad a su alrededor. La fórmula más extendida es la de hacer a los usuarios parte de la comunidad, y no únicamente consumidores, de modo que se convierten en un elemento fundamental de su modelo de negocio. Dejar de depender -en la medida de lo posible- de la publicidad es la solución por la que han optado medios cooperativos como La Marea y El Salto, recuperando el viejo modelo de las suscripciones, aunque el contenido que vuelcan en la web esté abierto a todo el mundo. Estos medios hacen partícipe a su comunidad más allá de la necesaria contribución económica, para implicarla en el proceso de toma de decisiones, tanto a nivel editorial como empresarial.

Dónde. La esfera pública digital

Aún falta poner en situación todo lo anterior. Un primer dónde podría ser directamente el entorno digital. Sin embargo, se trataría de una respuesta demasiado amplia, por lo que es necesario precisar.  El lugar por antonomasia en el que se mueven los medios de comunicación es la esfera pública, el espacio en el que las diferentes corrientes de opinión pública entran en debate sobre los asuntos que afectan a toda la ciudadanía. Los medios tradicionales estaban acostumbrados a ocupar el centro de la esfera, desde donde ejercían una enorme influencia, mientras que los medios alternativos se ubicaban en la periferia de la esfera, desde donde el alcance es reducido. Antes de la digitalización de la esfera pública, el movimiento entre el centro y periferia era casi inexistente. Desde entonces, se han abierto brechas por las que los medios alternativos pueden acceder al centro y transmitir su mensaje desde ahí. Es de justicia reconocer que los medios alternativos ya actuaban colaborativamente antes de la irrupción digital, tratando la información como un bien común y respondiendo a su comunidad, por lo que este punto es de especial relevancia. En la esfera pública digital, los medios alternativos tienen un trampolín que les permite dar un salto cuantitativo en lo que se refiere a su capacidad de influencia y difusión.

Cuándo. Ahora

Lo expuesto hasta aquí es una propuesta de como aprovechar el entorno digital para revitalizar el periodismo y proporcionar a la ciudadanía medios de comunicación alternativos. Teniendo en cuenta la necesidad de los mismos, en un momento crítico en el que desde las redes sociales se imponen con frecuencia las fake news y la posverdad, la pregunta del cuándo es la más fácil de contestar. No hay tiempo que perder, la respuesta es ahora.

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Actualizando los (bienes) comunes: El entorno digital

[Texto publicado originalmente en el blog de Público Cuarto Poder en Red, espacio de reflexión de la comunidad del Máster en Comunicación, Cultura y Ciudadanía Digital, del Medialab Prado y la URJC / En colaboración con Santiago García Gago Coordinador del portal Radios Libres que difunde la cultura y el software libre entre medios comunitarios de América Latina]

 

Para tratar la relación del mundo digital con el concepto lo común, tuvimos la oportunidad de hablar con Cesar Rendueles y Joan Subirats antes de la charla en MediaLab-Prado y preguntarles qué opinan acerca de los comunes digitales. Precisamente es en este ámbito, como se señaló en el primer artículo de esta serie -que cuenta también con un segundo artículo-, donde menos de acuerdo están los dos autores. Rendueles se ocupa más de señalar los límites (para profundizar en su opinión a este respecto se recomienda su ensayo Sociofobia2013 –ver reseña-), mientras que Subirats mantiene una visión más «optimista», centrándose en las posibilidades de transformación que pueden tener.

A continuación, el audio y la transcripción cada una de sus respuestas:

 

Pregunta: ¿Qué papel protagoniza lo digital en lo que se refiere a los comunes?

César Rendueles: Yo diría que no lo sabemos, voy a dar una respuesta diplomática. Creo que no sabemos lo que puede dar de sí lo digital, ha sido una de las áreas más contaminadas por el individualismo extremo, por la fragilización. Es un área absolutamente atravesada por corrientes individualistas pero que no se veía a sí misma de esa forma individualista, sino al revés, como una fuente de comunitarismo, sociabilidad, etc. Justamente por eso creo que no tenemos la menor idea de lo que pueden dar de sí los comunes en el entorno digital. Seguramente mucho, yo me atrevería a apostar que mucho por las características materiales del entorno digital. También porque cognitivamente creo que estamos más preparados para compartir información y bienes no materiales que bienes de primera necesidad. Pero lo cierto es que no lo sabemos, creo que lo digital está a la espera todavía de una especie de Plan Marshall por la parte de lo público-estatal y de movimiento revolucionario por parte de lo cooperativo-activista. Nos hemos dejado arrastrar un poco por el estado de las cosas heredadas sin atrevernos a plantear otras posibilidades.

 

Joan Subirats: El gran problema que creo que hay entre las expectativas que se habían generado en relación a los comunes digitales y la realidad actual es también el grado de apropiación y oligarquización a la que se han sometido a través de los espacios de intermediación y de flujo. La capacidad de control de esos espacios de intermediación a partir de eso que llaman algunos, GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft), que son capaces de controlar las carreteras y a través de ese control de carreteras lo que hacen es controlar también todos los datos y la información que se generan. Es decir, es un poco lo que pasa con Airbnb o con Uber, se aprovecha la lógica colaborativa ciudadana para generar procesos de extracción del valor que depauperan esas redes de colaboración y ellos acumulan ese capital. Por tanto, aquí tenemos el reto de plantear debate sobre soberanía tecnológica, sobre control de datos y sobre generación de plataformas alternativas de carácter cooperativo distintas. Desde mi punto de vista no es una batalla perdida, es entender que la tecnología nunca ha sido neutral y que hay un problema de politización de esos debates.

Pregunta: ¿Qué le podemos decir a la gente para convencerla de que la tecnología no es neutral y que hay que politizarla? Porque si le dices a alguien que deje de usar Whatsapp, y use Telegram o Signal y responde que es una herramienta que le sirve para comunicarse; o le hablas sobre Facebook y la privacidad y contesta que no tiene nada que ocultar, ¿cómo convencerles de que es un bien común que habría que gestionar colectivamente?

Joan Subirats: Creo que ahí hay varios temas. Uno es que en muchos casos son instrumentos que operan bajo la apariencia de la gratuidad. Convierten en mercancía a los propios usuarios. Un segundo gran tema es la capacidad de ‘profiling’ que se genera, y de perfilar a las personas en base a los datos. El tercer tema es, como en algunos textos últimamente ha aparecido, el discutir el nivel de construcción democrática de los algoritmos que sirven para los buscadores.

En el fondo, el gran tema es entender que no estamos hablando de algo que es apolítico, sino que tiene una dimensión política, y que hay algunos que ganan y otros que pierden. Esas personas que dicen lo que tu comentas son «naif», son ingenuas, pensando que eso es simplemente un instrumento. Ahí es donde el cambio de relato es muy importante, el entender al final quién se apropia de ese valor, cómo se distribuye, y las posibilidades de que tú puedas incluso construir mejores herramientas sin perder esa soberanía sobre los datos y tu propia capacidad.

Ahora de la colaboración entre Ahora Madrid y Barcelona en Comú se ha construido una plataforma de participación ciudadana a nivel digital, que es bastante mejor que la que Movistar planteaba. Por lo tanto, el debate es, no sobre el buenismo de que esta plataforma es mejor porque políticamente es más guay, sino porque funciona mejor, permite aplicaciones y usos que están por encima y acaba siendo más potente tecnológicamente.

 

Pregunta: La intervención de lo público es prácticamente nula en lo que se refiere a los comunes digitales, quizás hay un bien común ahí pero que está totalmente privatizado, ¿estamos a tiempo de recuperar todas esas infraestructuras que manejan el bien común digital?

César Rendueles: Es muy interesante tal y como lo has planteado. Normalmente cuando se habla de los bienes comunes digitales se habla de bienes inmateriales y no de infraestructuras. Es muy llamativo, porque se ha dado por hecho que la brecha digital en Occidente prácticamente se ha suturado y que no importa. Y sí que importa muchísimo, además es una cosa que me llama la atención porque de alguna forma el devenir de la sociedad digital apunta al oligopolio frente a esas fantasías de libre mercado resulta que al final lo que tenemos todos es a Google, una única compañía que nos suministra cuenta de correo. Tenemos una, dos como mucho. Un par de redes sociales, tres o cuatro, como mucho.

Parece que tal vez una intervención colectiva podría haber funcionado al menos igual de bien. Yo creo que cuando decía que no sabemos lo que puede ser el común digital a eso me refería justamente. Lo sabremos cuando esas transformaciones digitales se integren en transformaciones sociales y políticas más amplias. Eso es algo que atisbamos en América Latina en los últimos años justamente, la potencia que podía tener el cambio en el ámbito digital cuando estuviera asociado a cambios políticos de gran escala en otros ámbitos, tanto culturales como educativos, pero también económicos y políticos, y ahí sí sabremos que puede dar de sí el entorno digital. A día de hoy no lo sabemos, es un entorno tan privatizado que siempre andamos en la fantasía, un poco narcisista de que eso sí que es común. Creo que lo sabremos en los años venideros.

 

Conclusiones

Por último, para entender lo que supone el entorno digital en la reformulación de los comunes es importante señalar que Internet es en sí mismo un bien común. Para ello, es necesario remontarse al año 1969, cuando se comenzaron a escribir los Request for Comments (RFC), los protocolos mediante los que se rige Internet, por parte de un grupo de estudiantes de doctorado  de la UCLA (Universidad de California en Los Ángeles). Este grupo, coordinado por Steve Crocker, empezó a documentar todo el trabajo que iban realizando sobre el desarrollo de ARPANET (embrión de la actual Internet). Estos miles de documentos, además de ser una de las mayores obras intelectuales de la historia de la humanidad, son libremente accesibles, copiables, transformables, difundibles y distribuibles.

Esto no quiere decir que el entorno digital de por sí sea la herramienta liberadora que vaya a romper automáticamente las cadenas opresoras de las élites, ni siquiera quiere decir que se esté gestionando como un bien común, a pesar de serlo. Lo que sí quiere decir es que en un mundo como el de la Red, que se creó en base a los principios y valores de la ética hacker, la conceptualización del procomún va necesariamente unida. Por lo tanto, en el mundo digital encontramos la oportunidad y el potencial para tejer una red en la que se compartan todos los proyectos que apuestan por lo común, ligando lo local y lo internacional, saltando por encima de los debilitados estados-nación. Frente a la globalización neoliberal, solo otra alternativa que se mueva en ese ámbito puede plantarle cara.

Ante esta situación, simplificándolo en una lógica binaria, podemos entender la información y el conocimiento como mercancías en manos de intereses privados, o podemos defenderlos como parte del procomún. Dentro del ciberespacio, podemos elegir construir muros digitales que cerquen la difusión de la información y del conocimiento (¡qué casualidad que Facebook denomine a los espacios personales de los usuarios como ‘muros’!), o podemos elegir construir puentes por los que fluyan libremente.

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Actualizando los (bienes) comunes: lo público, ¿estatal o comunitario?

[Texto publicado originalmente en el blog de Público Cuarto Poder en Red, espacio de reflexión de la comunidad del Máster en Comunicación, Cultura y Ciudadanía Digital, del Medialab Prado y la URJC]

Tal y como se apuntó en la primera parte de este artículo, un asunto fundamental sobre el que pivota el concepto de lo común es su relación con lo público. Hasta ahora y desde el surgimiento de las sociedades modernas éste último ha estado directamente conectado a lo estatal, otorgando a los estados prácticamente en exclusiva el papel de garante y gestor de lo público. César Rendueles y Joan Subirats coinciden en señalar la ruptura que supuso el cambio desde las sociedades tradicionales a las sociedades modernas configuradas en torno a los estados-nación liberales. Este punto de inflexión político-social vino acompañado en el terreno económico de los inicios del capitalismo como sistema hegemónico, expandiendo las competencias de los mercados hasta terrenos nunca vistos anteriormente.

Los procesos mediante los que se han mercantilizado los bienes comunes a lo largo de la historia se conocen como enclosures (cercamientos). El término se acuñó en Inglaterra entre los siglos XVIII y XIX, en relación al cierre de las tierras comunales en beneficio de los terratenientes. Otro ejemplo es el de las desamortizaciones que tuvieron lugar en España entre finales del XVIII y principios del XX, por los que se expropiaron y subastaron las tierras que servían a los campesinos para compensar su precaria situación. En la actualidad, en el mundo digital son múltiples los intentos de cercar la libre producción y difusión de la información y la cultura, a través del refuerzo del copyright, entre otras prácticas. Como se puede observar, al igual que ocurre con la definición de los bienes comunes, existe una gran diversidad en torno a estos procesos. En cualquier caso, los cercamientos sirven para destapar los mecanismos a través de los cuales el capitalismo ha ido extendiéndose a costa de lo común, y para desmontar el relato del emprendimiento y el espíritu empresarial, mostrando la otra cara sin la que no sería posible, es decir, obligar a los trabajadores a abandonar su modo de vida tradicional para incorporarse a un mercado laboral en el que vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario. En este sentido, la ola neoliberal que ha traído nuevas cercamientos en forma de privatizaciones de lo colectivo es uno de los motivos que han favorecido la popularización de lo común, tal y como señala Joan Subirats en el libro.

A lo largo del siglo XX, se han dado numerosos intentos en diversos países de responder al expansionismo capitalista a través de la gestión del Estado. El fracaso de los proyectos que trataron de poner en práctica el socialismo científico, así como el de las socialdemocracias europeas que se desarrollaron tras la II GM, ha allanado el camino al plan neoliberal de globalización y desregulación económica. De este modo, se ha generado una demonización de lo público, en algunos casos motivada por la burocracia y el autoritarismo, y en otros, por el clientelismo y la delegación en el denominado Estado de Bienestar. En cualquier caso, Rendueles nos recuerda que el colapso de dichos proyectos ha sido propiciados también por la «contrarreforma neoliberal». Por tanto, resulta clave discernir agudamente entre lo que es una autocrítica constructiva y aquello que contribuye a la demonización de lo público, engordando el relato victorioso del neoliberalismo.

César Rendueles precisa que al igual que las experiencias comunitarias son muy complejas y diversas, y «no siempre son liberadoras e idílicas, sino que tienen muchas veces expresiones reactivas, llenas de supersticiones o de fenómenos de subordinación patriarcal», cortar a todas las instituciones bajo el patrón de la burocracia y el autoritarismo es «concederle demasiado al neoliberalismo». Por su parte, Joan Subirats entiende que la vuelta de los comunes al vocabulario económico y político responde a la voluntad de volver a tener capacidad de gestión y autonomía por parte de la ciudadanía frente a la «desposesión de las instituciones que están al servicio de las grandes empresas financieras globales». Aquí se halla otra diferencia en sus planteamientos. Mientras que Subirats se centra más en señalar las diferencias de los comunes con lo público-estatal, dibujando una línea más gruesa entre este tipo de gestión y la comunitaria-cooperativa, Rendueles tiende a verlas más como un continuo entre lo público y lo comunitario, poniendo de manifiesto el aspecto universalista e igualitarista de lo público frente al riesgo de las comunidades de cerrarse en sí mismas y caer en el aislamiento. De este modo, ambos se plantean las potencialidades de una mayor relación entre las instituciones públicas y las iniciativas comunitarias, y cómo podrían complementarse.

En este sentido, los movimientos municipalistas que conforman los denominados «ayuntamientos del cambio», y que alcanzaron en 2015 las alcaldías de muchas de las principales ciudades de España (Madrid, Barcelona, Valencia, Cádiz, etc), muestran una renovada sintonía de lo público con lo común. Sin ir más lejos, desde Catalunya han surgido candidaturas que confluyen en torno al nombre «En Comú». Al mismo tiempo que estas iniciativas políticas recogen esta preocupación por la recuperación de las dinámicas comunitarias y cooperativas, también son altavoces que amplifican la difusión de estos relatos y, por tanto, son responsables de la popularización de estos términos.

Más allá del discurso y las intenciones, ya se están realizando acciones en este sentido, por ejemplo, en materia de participación ciudadana.  Sin embargo, está por ver si son capaces de articular políticas que realmente calen en la población y fortalezcan el espíritu de la gestión colectiva de los recursos. A este respecto, César Rendueles apunta que «construir las bases sobre las que se puede instituir un territorio adecuado para la gestión comunal va a llevar muchísimo tiempo», por lo que «lo compartido, común, colaborativo y cooperativo se plantea a largo plazo».

En cualquier caso,  la discusión sobre el papel de las instituciones públicas y su engarce con estas nuevas iniciativas comunitarias sigue abierta, por lo que lo que se logre desde estas instituciones resulta de gran importancia para dar los primeros pasos hacia la consolidación de otra forma de gestión pública, más alejada de la estatal y que se acerque progresivamente a la comunitaria.

 

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Actualizando los (bienes) comunes

[Texto publicado originalmente en el blog de Público Cuarto Poder en Red, espacio de reflexión de la comunidad del Máster en Comunicación, Cultura y Ciudadanía Digital, del Medialab Prado y la URJC]

El entorno digital ha permitido recuperar el concepto de los «bienes comunes» o «procomún«. Las comunidades que defienden el software libre y los movimientos ciberactivistas que luchan por el derecho a la libertad de expresión, el libre acceso a la información y se enfrentan a las restricciones del copyright con prácticas como el copyleft y la utilización de licencias Creative Commons reclaman la concepción de la información y la cultura como un bien común. Pese a las diferencias evidentes con los recursos que en las sociedades tradicionales se han gestionado colectivamente (el agua, la tierra, los bosques), los comunes digitales comparten el espíritu de desligar los bienes necesarios para el desarrollo de la humanidad de la noción de mercancía.

Sin embargo, esta reivindicación de ‘lo común’ no es únicamente consecuencia de la irrupción y expansión del mundo digital, además responde a la exploración de formas alternativas de gestión a las que actualmente se proponen como inevitables, la estatal y la mercantil. Por tanto, también es resultado de las aspiraciones políticas y económicas de los sectores de la sociedad que rechazan los procesos de privatización y mercantilización neoliberal, y que no encuentran en el ámbito público-estatal una solución adecuada debido a su impasibilidad y connivencia ante dichos procesos.

Los bienes comunes traen consigo una complejidad enorme, debido a la gran amplitud de experiencias a lo largo de la historia que se podrían considerar de carácter comunal. Entenderlos como aquellos recursos que «nos pertenecen a todos y a nadie», gestionados por una comunidad al margen del estado y del mercado, no es suficiente para que estos planteamientos se materialicen como una alternativa transformadora en una sociedad fragmentada e individualizada como la actual. Para adaptar estos conceptos a nuestros días se hace imprescindible una reflexión como la que aportan Joan Subirats y César Rendueles en Los (bienes) comunes. ¿Oportunidad o espejismo?Ambos autores se dieron cita el pasado 7 de febrero en MediaLab-Prado para seguir conversando sobre el significado de lo común, desde el ámbito más tradicional hasta su aplicación en el mundo digital.

https://www.youtube.com/watch?v=w7OkIpxVfm0&t=2895s

Tanto en el libro como en la presentación, los dos autores debaten sobre la aportación de una de las autoras que más ha contribuido a desarrollar estos conceptos, Elinor Ostrom (El gobierno de los bienes comunes, 1990) y por cuyo trabajo ganó el Premio Nobel de Economía en 2009, y  el científico social Karl Polanyi (La gran transformación, 1944), el cual realizó un análisis del capitalismo y la sociedad de mercado que continúa siendo vigente. Además, también tratan asuntos que van en relación con lo común y ayudan a situarlo en nuestros días, como la renta básica, el cooperativismo, el capital socio-cultural, y la dicotomía entre democracia deliberativa y representativa, entre otros.

Tanto Rendueles como Subirats coinciden en la ya mencionada complejidad de estos conceptos, hasta el punto de que hay asuntos en los que no llegan a ponerse de acuerdo, sobre todo en lo que concierne a escalabilidad y replicabilidad de los comunes en una sociedad globalizada y el papel que puede protagonizar lo digital en este asunto. Por otro lado, a pesar de que hasta ahora hemos estado hablando indistintamente de diferentes términos, sí que hay diferencias entre «bienes comunes», que hacen referencia a una visión económica de la gestión de recursos, y «lo común», que sería aplicable en un sentido más genérico. Además, en la actualidad surge la idea del «procomún», que continúa en la misma línea pero puede ser útil para concretar y  hacer hincapié en el aspecto relativo a la acción, es decir, actuar en favor de lo común y los bienes comunes.

Es por este motivo por el que Subirats los define como un «concepto paraguas» o «no-concepto», a lo que Rendueles aporta que esta indefinición hace que caigan en un «impresionismo conceptual», debido al intento de aglutinar una gran cantidad de preguntas que es complicado que sean respondidas dentro de los mismos términos. A pesar de ello, coinciden en que su recuperación es positiva, aunque solo sea como reacción ante la situación actual, y que todos apuntan en cierto modo hacia una misma realidad, cuya concreción es uno de los principales objetivos de la obra.

La reaparición de los comunes en el debate público supone una mirada al pasado para encontrar respuestas de cara al futuro. Una mirada a un pasado anterior a la aparición del capitalismo y que ha sobrevivido, aunque minoritariamente, en los últimos siglos. Ante la destrucción de alternativas por parte del neoliberalismo, lo común realiza un viaje en el tiempo para ayudar a articular nuevamente la tradición emancipatoria y buscar otras vías de cambio económico, político y social.
En este sentido, la profunda crisis de lo público (estatal) y la aparición e influencia del entorno digital se convierten en los dos pilares fundamentales sobre los que se fundamenta esta actualización de lo común, abriendo nuevos caminos.

Este es el primer artículo de una serie de tres textos sobre la actualización de los (bienes) comunes.